Carnavales de antes ... |
Suele suceder hoy día que algún nostalgioso, sensibilizado por esas crónicas melodramáticas que algún escriba jubilado alcanza a las redacciones de los diarios ,en vísperas de carnaval, eleve los ojos al cielo y, suspiro mediante, exclame con engolada voz: "¡¡ Carnavales; Carnavales eran los de antes..!!." con una intención valorativa inclinable de antemano a desconocer e inferiorizar todo lo que sea nuevo o actual. "En nuestro siglo de crisis, las fiestas carnavalescas van perdiendo su brillo. Se avecina su muerte". Siempre he escuchado lo mismo. Sin embargo, este muerto tan reiterado del Carnaval, como en el verso clásico, sigue gozando de buena salud. No hay por que transitar necesariamente el camino de las comparaciones. Sesenta o Setenta años atrás eran otros los hechos que pautaban al mundo y eran diferentes, también, las características, gustos y necesidades de una gente joven, que, como se sabe, constituye la dinámica social y la que impone los cambios y transformaciones. Convengamos, entonces en que se trataba de otra cosa. En Carnaval, año a año, se repetían los acontecimientos. Un tiempo antes de la fecha señalada por el calendario comenzaba el comentario de la modesta pero incisiva prensa local sobre el sombrío panorama que desidia o indiferencia del gobierno local hacían prever ante la fiesta popular. Cuando, superando los inconvenientes burocráticos, se anunciaba el cronograma de actividades, renacía la esperanza. Comenzaban a surgir los artículos alusivos y la fatal invocación a citas comunes: "el reinado de Momo"; "el imperio de la Farsa"; "el alucinante mundo de la Fantasía", etc. y la impostergable mención a los célebres versos de Juan de Dios Pezza: "El Carnaval del mundo engaña tanto que las vidas son breves mascaradas..." Llegado el domingo -nos ubicamos en el veinte y tantos- comenzaba la fiesta. Desfilaba el "corso", que así se llamaba, presidido por el "Marqués de las Cabriolas" encarnado en el "garbozo, elegantísimo y más que arrogante" Alberto Jorge Saraví. Empuñando el cetro azul y oro y con una escolta de "tres negros con macana y seis perros de policía arengaba al público con sus "discursos macarrónicos" de corte cantinflesco. "Hablaba todo, de todo y para todos" dicen las crónicas, ante el aplauso del público que le aclamaba "emocionado y delirante". La respuesta popular no estaba dada solamente por aplausos y vítores, jugaba el delicado mensaje de las serpentinas. Era tan generalizada la preferencia del público por estas cintas de papel multicolor que se daba un fenómeno por lo demás curioso. Cuando a la medianoche terminaba el corso la calle tenía un piso de medio metro de serpentinas. Entonces avanzaban sobre la calle vacía los carros de caballos y unos muchachones, de los barrios marginados del pueblo, embolsaban el papel. Aquel elemento constituiría luego, el colchón donde mucha gente humilde descansara su trajinada existencia. Pero volvamos al corso: Alternaban con las serpentinas el exquisito detalle de las batallas florales y la no tan exquisita costumbre del juego de agua. Allá por 1924 aparece en la plaza un pizarrón con esta inscripción: "Hoy, de 19 a 20, tolerancia en el juego de agua. Sólo se permitirán pomitos y jeringas (sic)" demás está decir que la respuesta fue el uso del líquido elemento en ollas, latas de querosene, tinas, barriles, etc. Todo ello -anota un comentarista- provocó dos tipos de consecuencias: positivas: higienización, refresco, cuerpos femeninos en evidencia..negativas: resfríos, pulmonías, trajes en la tintorería y el pago de multas de cuatro pesos impuesto a los abusadores. Andando el tiempo se llegó a prohibir tan grato como desvirtuado pasatiempo. Máscaras sueltas, comparsas, murgas, vehículos adornados y carros alegóricos completaban el desfile carnavalesco del que participan una multitud "abigarrada y hormigueante". Era costumbre en la época -acotamos- que podía transitarse en Carnaval con vehículos por los cuales no se hubiera pago la Patente de Rodado. ¡O témpora, o mores! En las instituciones sociales, (Casino, Centro Comercial, etc.) se llevaban a cabo animadas reuniones bailables. Las del Teatro Politeama no le iban a la zaga. En el centro de la Plaza "18 de Julio" con el marco musical de la Banda Municipal se realizaban lucidos concursos de bailes populares, en tanto eran frecuentes los copamientos de algunas casas de familias por comparsas de jóvenes ávidos de divertirse. El pueblo pobre accedía a los corsos, las fiestas de la plaza y las que en los barrios, principalmente en el de la "Calle Ancha" llevaban a cabo algunos vecinos bien dispuestos. Era quien realmente vivía la fiesta, con un entregamiento pleno, sin límites... Pinta expresivamente este panorama un aviso clasificado aparecido en "Nuevos Rumbos": "Sirvienta se necesita, que no falte en Carnaval. Tratar..." |
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