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Entre textos y contextos. La imprescindible sincronía entre la poesía y la prosa hemingwayana.
Reflexiones desde
una traducción.
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La mirada escrutadora a los textos
poéticos de Hemingway, desde la perspectiva que toda traducción
presupone, devela al traductor, no sólo las múltiples aristas de esas
composiciones en verso, imbricadas en la manera de hacer y decir del
poeta; sino las que resultan inevitables sincronías con otros textos
narrativos de distinto carácter y géneros diversos: desde la crónica y
el reportaje, hasta el mismísimo relato de ficción. […] Hacen tictac/ Sobre el mantel/ Coma/ Pero el recién casado se muere de hambre[3] Porque como acaba re-confirmando en la crónica con igual signo de encendida ironía: “(…) un reloj de viaje es una delicia; dos relojes de viaje, un placer; tres relojes de viaje innecesarios, y cuatro relojes de viaje; ridículos.”[4]
El sencillo poema, como los que a
continuación aludiremos, se superponen en el texto periodístico y lo
complementan, sumándose a aquel como otra voz que se agrega a la melodía
con polifónico acento. Y aunque se trate igualmente de reportes de
relativa trivialidad, funcionan en sí mismos como un ejercicio creativo
de singulares coordenadas que van del poema al texto, y del texto al
poema, forjando una singular simbiosis narratológica. No ocurren muchos suicidios entre la gente que uno conoce./ No suicidios exitosos/ Un niño chino se mató y está muerto/(Todavía le siguen poniendo su correo en su casilla en el Dome)/ Un niño noruego también se mató y está muerto/ (nadie sabe dónde ha ido el otro niño noruego.)/ Encontraron una modelo muerta/ (Le causó insufribles problemas al conserje)/ El aceite dulce, la clara de los huevos, la mostaza y el agua, la espuma y los lavados estomacales salvan mucha gente que uno conoce./ Cada tarde uno encuentra a la gente que conoce en el café[7]. A lo que Hemingway alude es a ese paisaje de la vida más anodina, en medio del concurrido barrio latino parisino, en que se mueven los personajes más disímiles, los expatriados, los inmigrantes de todas las naciones que hacen lo indecible por sobrevivir, entre calles atestadas y malolientes, los más pudientes que se dejan caer por los cafés de época: el Dome o el Rotonde y que el cronista caracteriza muy bien, ya en plan de convertirlo en prosa periodística cuando dice en el correspondiente despacho: “Paris. Las heces del Greenwich Village han sido recogidas con un gran cucharón para depositarlas en la sección parisiense del Café Rotonde. […] pero las más rancias y espesas han llegado de un modo u otro a través del Atlántico[…]”[8]. Son también esos mismos “turistas”, seducidos por las bondades del todopoderoso dólar en medio de la galopante devaluación del franco francés, quienes muchas veces conocen de primera mano la verdadera y más sórdida realidad de las noches parisinas, alejadas del glamour que parece serle consustancial, y que Hemingway retrata hábilmente y no sin un toque de ironía, en otro despacho para el Toronto Star: “Alguna vez el turista logra establecer contacto con la vida nocturna auténtica. Mientras pasea por una calle solitaria que desciende por una colina, aturdido por el champán, hacia las dos de la mañana, ve salir de un pasaje a un par de chicos con cara de rufianes[…]. Los chicos miran arriba y debajo de la calle para ver si hay algún policía a la vista y entonces se acercan al turista que pasea en la noche. Su proximidad y un ruido súbito y terrible es todo lo que recuerda. Se trata de un golpe detrás de la oreja con un trozo de tubo de plomo envuelto en Le Matin; gracias a él, el turista establece contacto con la verdadera vida nocturna en cuya búsqueda se ha gastado tanto dinero”[9].
En el caso del poema Schwazwald, ya
citado, las alusiones están en conexión con un periplo del cronista por
Alemania en 1922. Los ejes del texto poemático, aluden a las
perspectivas del bello paisaje teutón de la muy conocida Selva Negra,
que el poeta contempla pasar raudo por la ventanilla del tren y al que
alude con muy bien logrado acento: “Llegamos deslizándonos por la empinada cuesta del sendero de piedras a través de la sombría cubierta de los pinos y hacia el resplandeciente claro donde un molino y un parador de fachada enyesada se calcinan al sol”[…]. No había otra cosa que el valle, el blanco camino, el río y los empinadas y boscosas colinas[…][11].
Y aunque bien es cierto que el Hemingway
periodista supo cruzar a tiempo el escabroso terreno minado que conducía
a la literatura, no desdeñó, empero, ni las sabias enseñanzas del oficio
más peligroso del mundo[12], ni acaso renunció a recrear en las nuevas
líneas creativas, las vivencias poéticas que son innatas a todo genial escribidor. Ese es el caso particular al que ahora aludimos con otro par
de textos poéticos que se conectan con las inmediaciones del narrador,
que establecería para la literatura de su tiempo y de la posteridad, una
marca difícilmente igualable.
Poema Las alusiones para Marea en el segundo poema citado: (To a Tragic Poetesse), se relacionan con su temprano e inesperado deceso, que acaece no en el ruedo, sino a consecuencia de la tuberculosis que frustra su imparable carrera taurina: (Littri [19] Murió desesperado en su cama lo mismo que Maera/Aunque Maera se deslizó de la cama/Para morir sobre el piso/Los tubos de su pecho rotos/Su cara muy feliz/Si pensamos que murió ahogado en flema/Pensando en su delirio que era otra vez un niño/Viajando de polizón bajo los asientos de los coches de tercera clase/Su capa de torear enrollada para hacer una almohada[20] Hemingway volverá a retomar el trágico suceso en su relato Banal Story que ya hemos citado, esa enigmática relación joyceana que hace rejuegos con la técnica del flujo de la conciencia y postula desde la perspectiva creativa del joven autor sus nociones más profundas. Para Maera es el cierre: “Y mientras tanto echado en su lecho en una oscurecida habitación de su casa de Triana, Manuel García Maera yace con un tubo en cada pulmón, aquejado de pulmonía. Todos los periódicos de Andalucía, dedicaron suplementos especiales por su muerte, que han aguardado por varios días. Los niños y los hombres han compadro fotos suyas a todo color para mantener su recuerdo […]. Los toreros se han sentido aliviados con su partida, porque el hizo en el ruedo todo el tiempo, las cosas que ellos sólo pudieron hacer a veces. Todos han marchado bajo la lluvia tras su ataúd, y lo han seguido ciento cuarenta y siete toreros hasta el cementerio, donde lo han enterrado próximo a la tumba de Joselito […][21]. Quizás, el recuerdo del trágico deceso del renombrado matador sevillano no sea el de su muerte física en la flor de su juventud y de su imparable carrera taurina, sino la bella recreación que Hemingway hiciera en su viñeta número 14 de In Our Time, esta vez rayana en la poesía, aunque el texto sea en prosa; en la que el matador encuentra la paz anhelada en medio de una plaza, que lo aclama, entregándose hasta el final en su última faena: la de su paso inexorable a la eternidad, y que ahora reproducimos como cierre a este texto que ha pretendido ser una acuciosa mirada al poeta y al narrador que no pocas veces nos sorprende para bien. “Maera yace quieto, su cabeza apoyada en sus brazos, su cara contra la arena. Siente la calidez pegajosa de su herida. Siente cada vez las cornadas, y la cometida del toro que a veces sólo lo golpea con su cabeza […]. Algunos hombres lo cargan y corren con él hacia las barreras y lo conducen por la puerta bajo la tribuna hasta la enfermería [… ]. Maera siente que todo se agranda y se agranda y luego que se torna más y más pequeño. Nuevamente todo se le hace inmenso y vuelve a empequeñecérsele. Luego todo empieza a moverse rápido, muy rápido, como cuando aceleran una película. Después ya estaba muerto”[22].
Referencias: |
por Lic. Carlos A. Peón
Casas
pastoralc@arzcamaguey.co.cu
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