Una cinchada inolvidable |
Las cinchadas de Goes allá por 1900, consistían en la lucha entre dos jardineras abrumadas por la carga de mil kilos de papas o de sal, a ver cuál de las dos llegaba primera a la cumbre del repecho. Los caballos, estimulados por los alaridos de los conductores y el griterío de la multitud, avanzaban en zigzag haciendo saltar chispas con las herraduras en el pavimento de cuña. Una tarde la concurrencia desbordó las veredas. La cinchada era entre una yegua zaina de Tomasito Cabella y un tordillo de la Unión, hasta entonces invicto en enfrentamientos similares. En la vereda este se ubicaron los unionenses, que cruzaban apuestas de una, cinco y hasta diez libras esterlinas a favor del [ordillo. En la vereda opuesta, todo Goes aclamaba a la zaina de Casella. Llegó la hora y el juez de largada bajó la bandera roja. Metro a metro treparon los animales las largas cuadras sin sacarse un centímetro de ventaja. Los gritos atronaban la tarde serena y azul. Ya al final, el tordillo, oscurecido por el sudor, sacó un metro de ventaja a la zaina de Casella, ante la algarabía de los unionenses y la desesperación de los de Goes. Pero en los diez últimos metros, en un esfuerzo supremo, Tomasito Casella, de pie en el pescante, como un demonio enfurecido, sacudió las riendas, enderezó a la zaina que estaba blanca de transpiración y los competidores cruzaron la línea de llegada. -¡Ganó el tordillo! -gritaban los de la Unión. -¡Doy fila con la yegua por cien libras! –contestó frenético uno de Goes, desabrochando el cinto y mostrando las doradas monedas. De pronto se hizo silencio. Encaramado en una escalera de dos brazos, el juez de raya dio su fallo: -¡Atención, señores! ¡La carrera fue... puesta! Hubo una exclamación de alivio. Los representantes de los competidores conferenciaron con los jueces y se llegó a un acuerdo: la carrera se realizaría de nuevo, inmediatamente, pero aumentando la carga a dos mil kilos de papas. Cuando se supo la decisión, todo el mundo aplaudió y de inmediato cien voluntarios procedieron a cargar el exceso de peso en cada jardinera. Y las paradas, en lugar de abrirse, como era el derecho, se doblaron. El que había jugado una libra aceptó ir por dos. Y atrajo la atención general el rumor de que el comisario local desafiaba a su colega de la Unión nada menos que por el sueldo de tres meses. Caía la larde y el sol empezaba a ocultarse detrás del Cerro. En medio del entusiasmo general, el juez de largada volvió a bajar la bandera. De inmediato se redoblaron las apuestas: -¡Diez libras al tordillo de la Unión! -¡Pago, y voy veinte más a la zaina de Casella! De pronto, no hubo más desafíos. Esta vez el tordillo no tenía los bríos de la cinchada anterior. Apretaba con desesperación las patas traseras contra los adoquines, como para tomar impulso y saltar hacia delante. Pero las fuerzas no respondían a su noble voluntad y a la mitad del camino, en el cruce de Guadalupe, el animal vencido alzó la cabeza, aflojo las patas y cayó fulminado al empedrado. Los partidarios de la zaina festejaron por adelantado la victoria de Tomasito Casella y cuando la jardinera cruzó la meta, en Garibaldi, cien fanáticos bajaron del pescante al vencedor y lo pasearon en andas. Otros quisieron hacer lo mismo con la zaina, pero la yegua no entendía de demostraciones de entusiasmo y con las últimas energías los desparramó a patadas. La gloria deportiva de los Casella no se agota con las cinchadas triunfales de Tomasito. Perico Casella, nieto de don Pedro e hijo de Tomasito, fue golero del Belgrano y entró en el seleccionado que conquistó e! campeonato mundial de los juegos olímpicos de 1924. |
Goes y el Viejo Café
Vaccaro
Juan Carlos Patrón.
Editó Los Ases - Casa de Cambio
Avda. Gral Flores Nº 2422
Agradecemos al Sr. Pablo Montaldo
Gentileza: Sr. Juan C. Iglesias
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