La carrera más larga del mundo |
Don Gaetán fue protagonista
de un famoso episodio que se recuerda sonriendo. Sucedió el día que se
inauguró el tranvía eléctrico en Goes. Aclaro, para los que siempre
están prontos para corregir, que primero fue la electrificación de los
caballitos (1906) y después el cambio de nombre de la calle (1907),
ascendiendo el viejo camino Juan de Toledo a la categoría estirada de
Avenida General Flores después de pasar por el recuerdo de los Hermanos
Goes. Una muchedumbre feliz paseaba por las veredas del barrio engalanado
con banderas patrias. Al caer la noche llegaron a la Trattoria cuatro
correctos caballeros muy bien vestidos que después de encender las
calderas del entusiasmo localista con repetidas vueltas de vermut francés
legítimo –seis centésimos la copa- devoraron todos los platos
exquisitos del menú, esquivando ostensiblemente la democrática polenta.
Cuando llegó el momento de entonar la Dolorosa, que ascendía a la
abrumadora cantidad de treinta y tres pesos, algo así como ocho mil pesos
de ahora, uno de los comensales se acercó sonriendo a Don Gaetán y le
dijo:
-Somos cuatro caballeros que no podemos permitir que uno pague la comida de todos. Para no herir nuestra delicadeza personal, hemos decidido correr una carrera. El que llegue último, paga. Le rogamos que nos haga el honor de ser el largador. Tiene toda nuestra confianza. El cuento en 1968 es viejo pero en 1906 era auténticamente original. Y Don Gaetán aceptó el alto honor. Se estableció que se partiría de la puerta de la fonda, por Goes hacia la Facultad, se doblaría por Isidoro de María y se regresaría por Marcelino Sosa. Una salva de aplausos de más de cien curiosos, subrayó la bajada de servilleta, perdón, de bandera que dio puerta franca a los competidores, mientras Don Gaetán, trémulo de emoción, los estimulaba: -Ahora... ¡Corran...! ¡Si habrán corrido...' Todavía no han llegado, a pesar de los sesenta años transcurridos. Pablito Franchi, sentado a mi lado, recuerda el episodio y me pregunta con la mirada si paga la pena repetir una anécdota que todo Montevideo y sus alrededores conocen. Y yo le respondo afirmativamente porque hoy puedo, al fin, revelar la incógnita que durante tanto tiempo constituyó la identidad de los competidores. Por lo menos de uno. Y como sé que es un gaucho de ley y no se va a molestar, y porque sesenta años sobran para perdonar lo que sólo merece un fuerte tirón de orejas, por primera vez hago público que uno de los cuatro caballeros se llama Félix Ramis, fue cuarteador del "trenvía" de caballitos, cantor del solo de los Guerreros de las Selvas Africanas, conductor de los primeros tranvías eléctricos montevideanos, y en el viejo Parque Central revendía, a los hinchas petisos, latas de aceite vacías a un real, después de adquirirlas a un centésimo en fondas y cantinas. Estoy seguro que Pablito Franchi recibirá mi revelación con una sonrisa bonachona porque es socio vitalicio de Goes, porque es socio vitalicio de Sud América y como buen vecino, es socio vitalicio de Aguada. Sólo la reciedumbre del corazón de Don Gaetán pudo resistir el tremendo golpe que una tarde del verano de 1919 le aplicó el destino. El menor de sus hijos, Luisito, corrió desde la Plaza de Deportes hacia la fonda a buscar un helado. En su aturdimiento no vio que llegaba un tranvía No 14, Goes-Pocitos, que lo volteó y una de sus pesadas ruedas delanteras le pasó sobre el pecho. Después, un gran río de sangre empezó a correr lentamente por la calle. Hubo necesidad de usar aparatos especiales traídos de la Estación Goes para levantar el vehículo y extraer, dividido en dos partes, el cuerpo del pequeño Luis. Con una sábana que una vecina piadosa trajo corriendo, se cubrieron los despojos de quien unos minutos antes jugaba con nosotros al basketball en la Plaza de los Deportes. Al día siguiente, todos los muchachos de Goes, callados y con lágrimas en los ojos, formamos en el largo cortejo que acompañó hasta el Buceo a un querido compañero de escuela, de guerrillas, de rayuelas y de patadas a la pelota de trapo. Para muchos fue el primer contacto, directo y brutal, con la muerte, que hasta entonces sólo conocíamos por el lazo de crespón que se clavaba en la parte alta del zaguán de la casa mortuoria y se arrastraba por el suelo. En las noches de viento nos aterrorizaba al rozarnos la cara como si fuera el ala sombría de un murciélago. |
Goes y el Viejo Café
Vaccaro
Juan Carlos Patrón.
Editó Los Ases - Casa de Cambio
Avda. Gral Flores Nº 2422
Agradecemos al Sr. Pablo Montaldo
Gentileza: Sr. Juan C. Iglesias
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