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La visita al "Bromo"
Del libro "Asuntos personales"
Aurelio Pastori
margara.ramos@gmail.com

 
 

La habitación de madera se sacudió con estrépito, me desperté y escuché las tranquilizadoras palabras de Margara, mi mujer:

-"No te preocupes, es un terremoto". Y agregó "esta construcción es antisísmica".

Estábamos en la aldea de Wonokerto, en las laderas del volcán Bromo, en Java (Indonesia). La dueña del pequeño hotel donde nos alojábamos, una alemana casada con un indonesio, nos había explicado que los temblores eran frecuentes.

A pesar de la mala noche, resolvimos, al día siguiente, llegar hasta el propio cráter del volcán. Salimos temprano, tomamos una camioneta de transporte público, hicimos varios kilómetros por una carretera de montaña selvática y llena de gente (toda Java está llena de gente, de una manera difícil de imaginar desde el despoblado Uruguay) y nos bajamos en la caldera del volcán, una amplia zona sin vegetación que lo rodea. Un color gris-amarillento, de amenaza, envuelve lo que se ve. Caminamos un buen trecho por esa tierra de nadie entre lo vivo y lo mineral y llegamos al propio anillo del cráter. No era muy alto y había hasta escaleras para ayudarse. Escaleras puestas para los visitantes, que esa mañana no abundaban. Casi diré que estábamos solos. Que nos sentíamos solos. Subimos, y nos asomamos al esperado abismo sulfuroso y humeante. Nos quedamos un buen rato, como para convencernos de que los tiempos del volcán no son los nuestros, y emprendimos el regreso.

Ya estábamos en la carretera cuando empezó a llover. Y llovió por varias horas, acortándonos la última parte de la jornada. El anochecer, con luna creciente, nos encontró -cansados y mojados-en nuestra habitación antisísmica.

Antes de irnos a dormir estuvimos mirando una jaula de monos. La dueña del hotel los mantenía para acentuar el carácter "exótico" de sus pintorescas cabañas.

En medio de la noche, uno de los monos inició una especie de lamentación. Por momentos parecía un llanto resignado, en otros, el grito angustiado del que quiere huir de algo. Otros monos se fueron incorporando, como si dialogaran, cada vez más inquietos, cada vez más estridentes, hasta que al fin callaron todos.

- "Ahora podremos dormir", nos dijimos ingenuamente.

En ese momento ocurrió el segundo temblor, bastante más intenso que el de la noche anterior. Recuerdo el ruido de la tierra y de las cosas sacudiéndose.

Después del temblor vino el silencio. Investigamos: nada se había caído, ni adentro ni afuera de la habitación. Las luces funcionaban y la dueña del hotel ni siquiera se había levantado.

-"Esto pasa siempre, los que viven acá ya están acostumbrados, vamonos a dormir".

Nos íbamos hundiendo en el primer sueño de la larga noche cuando desde la torre de la mezquita de Wonokerto cantó el muecín. Un muecín con altoparlantes, entusiasmado. Su llamado a los fieles para la primera oración del día atravesaba con facilidad la húmeda noche tropical y las paredes de madera de nuestro cuarto.

Fue -sin proponérselo- nuestra canción de despedida.

 

Aurelio Pastori 
Del libro "Asuntos personales" (oct. 2010, Bs.As.)
margara.ramos@gmail.com
 

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