Vida virtual |
Gracias a las nuevas técnicas, José pudo ponerse en contacto con Alfredo después de años sin saber nada el uno del otro. Luego de la partida de Alfredo a Europa, la amistad entre ellos quedó malherida y condenada al olvido. Les resultaba engorroso y difícil escribir cartas, meterlas en un sobre y entregarlas en el correo del barrio. Pero, desde hace un tiempo y por virtud la tecnología, fue posible volver a recomponer el diálogo a distancia enviándose cartas electrónicas. Hoy, sus sueños corren por el cable telefónico y los satélites. «Estos son mis hijos», le escribe José, y le adjunta una foto virtual. Alfredo hace lo mismo: «Estos son los míos». «Me mudé de casa», dice el otro. «Hoy conocí a una bella mujer», contesta aquel. «Conseguí trabajo, no sé por cuanto tiempo». «Tengo un libro nuevo, quiero que lo leas». Quienes los observan pueden creer que tales cosas no existen, que se emocionan con la nada, y que van y vienen imágenes intangibles que ni siquiera toman cuerpo en la pantalla. Pero, no es así. Existen. Están en sus cabezas, son la vida de cada uno, más reales que el pan que llevan a la boca y el vino que calienta sus venas. José y Alfredo han recuperado una amistad y, concienzudos, procuran que sus cartas no tengan un error de ortografía o una mala sintaxis. Ambos saben que no hay nada como los defectos para tirar abajo la más robusta convivencia. Ni ahí deben haber errores que puedan destruir esta amistad renovada, porque ninguno de los dos quiere volver a perderla. |
Julio César Parissi
De "Breves
cuentos porteños"
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