Tropezones eróticos |
Todos
tenemos anécdotas de conquistas, más o menos ciertas, más o menos
ficticias. Conozco a más de uno que podría estar horas enteras contando
sus hazañas amatorias. Cualquiera de nosotros contaría la suya sin mucho
esfuerzo, porque la memoria separa lo bueno de lo malo, luego elimina lo
malo y sólo nos acordamos de lo grato de nuestra vida erótica, dejando
de lado los tropiezos del corazón. Por el contrario, son muy pocos los
que se atreven a contar los rebotes históricos, esos terribles cachetazos
en pleno orgullo de macho que han recibido a lo largo de la vida. Pensemos
que en esto de rebotar con las mujeres, aunque se lo niegue, no hay nadie
que no haya tenido su buen sopapo sentimental. En eso no hay invictos, a
menos que uno haya estudiado para cura desde los cuatro o cinco años de
vida. Por
lo tanto, ya que ninguno se salvó de tener un rebote histórico, para
sacarle provecho a esa desgracia y para que no nos duela tanto, disponemos
de dos posibilidades: una, disfrutar la patinada contándola a nuestros
amigos, esos que siempre nos contienen y nos dan la razón, y otra —que
le ha dado fama y excelentes réditos comerciales a varios nativos de la
Argentina— sería la de escribir una buena letra de tango, donde cuente
que la mina
se le fue del bulín con su mejor amigo en una cruda noche de otoño mientras lloraban los
violines, pero la culpa era de ellos y no que uno la tenía demasiado
corta o sufría de corrimiento precoz. Sin
embargo, no todos los fracasos son malos. Si bien hay algunos que son
vergonzosos, hay otros que dan prestigio. Si nos da vuelta el rostro la
vecina del piso de abajo, que es petisa, tiene acné, vello en las piernas
y pelo hirsuto, nos morimos de vergüenza y buscamos que nadie se entere.
Pero, si tuviéramos la suerte de rebotar con alguien parecida a Cameron Díaz
o Michelle Pfeiffer, se lo contamos a todo el mundo. Es más, publicamos
solicitadas en los diarios y salimos con un megáfono a la calle a
desparramar nuestra grata desgracia. Los
rebotes que tenemos sólo se vuelven dramáticos cuando vemos que las
mujeres que no nos dieron calce a nosotros se dejan cortejar con placer
por nuestros amigos, esos mismos seres despreciables que siempre ganan con
todas las faldas que se les cruzan. En estas situaciones, sin
posibilidades de ocultar nada porque todo está a la vista, debemos buscar
maneras de salir bien del rebote. No hay nada mejor que recordar la fábula
del zorro y las uvas, y decir: —Menos
mal que zafé de ese adefesio. O:
—Total,
no tenía un peso para el hotel. O,
llegando a la crueldad máxima, sin un ápice de escrúpulos: —Me
dijeron que en la cama no sabes si está dormida o desmayada. Nadie le creerá cualquiera sean los justificativos para explicar el puntapié recibido. Pero todos, por ser amigos, van a tratar de no hacérselo saber. |
Julio César Parissi
De "Las
Mujeres Son Un Mal Necesario"
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