Tropezones eróticos
Julio César Parissi

Todos tenemos anécdotas de conquistas, más o menos ciertas, más o menos ficticias. Conozco a más de uno que podría estar horas enteras contando sus hazañas amatorias. Cualquiera de nosotros contaría la suya sin mucho esfuerzo, porque la memoria separa lo bueno de lo malo, luego elimina lo malo y sólo nos acordamos de lo grato de nuestra vida erótica, dejando de lado los tropiezos del corazón. Por el contrario, son muy pocos los que se atreven a contar los rebotes históricos, esos terribles cachetazos en pleno orgullo de macho que han recibido a lo largo de la vida.

Pensemos que en esto de rebotar con las mujeres, aunque se lo niegue, no hay nadie que no haya tenido su buen sopapo sentimental. En eso no hay invictos, a menos que uno haya estudiado para cura desde los cuatro o cinco años de vida.

Por lo tanto, ya que ninguno se salvó de tener un rebote histórico, para sacarle provecho a esa desgracia y para que no nos duela tanto, disponemos de dos posibilidades: una, disfrutar la patinada contándola a nuestros amigos, esos que siempre nos contienen y nos dan la razón, y otra —que le ha dado fama y excelentes réditos comerciales a varios nativos de la Argentina— sería la de escribir una buena letra de tango, donde cuente que la mina se le fue del bulín con su mejor amigo en una cruda noche de otoño mientras lloraban los violines, pero la culpa era de ellos y no que uno la tenía demasiado corta o sufría de corrimiento precoz.

Sin embargo, no todos los fracasos son malos. Si bien hay algunos que son vergonzosos, hay otros que dan prestigio. Si nos da vuelta el rostro la vecina del piso de abajo, que es petisa, tiene acné, vello en las piernas y pelo hirsuto, nos morimos de vergüenza y buscamos que nadie se entere. Pero, si tuviéramos la suerte de rebotar con alguien parecida a Cameron Díaz o Michelle Pfeiffer, se lo contamos a todo el mundo. Es más, publicamos solicitadas en los diarios y salimos con un megáfono a la calle a desparramar nuestra grata desgracia.

Los rebotes que tenemos sólo se vuelven dramáticos cuando vemos que las mujeres que no nos dieron calce a nosotros se dejan cortejar con placer por nuestros amigos, esos mismos seres despreciables que siempre ganan con todas las faldas que se les cruzan. En estas situaciones, sin posibilidades de ocultar nada porque todo está a la vista, debemos buscar maneras de salir bien del rebote. No hay nada mejor que recordar la fábula del zorro y las uvas, y decir:

—Menos mal que zafé de ese adefesio.

O:

—Total, no tenía un peso para el hotel.

O, llegando a la crueldad máxima, sin un ápice de escrúpulos:

—Me dijeron que en la cama no sabes si está dormida o desmayada.

Nadie le creerá cualquiera sean los justificativos para explicar el puntapié recibido. Pero todos, por ser amigos, van a tratar de no hacérselo saber.

Julio César Parissi
De "
Las Mujeres Son Un Mal Necesario"

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