Soledades imposibles |
Ana
está condenada a la compañía de la gente, de la misma manera que otros
se debaten durante años en una llorosa soledad. Viajó por todo el mundo,
sin acompañante, pero nunca sola. Su relación con los demás siempre fue
instantánea. Allí donde llegaba, allí aparecía alguien a su lado. —¡Una mujer nunca puede estar sola! —me cuenta, con un tono de angustia en su voz que parece sincero—. Siempre hay alguien que te invita a pasear, amigos que te llevan a comer, familiares que se te pegan. Hasta tenés amigos ocasionales que se sienten camaradas de toda la vida y te comprometen a participar en alguna reunión. Hay veces en las que pienso que Ana tiene ese espíritu tan viajero porque intenta poner distancia con sus conocidos de toda la vida, como manera encontrar algún tipo de soledad, que persigue pero no halla. Muchas veces pensé en eso, y un día le dije: —Tendrías que viajar a un lugar remoto, tranquilo, desconocido. A un pueblito entre montañas, con poca gente, en donde nadie se ocupe de vos ni de lo que hacés. —No, por favor —me respondió, con las cejas caídas y más asustada que nunca—. En un lugar así me moriría de angustia. |
Julio César Parissi
De "Breves
cuentos porteños"
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