Reflexiones a propósito de la ficción |
Siempre
me preocupó saber cómo se encara de la mejor manera la escritura de
ficción. Por lo general comenzamos —yo, usted, él y casi todos—con
el error habitual que consiste en tratar de transformar un recuerdo real
en una página de ficción. Y la cosa está por otro lado, justamente por
el lado opuesto a ése. Tengo
algunas ideas particulares, que considero originales y que deseo compartir
con el lector, lo cual indica una de estas dos cosas: que no soy nada egoísta
o que sí lo soy y supongo que esto no lo lee nadie. En
primer lugar, la ficción debe asumirse como lo que es: fábula, fantasía,
imaginación, invención, fingimiento y, agreguemos, hipocresía. En
criollo podemos decir que todo lo que hagamos en el terreno de la ficción
deberá ser, sin ninguna duda, falso o mentiroso. Esa es la verdad y la
razón de la ficción. Por lo tanto en la ficción lo falso es la verdad,
y la verdad, en la ficción, se transforma en mentira. ¿Cuántas
veces escuchamos decir: “Escribí una novela basada en un hecho real”,
con lo cual el autor trata de hacernos ver que su texto es importante
porque narra hechos sucedidos? Quizá la falla de su trabajo, si la
hubiera, será ésa: todo aquello que sea tomado de la realidad jugará en
contra, si es que estos datos reales no están al servicio de la ficción.
Serán buenos elementos cuando estén puestos para dar credibilidad a un
relato inventado. Están para ser distorsionados, falseados y cambiados en
función de una narración imaginada y no como una crónica de la
realidad. ¿Dónde
está la razón de ser de un escritor de ficción? Está en el trabajo de
inventar. Haciendo la crónica de hechos ya sucedidos está cercenando esa
posibilidad y le quita fundamento. Lo pone como mentiroso en relación a
su labor, que es la de imaginar. No está imaginando sino copiando.
Porque, reitero, en la ficción lo verdadero siempre es falso. Si
esto es así, ¿alcanza con inventar una historia para que el trabajo
tenga valor? Entiendo que no, porque el trabajo de ficción realmente
acabado necesita de dos mentiras sucesivas o en conjunción. En primer término,
el lector debe creer que lo que inventamos es real, que no es fruto de
nuestra imaginación sino que somos cronistas de hechos que se produjeron
ajenos a nuestra voluntad. Y en segundo término, el lector debe creer que
lo único que nos interesa es contarle esa historia cuando en realidad lo
que nos mueve a escribir es hacer literatura, ejercitar un arte, para
nuestro regocijo o para nuestras búsquedas espirituales. Sin esta segunda
intención el texto que elucubremos será irremediablemente pobre, playo y
olvidable. Como lo son las malas novelitas policiales y románticas que se
venden en las terminales de transportes. Por
otro lado, si el lector descubre una de estas mentiras, o las dos, la
labor será un fracaso. Hay que recordar y tratar de imitar a esos sujetos
que andan por la vida dedicándose a hacer el cuento del tío. Sus
mentiras deben ser tomadas por verdades por la víctima si es que quiere
tener éxito con su trampa. El autor debe usar la misma técnica —con
otros fines, se entiende— pero que lo llevan a un mismo lugar: obtener
la credibilidad del lector, aun en el caso de que la narración sea una
sucesión de los mayores disparates que puedan desafiar la lógica
conocida del tiempo o la materia. El
relato de ficción ha teñido tanto a la palabra escrita que, salvo
algunos textos, todo debería ser tomado como ficción. Incluso las
explicaciones sobre los textos de ficción deberían catalogarse como
ficticios. Por supuesto, menos éste que estoy escribiendo con total
seriedad, con la intención de que usted tenga alguna respuesta para sus
dudas. Y si miento, que me quede mud |
Julio César Parissi
De "El Club
de los Ghost Writers"
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