Primavera con nieve |
Fue
en el tiempo loco de la primavera, cuando el pequeño Juan estaba en la
ventana y apareció un viento arremolinado. Enseguida vio a la madre
saliendo presurosa al patio para recoger las sábanas del tendedero; entró
con la ropa a cuestas, cerró las puertas y las ventanas mientras el cielo
se oscurecía ocultando el sol de la tarde. El viento trajo la lluvia, y
la lluvia golpeó contra los vidrios. A Juan le pareció que el agua pedía
entrar en la casa. Tras la lluvia llegó una granizada, ruidosa, ronca y
feroz. La tormenta se fue, tan rápido como vino. El sol rasgó las nubes, y se instaló una calma que invitaba a salir. Juan lo hizo; caminó por la vereda, se asomó al cordón y vio, con asombro, montones de arroz blanquísimo a lo largo de la acera. Metió sus manos en uno de ellos y sintió el frío en sus palmas. Corrió a la casa con el tesoro a cuestas. —¡Mamá, cayó nieve! —Es granizo, hijo. La nieve es otra cosa. La nieve está en Europa o en las montañas del sur. Algún día la vas a conocer. El granizo se derritió bajo el sol de primavera sin dejar rastros. Luego, pasaron muchos años antes de que Juan tuviera la oportunidad de conocer la nieve. Estando en la montaña, Juan, ya hombre, se inclinó y recogió un puñado de nieve imitando aquel viejo gesto de la infancia. Pero ahora todo era distinto. Hizo el mismo gesto; no logró la misma emoción. Había demasiada nieve y él tenía demasiados años. |
Julio César Parissi
De "Breves
cuentos porteños"
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