El porteño |
—En definitiva, me quedé viviendo en París, para toda la vida. Después de que estás un tiempo allí, todas las demás ciudades te parecen una basura —dijo Oscar, desde el teléfono. El que lo oía, desde la otra punta, siempre soñó con conocer París. Pero su sueño era modesto: su módica aspiración era ir a París como turista, aunque fuera en un tour. —¡Ah, París…! —exclamó el otro con suavidad, y en su imaginación se superpusieron los puentes sobre el Sena, la pirámide del Louvre y el Arco de Triunfo, como si París fuera sólo una postal y no una ciudad como todas, en donde un tipo deja la baguette en el suelo para atarse un zapato o un negro quiere venderte baratijas de Malasia como artesanía francesa. En su cabeza giraba una París sin olores ni gritos, una París en donde lo único que se escuchaba era la música que hubiera querido oír en sus calles. Exilio, vagabundeo,
trabajar en cuanta profesión le saliera al paso, recalar en la canción,
cantar en francés, grabar en Europa algún tanguito y vivir en París,
completaban —como en una letra de Cadícamo—, el estigma porteño de
Oscar. Pero, la diferencia es que él no se murió en la nieve de otoño. A Oscar le fue bien. |
Julio César Parissi
De "Breves
cuentos porteños"
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