La tenemos en casa. En el living, en la cocina o en el dormitorio. Algunos con cable y otros con antena. Entonces, si la tenemos, ¿cómo no vamos a prenderla? La tele es un desastre, es la caja boba, su programación es insufrible, es para infradotados, pero nunca —aunque sea un ratito por día— dejamos de verla.
Antes creíamos que eran las amas de casa que ponían la tele para sufrir viendo las desventuras de las heroínas de telenovela. Para ellas, sufrir era una manera de gozar, si vamos al caso. En cambio, cuando nosotros ponemos la tele y sufrimos, sólo nos pasa eso: sufrimos. Hacemos zapping intentando encontrar aquellos que pueda generar un disfrute aunque sabemos de antemano que nunca lo lograremos. Y eso que uno no tiene paladar negro, que uno se conformaría con un nivel tipo cine clase B. Pero, ni ahí.
No es que uno sea un viejo vinagre que supone que todo tiempo pasado fue mejor, pero en materia de programación humorística no tenemos la calidad de otros tiempos. En décadas pasadas quien producía un programa de humor suponía —era obvio— que el guión era la base, y se mataban buscando generar sketchs originales. Hoy se cree que haciendo morisquetas y diciendo chistes sacados de Internet se puede hacer uno, dos o cien programas de humor. Eso es lo que hacen y nosotros sufrimos.
Entonces, buscamos un programa cultural, y aquí sucede algo parecido, pero visto desde la óptica intelectual. Se supone que un programa cultural se hace con gente de la cultura, sin importar si el que está frente a las cámaras es un negado para comunicar, un escritor con miedo escénico o un pintor que no tiene la menor idea de cómo explicar su trabajo. Todavía no han entendido que un programa cultural es, antes que nada, un programa periodístico que debe regirse por los códigos de la comunicación. ¿De qué sirve poner a un eximio escritor si éste no es un buen comunicador y nos duerme cuando explica? Es hora de pensar que deberían esmerarse en hacer un verdadero programa cultural periodístico. No lo hacen y nosotros sufrimos.
No hablo de los programas de bricolage, de los de modas o de los de chismerío del espectáculo porque no soy consumidor, por lo cual desconozco si son buenos o no. Lo que me queda es el deporte, y en ese sentido tengo al fútbol como el rey de los deportes. ¿Qué veo, entonces? Si tengo cable sufro con los partidos del campeonato nacional, porque, ni aunque se esfuercen más, peor no pueden jugar. Y no me digan que hay buenos partidos de golf para ver por tele. Cuando tenga ochenta años quizá me dé por ahí. Pero, para eso todavía falta tiempo.
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