Ni el tiro del final |
—Estaba deprimido —me dijo Adolfo—. Hacía tres años y medio que mi hermano se había ido para España y yo no sabía que hacer con mi vida. Me la pasaba tirado en la cama esperando que volviera. Yo, estando solo, no sirvo para iniciar nada; siempre dependí de él para todo. Pero, ¿cuándo iba a volver? ¿En cuatro años, en cinco, en diez? Estaba tan deprimido que decidí suicidarme. Se me ocurrió que la mejor forma de suicidio era morir durante el sueño; no sentís nada, ni sufrís. La muerte iba a ser por emanaciones de carbón; metía un paquete de carbón adentro de una lata, lo encendía en la mitad de la pieza y me iba a dormir. Durante el sueño el carbón iba a hacer lo suyo, o sea, intoxicarme con monóxido de carbono. ¿Se dice así, no? Carbón tenía; sólo me faltaba la lata. Era tarde, pero igual salí a buscarla. No sabés las cuadras y cuadras que me recorrí y no encontré una puta lata tirada. Anduve de arriba para abajo, y nada, che. —¿Y, entonces? —le pregunté. —Y entonces no me suicidé una mierda. |
Julio César Parissi
De "Breves
cuentos porteños"
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