Luna Park |
—La nostalgia es un viento que barre Buenos Aires. Va por sus calles levantando el polvo de las baldosas y los retazos de periódicos, y hace rodar las colillas de cigarrillos al borde de los cordones, donde se arraciman todas como si tuvieran frío. Algunos me dicen que lo mío es la nostalgia, y bueno, si es así, ¿qué carajo les importa? Tantas cosas se han ido que sólo nos queda el recuerdo. Como las noches de boxeo, por ejemplo. Hoy los pibes no saben que es un uppercut, no disfrutan de un punteo de izquierda presagiando un cross de derecha. No tienen ni idea. Por eso, cuando en el Luna anuncian una pelea —cualquiera sea ésta, un match de morondanga— enseguida nos juntamos alrededor del coliseo llenando los boliches varias horas antes de la pelea. Aunque hoy no se puede pedir mucho. Los que pelean esta noche son, sin duda, dos muchachos torpes, ni tan estilistas ni tan peleadores, y subirán al ring tratando de hacer lo mejor posible aquello que a duras penas le enseñaron en el gimnasio. Pero yo y muchos infelices como yo vamos a ocupar todas las mesas de los cafés de Bouchard y de Corrientes, y si bien miramos las performances de esos dos paquetes, la charla siempre va hacia los grandes combates. “¿Te acordás de aquella pelea...?”. “¿Te acordás de fulano, te acordás de...?”. Algunos hasta se recuerdan de Pascualito. Allí, entre esas mesas está lo mejor de la velada; después, alrededor del ring sufriremos un rato la escasa belleza de lo que pasa arriba de la lona. Porque lo mejor de las noches de boxeo del Luna están en los boliches, entre cafés y ginebras, y luego de esas charlas salimos pipones de recuerdos. Ah, qué noches esas noches... |
Julio César Parissi
De "Breves
cuentos porteños"
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