Los hombres sufren más que las mujeres |
Parece que, en los últimos tiempos, a mí alrededor se gestó una epidemia de separaciones. Y lo peor que los que se están separando eran matrimonios consolidados, no parejas de loquitos que se juntan hoy y se patean mañana. Son amigos que trabajan en los medios. Más concretamente, artistas, tipos sensibles, tranquilos y razonadores. Sin embargo, por motivos que no me meto a averiguar, un buen día me dicen: “Discúlpame si ando mal, pero me estoy separando...” La disculpa es porque su vida laboral se encuentra despelotada por el tsunami que significa dejar la casa, la mujer y los hijos. Como esto, pura coincidencia, lo vi varias veces en un corto lapso, me llevó a pensar cuánto sufre el hombre la separación en relación a la mujer. ¿La mujer sufrirá lo mismo? Yo creo que no, y hay varias razones. La primera es el machismo con el que fuimos criados. ¿Qué es lo mejor para un hombre soltero? No casarse. ¿Y qué es lo mejor para un hombre casado? Separarse. Es decir, el mandato machista dice que el hombre es más feliz cuando está solo. Eso se ve en los chistes de boliches, donde los hombres disfrutan de imaginarse libres de ataduras. Por ejemplo, aquel en que el tipo, casi llorando, le dice a la mujer: “Llevamos treinta años de casados, vieja. Si hubiera matado a alguien, estaría libre desde hace cinco.” O el otro que en que la mujer le pregunta al marido qué es la felicidad y el tipo le contesta: “No lo sé, siempre estuve casado con vos.” Pero la realidad es otra. El tipo se separa, pero debe repartir lo bienes, cumplir con la manutención de lo chicos, no puede llevarse a los hijos y debe mudarse, porque en la casa familiar queda ella. Todo esto no sería del todo terrible si, como le dicen en la barra, ahora empezara la joda, la noche, las minas, las copas y la diversión sin rendirle cuentas a nadie. Pero sucede que en su lugar de separado —un monoambiente de mierda— mis amigos se la pasan llorando por su nueva situación, con horas al divino botón, sin que nadie, por caridad, venga a romperle las bolas con alguna tarea hogareña, porque el tipo sueña con que lo necesiten para cambiar una lamparita o destrabar la llave de la puerta del fondo. Además, el hombre es un separado, alguien que durante más de una década, por lo menos, no estuvo en el circuito de la noche y el levante. Totalmente fuera de onda y, encima, con el estigma de cargar una familia y unos hijos que ya casi no le pertenecen pero que sigue bajo su protección monetaria. En cambio, la mujer —que se queja con sus amigas: “Qué más remedio, me tuve que hacer cargo de todo, querida”— no sufre ni la décima parte de lo que sufre el tipo. Ella tiene que seguir con el ritmo de la casa y no tiene necesidad de adaptarse a un ámbito nuevo, los hijos requieren de ella como siempre, y su casa continúa siendo su casa, quizás ahora más holgada porque el gordo decidió irse. Puede ser que en la cama matrimonial extrañe un poco, pero tal vez lo que extrañe es decirle al tipo: “¿Otra vez tienes ganas? No empieces, que la semana pasada lo hiciste...”, y dice “lo hiciste” porque en ese trámite ella hace años que dejó de involucrarse. Luego, cuando las heridas —si es que hay— cicatricen, puede ser que se haga un tiempo de conseguir otro marido, pero con cama afuera. Y listo. Por eso, en las separaciones, el chiste que más se acerca a la realidad es aquel donde una mujer le dice a una amiga: “Me saqué un montón de grasa de encima.” “¿Te hiciste una liposucción?” “No, me divorcié.” |
Julio César Parissi
De "Las
Mujeres Son Un Mal Necesario"
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