La vida nos da y nos quita |
Esa
noche, cuando lo volví a ver, estaba tocando el piano en un bar
literario. No había cambiado mucho; sólo tenía el pelo muy canoso,
demasiado canoso para sus años. No me reconoció cuando lo saludé;
luego, sin dejar de tocar, entrecerró los ojos, recordando, y me hizo un
leve movimiento afirmativo con la cabeza. Su gesto parecía decir que se
acordaba, aunque no mucho. Fuimos compañeros en la primaria y también en
el secundario. Cuando cursaba el colegio ya era pianista en algunos
boliches nocturnos, junto al padre. Siempre imaginé que iba a llegar
lejos con la música. Por eso me sorprendí al verlo en ese pub, sentado
en la banqueta que, tal vez en otro tiempo, habría ocupado su viejo. Al término,
le pedí que se acercara a mi mesa. Llegó, me golpeó el hombro y me
dijo: «¿Qué hacés, nene?», como si los años no hubieran pasado. —Cuando era chico y
veía a mi viejo sentado ahí, pensaba que había triunfado. Allí quería
estar yo, como estoy ahora —me confesó—. Hoy sé que no era cierto:
estar acá no es el triunfo de nada. La vida te quita muchos sueños. Con
el tiempo acepté no llegar al éxito; al final, quise un poquito de
gloria y tampoco lo logré. Cómo ves, terminé conformándome con esto. —¿Esto? —le
pregunté—. ¿No es muy poco para vos? —Esto es la libertad de hacer lo que me gusta. Y no es poco —me contestó. |
Julio César Parissi
De "Breves
cuentos porteños"
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