La gente cree lo que quiere creer |
Aunque parezca mentira o de ciencia ficción, estoy seguro que hay empresas dedicadas a medir el grado de capacidad mental de los pueblos. En términos más populares, diríamos que se dedican a ver el grado de pelotudez que tenemos para saber qué verdura pueden llegar a vendernos sin que nos avivemos. Para que estas cosas funcionen en beneficio de algunos vivos es necesario que nosotros creamos lo que queremos creer, y veamos lo que queremos ver, aunque ambas cosas sean mentira e ilusión respectivamente. No importa lo enorme que sea el disparate dicho o comentado. Para este cometido, los medios de comunicación son como mandados a hacer. Nacimientos
y casamientos. Cada
tanto largan el rumor de un nacimiento de un ser humano con algún
elemento físico de otra especie –pico de ave o escamas de pescado- o el
casamiento frustrado por un despelote que se armó en la misma iglesia.
Infiero que estas noticias se echan a la calle para medir a qué velocidad
corre el rumor. O sea, lo que hoy se dijo acá a qué distancia se estará
repitiendo mañana. Si
estos rumores corren rápido, es que somos muy crédulos. Excelente. En
cambio, si se frustran y se olvidan pronto, es que empezamos a avivarnos.
Malo para el negocio. Supongo
que lo que nos sucede es lo primero —somos demasiado crédulos— porque
uno de estos rumores, el del lío en la iglesia, llegó a ser tapa, no
hace mucho tiempo, del diario “Crónica” de la Argentina. Por
supuesto, jamás se llegó a saber en qué iglesia fue el despelote,
quienes eran los que se casaban y cuál era el cura que oficiaba el
casamiento. Pese a esto, aunque usted no lo crea, hubo un jefe de redacción
y un cronista que decidieron sostener que la versión era cierta a tal
punto de dejarla impresa, algo que no es como el rumor que el viento
termina por disipar y nuestra pobre memoria por olvidar. Pese
a lo incierto y estrafalario de estos rumores, cada vez que los lanzan
—y no se crea que cambian mucho, son siempre los mismos— la gente los
cree a pie juntillas. Y a nadie se le ocurre comentarlos cuando se desvirtúan,
ya que, como los han creído, no desean que quede en evidencia su estúpida
credulidad. Un
flato histórico.
Hace más de quince años corrió, como reguero de nafta, el dato que una
profesora de gimnasia de la televisión argentina tuvo, durante una sesión
frente a cámaras, la desgracia de emitir un sonoro pedo.
Hoy casi todo el mundo cree que se trató de una siniestra broma de
alguien, pero fue tal el revuelo que produjo la noticia que esta mujer no
actuó nunca más en la tele. Jorge Guinzburg —que junto a otros
humoristas hacían “La noticia rebelde” en ese mismo canal— contaba
que cuando se enteraron de esa noticia, falsa o no, se les ocurrió decir
que ellos salieron del canal con máscaras antigás. Fue sólo un
comentario, nada más, pero Guinzburg se sigue encontrando con viejos
televidentes de su programa que le dicen lo gracioso que fue cuando
aparecieron ante cámaras con las máscaras. A pesar de que ese hecho
nunca sucedió, la gente lo recuerda... El
entrevistador mitómano.
A principios de los noventa, en el diario “El Cronista Comercial” de
la Argentina apareció un joven periodista con reportajes increíbles,
hechos todos a través del novísimo fax. Comenzó a publicar reportajes a
Gabriel García Márquez (el primero), Vargas Llosa, Umberto Eco, Carl
Sagan, Onetti y algunos más. A pesar que la mitad de la redacción decía
que ese tipo era un mitómano y los reportajes eran truchos, el director
los seguía publicando. Es más, este periodista dijo que amplió el
reportaje a García Márquez y que se podía publicar un libro con prólogo
de Eduardo Galeano. En verdad, nada era cierto y este muchacho afanaba
textos de otros periodistas y escritores, y cuando se descubrió la
tramoya quemaron los libros con el reportaje a Márquez y el falso prólogo
de Galeano, que no sabía en ese momento que el tal texto existía. Pero,
aunque parezca increíble, en la presentación del libro a la que fueron
invitados cerca de quinientas personas, entre ellos varios escritores de
nombre, muchos afirmaron que vieron a Galeano en ese acto, a pesar de que
Galeano jamás estuvo ahí. Hoy,
este periodista está trabajando en un diario del interior de la Argentina
y a uno le parece insólito que eso suceda, pero, según quien lo contrata
en este momento —que conoce toda la historia de sus desatinos periodísticos—
dice que lo hace para darle una «segunda oportunidad». Sólo
me queda una duda y es que esa segunda oportunidad no se la estará dando
porque cree en su rehabilitación o para que mejores sus fábulas. Somos
niños. Esto de creer lo que uno quiere creer me recuerda una anécdota de niño.
Cuando tenía siete u ocho años se corrió la noticia que a las doce de
la noche contra el murallón del antiguo cementerio del Buceo aparecía un
fantasma. La mitad del barrio íbamos a instalarnos en la vereda de
enfrente para tratar de verlo y siempre, cuando llegaban las doce de la
noche, grandes y chicos empezaban a gritar que veían al fantasma, y
muchos decían ver cada uno de los movimientos de este espectro, y de qué
manera aparecía y desaparecía. Yo miraba hacia donde apuntaba cada uno
de los que decían verlo, buscando que la figura de ese ser se me
presentara, aunque fuera por una milésima de segundo. Esa fue una de las primeras frustraciones de mi vida. Yo, jamás lo vi. |
Julio César Parissi
De "El Club
de los Ghost Writers"
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