Los casados han escuchado a sus esposas decir más de una vez que ellas hacen maravillas con la poca plata que traen a la casa. Que si les dejaran el gobierno del país lo levantaban en un par de años. Y los que no son casados lo han escuchado también porque nadie nació de gajo. Todos tienen madre, hermanas o tías que, en algún momento, lo dijeron.
También se lo hemos escuchado a algún político trasnochado suponer que una presidente podría hacer mejor las cosas que un presidente. Por aquello de la sensibilidad y el hecho de ser madre, pero, sobre todo, por manejar la economía doméstica. “El país es como una casa”, dicen. “Entra plata, hay gastos, algunos trabajan, otros estudian, otros hacen tareas que no producen pero son necesarias, etcétera, etcétera, etcétera...” Visto así, la cosa parece lógica. También están los que dicen que un país es como una empresa: “Entra plata, hay gastos, etcétera, etcétera, etcétera...”, y sueñan por ponerle a la república el nombre de «República Tal o Cual Sociedad Anónima». Visto así, también parece lógico.
No me diga que estas cosas nunca las escuchó porque no le creo.
Sin embargo, y luego de pensarlo en eso muchas veces, creo que mi mujer no está para presidente y mi casa no es un país. Mire usted lo que le digo:
En mi casa yo llevo la plata y mi mujer no me la esconde ni se la queda ella, ni tampoco me la quedo yo. La gastamos entre todos. Vaya a pedirle al dueño de la fábrica de la esquina que reparta con usted sus ganancias. Vaya...
En mi casa no mandamos a dormir a la intemperie a ninguno de nuestros hijos por el hecho de que todavía no entraron en el mercado laboral (ellos dicen que estudian, pero para mí son desocupados).
La luz, el gas y los demás servicios no los producimos en casa, los compramos afuera, por lo cual no podemos incidir en sus precios. Por suerte en el país todavía se siguen manufacturando algunos productos y pueden regular sus precios (de la electricidad no estoy muy seguro).
Nos sentamos en la misma mesa y tratamos de que todos coman lo suficiente para vivir. No dejamos que ningún miembro de la familia nos vea comer mirándonos por la ventana, desde la vereda.
Y la razón principal por la cual sostengo que la economía doméstica es un tema fácil comparado con la economía de un país, es que todavía no vino a mi casa —y esperemos que no venga nunca— ningún empleado del FMI a apretarme los huevos.
Para esos menesteres lo tienen al gobierno de turno. |