Filosofía del estaño |
Acodados en el mostrador, tomando con lentitud sus copas, filosofaban sobre las cosas de la vida. Uno de ellos ya le había explicado al otro, a quien apenas conocía, cómo era el mundo. Al ver que su ocasional amigo seguía callado, continuó: —A veces pienso que la gente no me entiende —dijo—. Yo lo tengo todo claro, pero a los demás les parece oscuro. ¿Usted me entendió? —Sí, claro que lo entendí —respondió el otro, a punto de tomar otro sorbito de ginebra. —Explíquemelo. —¿Qué cosa? —Lo que le dije sobre el mundo. El otro titubeó, metido en el brete de repetir la explicación. —No, yo no podría. No tengo la facilidad de palabra que tiene usted. Pero, quédese tranquilo, lo entendí todo —dijo. El primero movió la cabeza y apretó los labios, aceptando ese razonamiento. —Sí, eso es cierto. Veo que me entendió todo. |
Julio César Parissi
De "Breves
cuentos porteños"
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