Exilio en una plaza |
Como lo hago todas las mañanas desde que estoy jubilado, me senté en el banco de la placita de Morón. Abrí el diario, y cuando me disponía a leerlo apareció un hombre mayor a mi lado. —¿Siempre viene acá? —me dijo. —Siempre. ¿Y usted? —Yo no. Esta es la primera vez —respondió—. Ando por aquí y por allá. Soy del Abasto, ¿sabe? Pero, en el Abasto ya no se puede estar. Le hice un gesto de afirmación cómplice y empecé a mirar el periódico. —Conocí a Gardel, ¿sabe? —volvió a hablarme. —¿A Gardel? —contesté, dejando el diario. —Lo conocí en el boliche de los Traverso, cuando Carlitos empezaba a cantar y yo era un muchacho atorrante de ese barrio. Nací y viví en el Abasto, y el Abasto era toda mi vida. Para Carlitos, no. Él se fue por el mundo, a cantar; y un día se murió, pobrecito. —¿Por qué dejó usted de vivir en el Abasto? —¿Qué quiere que hiciera? Cuando estaba el mercado era otra cosa. Ahora hay mucha gente, mucha cosa moderna, mucha luz —se quejó. Yo no entendí su queja. —Y eso, ¿qué tiene de malo? —¿Usted piensa que hoy el Abasto es un buen lugar para un fantasma? |
Julio César Parissi
De "Breves
cuentos porteños"
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