Llegué temprano a la cola para un trámite municipal, y en el lugar ya se encontraban tres personas. Enseguida llegó una señora mayor. Los que estaban antes que yo habían hecho esa amistad fugaz de las colas y charlaban de sus vidas.
—Tengo todos los trámites hechos y espero jubilarme dentro de poco. No sabe las vueltas que di —dijo el señor que estaba primero. Detrás de él, una señora, enfundada en un enorme chal a pesar de la temperatura de verano, contestó:
—Ah, sí, para todo hay que dar vueltas. Hace un tiempo llamé para que vinieran a tapar un pozo que hay frente a mi casa y tardaron un mes en hacerlo.
—Después quieren cobrar impuestos —dijo el tercero. Y añadió—: Encima nos cobran el servicio eléctrico más de lo que consumimos, porque hay quienes se cuelgan de la línea y la compañía hace un prorrateo entre los que pagamos. Pagamos por los que no pagan.
—Dígame a mí —volvió a hablar el futuro jubilado—. La semana pasada vinieron a pedirme una escalera para colgarse de los cables. Les dije que no. Para colgarse, no la presto.
La señora que estaba detrás de mí y que escuchaba con atención, me dijo por lo bajo:
—Cuántas cosas que se dicen en estas colas. Si hubiera aquí alguien que escribiera...
Yo la miré y le hice un gesto para que viera que me asociaba a su pena porque no hubiera aquí una persona con la virtud de escribir, pero al mismo tiempo pensé que estos diálogos que deslumbraban a la mujer no era algo digno de ser contado. |