Diarios viejos |
Las tapas de los diarios viejos, exhibidos como valiosas reliquias, están colgados en el quiosco del subterráneo. El hombre, cada vez que pasa frente a ellos, se detiene a mirarlos, como si una mano invisible lo atrajera hacia las carátulas amarillentas. “Lleve el diario del día de su nacimiento. No son fotocopias”, dice el cartel. ¿A ver? ¿Qué pasó en 1957? ¿Y ese otro? “La reunión de Yalta”. “Cayó Yrigoyen”. “Murió Evita”. El hombre busca uno que sea del año de su nacimiento, quiere saber cómo andaba el mundo el día que salió del vientre de la madre. Ha mirado ese lote de viejos diarios infinidad de veces, pero jamás encontró uno que estuviera, aunque más no fuera, cerca de su nacimiento. Hay tapas que hablan de Mussolini, otras de un Mundial de fútbol. Está el Sputnik, la hazaña del Plus Ultra y la Revolución Libertadora. Pero, ninguna de esas tapas coinciden con el año de su llegada, no hay hecho grandioso que pueda pegarlo a su día como una escarapela. El hombre sabe que va a estar un rato mirándolos, y luego seguirá su camino. Otro día pasará por ese mismo sitio y volverá a detenerse para leer los viejas tapas de los periódicos. Nunca compró ninguno. Nunca va a comprar ninguno. No le sirve comprarlo; no es un diario lo que busca. En esos titulares él quiere encontrar un pedacito de su pasado. Y eso —su pasado— ya no está en ningún lugar. Mucho menos en un papel impreso. |
Julio César Parissi
De "Breves
cuentos porteños"
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