El
absurdo como resistencia a la dictadura uruguaya Claudio
Paolini Universidad de la República, Uruguay |
En
el imaginario colectivo actual de los uruguayos coexisten tradiciones que
participaron en etapas pretéritas de nuestra identidad nacional, junto
con elementos recientes y la búsqueda de nuevos paradigmas. En este
sentido, no es difícil percatarse en nuestros días que muchos mitos y
creencias del pasado están en crisis; que de aquel imaginario gestado y
asumido –principalmente– durante las primeras décadas del siglo XX, sólo
quedan algunos remanentes. Lo que había sobrevivido en la segunda mitad
del pasado siglo, se fracturó en la década del setenta, con la dictadura
cívico-militar (1973-1985), a través de la violación de los Derechos
Humanos, el agravamiento de la situación económica, la censura de los
medios de comunicación, el exilio masivo, etc.
Si
bien las libertades democráticas y las garantías constitucionales más
importantes ya habían comenzado a degradarse en los últimos años de la
década del sesenta, con la dictadura se instauró un ambiente de
inseguridad y represión que resultó agobiante. En ese ámbito, varios
aspectos esenciales de la vida cotidiana de los uruguayos, como los
espacios públicos como lugares de encuentro, el resguardo de la propiedad
privada, y el derecho de las personas detenidas a defenderse y a no ser
maltratadas, quedaron cercenados.
A
pesar de todo esto –y con el paso de los años–, en algunos sectores
de la sociedad uruguaya se fue instaurando un sentimiento de rebeldía que
organizó –poco a poco– lo que Rafael Bayce (1989) denomina “islas
de resistencia” contra la dictadura, conformadas por diversos
movimientos, como las cooperativas de vivienda, las asociaciones
estudiantiles, y la mayoría de los integrantes del canto popular, el
carnaval y el teatro.
En
esta dirección, el teatro –que en los primeros años de la dictadura
había sufrido el cierre de salas, la proscripción de elencos, la
prohibición de obras de autores nacionales y extranjeros, y la exclusión
de directores, actores y técnicos (siendo, muchos de ellos, encarcelados
o forzados al silencio o al exilio)–, se convirtió en uno de los
espacios de comunicación alternativa y contrapuesto al discurso ideológico
dominante. Un lugar en donde un segmento de la sociedad pudo expresar su
oposición al gobierno, e intentar la reconstrucción de algunos aspectos
del imaginario tradicional que habían sido intensamente sacudidos. De
esta forma, el teatro inició la profundización de sus métodos de
resistencia hacia fines de la década del 70.1 Esto se reflejó
en varias cuestiones: En 1978, el Teatro
Circular, en conmemoración de sus veinticinco años, convocó a un
Seminario de autores y a un Concurso de obras dramáticas –el primero
desde 1973–. Ese mismo año, se inauguraron las salas Teatro de los
Pocitos y Teatro El Reloj; y en 1979, el Teatro Tablas, además de la
reapertura de la Escuela Municipal de Arte Dramático. Por estos años se
consolidaron algunos grupos nuevos como Teatro
de la Gaviota y Teatro de la
Ciudad, al igual que la aparición de elencos jóvenes que
organizaron, en 1980, el “Primer Encuentro de Teatro Joven”. Los
textos de autores nacionales y latinoamericanos comenzaron a ponerse en
escena con más asiduidad que en los años anteriores, del mismo modo que
las representaciones de determinadas piezas clásicas del teatro universal
que contenían un mensaje político contrario o revelador del poder hegemónico
de ese momento, como Mariana Pineda
de Federico García Lorca2 y El
enemigo del pueblo de Henrik Ibsen,3 ambas en 1980. Los
sistemas textual y espectacular, mediante la acentuación del poder de su
lenguaje polifónico, se transformaron en elementos de resistencia ideológica
a través de, por una lado, la utilización de textos que destacaban los tópicos
del poder, la libertad y la represión, mediante metáforas y alegorías;
y por otro, la explotación –al máximo– de gestos, entonaciones y
ademanes; todos ellos para referirse a la amenazante situación existente.
Y, por último, todos estos factores se reflejaron en el aumento de la
participación del público al reconocer en el teatro otro espacio
propicio para manifestar su rebeldía y su necesidad de desahogo.
Desde
esta perspectiva, resulta interesante aproximarnos a las vivencias de
inseguridad, desamparo y opresión padecidas durante el último período
dictatorial en Uruguay, a través de la observación de la presencia de
elementos del absurdo como resistencia y denuncia a dicha dictadura, en
dos obras dramáticas de autores uruguayos: Alfonso
y Clotilde de Carlos Manuel Varela (Dolores, 1940) y El
huésped vacío de Ricardo Prieto (Montevideo, 1943). Alfonso y Clotilde se estrena el 14 de mayo de 1980 en la sala del Teatro del Centro, por el elenco de Teatro de la Ciudad, y dirigida por Carlos Aguilera.4 Sintéticamente
–y para una mejor ubicación de los aspectos absurdistas que más
adelante destacaremos–, la pieza –en un extenso acto– muestra un
matrimonio maduro que espera, en un paraje desolado semejante a los médanos
de una amplia playa, algo que, avanzada la obra, nos enteramos es un
transporte. Durante la espera, desde el terreno arenoso, asoman manos
azules –presumiblemente de personas enterradas allí–, y más tarde se
da la llegada de Paco, un sindicalista que trabajaba en la misma fábrica
que Alfonso. Paco está desnudo y con heridas en la espalda. Con la
intención de evadirse de estas apariciones, Alfonso y Clotilde se
entretienen en recordar cuestiones de su pasado común que derivan en
pequeñas discusiones y ridículos episodios. Unos minutos después, el
sindicalista muere y este hecho desencadena una nueva evocación en la que
se intenta explicar que la situación actual de la pareja se debe a que,
durante una cena con el dueño de la fábrica, Clotilde incurrió en la
imprudencia de manifestar su admiración por Picasso, por su “¡... gran
talento! ¡Y qué grandes ideas!” (Varela, 1988: 175); cuestión que dio
lugar a que los denunciaran y la consiguiente huida. Mientras continúan
recordando, llega la noche y con ella el transporte esperado, pero éste
sigue de largo, llevándose sólo a Paco y a los demás cadáveres. Al
final, la pareja –sola y casi a oscuras– empieza a padecer un
creciente proceso de desintegración de su lenguaje, su percepción y su
identidad.
En un artículo titulado “Teatro uruguayo: del enmascaramiento al significado explícito” Varela sostiene: En
Uruguay, durante la dictadura militar, el escritor teatral no pudo seguir
ejerciendo su tarea de comunicador de acuerdo con la tradición. Fue
necesario fracturar el espejo y recurrir a un lenguaje “enmascarado”.
[...] En ese sentido, se operó un cambio de estilo; las estructuras
socio-políticas empujaron al escritor del realismo fotográfico o
costumbrista de antes al nuevo “realismo alucinado”. Fracturado el
espejo, el espectador debía asumir la tarea de recomponer las imágenes y
ver entre las grietas. (1992: 49).
Con
estas palabras del autor, queda claro que la aplicación de recursos
absurdistas –en esta pieza– no fue un fin en sí mismo, sino un medio
para “enmascarar” una realidad dolorosa, amenazante y que no estaba
permitida reproducir.
De este modo, coincidimos con Jorge Dubatti (1995) en que esta obra no puede catalogarse como absurdista –en su definición clásica–, sino que sostiene y configura su propuesta sobre una base realista, apoyada sobre la tesis de la existencia de persecución ideológica y tortura en el país; y acompañada por una serie de episodios ambiguos, fingidos y extravagantes, con claros intertextos en la poética del absurdo. Su
carácter realista, se funda en que las acciones de la pareja están
regidas –en su mayoría– por una lógica entendible y muy vinculada a
la coyuntura política. Alfonso y Clotilde huyen porque sospechan que el
dueño de la fábrica y su mujer los denunciaron y que los están
buscando. Sus conjeturas y temores se materializan con la aparición
–primero– de las manos azules y –después– de Paco, con visibles
marcas de tortura. Su situación de espera es porque su vehículo se quedó
sin combustible. Y su aspiración, dirigida al futuro inmediato, es
recobrar el bienestar de su anterior situación acomodada e indiferente a
las circunstancias del país.
No
obstante, la trama de la pieza está vinculada con un sello típico del
absurdo: el de la espera interminable apoyada en el aplazamiento de la
acción, intertextualizando a una obra precursora como Esperando
a Godot de Samuel Beckett. Además, la intriga posee numerosas
cuestiones rodeadas de un halo de incomprensibilidad. En este sentido,
varias informaciones y comentarios están orientados a confundir y
desdecirse. Alfonso y Clotilde esperan algo que al principio no sabemos qué
es; más adelante, nos enteramos que se trata de un vehículo, pero del
que no se conoce cuándo va a pasar, de qué lado va a venir y si es “el
camión, el ómnibus, lo que sea” (1988: 177). Tampoco sabemos de dónde
viene la pareja. En cuanto al lugar en que se encuentran, es un “espacio
despoblado” (151) e inseguro que se parece a un desierto o una playa; un
territorio que se vivencia como algo ominoso. Las referencias temporales
son vagas y contradictorias, no sabemos cuántos días hace que están en
esa situación y tampoco cuanto tiempo puede durar la espera: “Unas
horas... un par de días...” (153).
En
cuanto a los episodios absurdistas –o con elementos del absurdo– que
están relacionados con un modo de resistirse y denunciar a la dictadura,
podemos distinguir los siguientes:
Cuando
aparece la primera mano, en lugar de reaccionar y buscar el resto del
cuerpo o preguntarse quién es o qué le pasó, se apartan de la misma y
Clotilde, mientras saca un tejido de la canasta, expresa: “Siempre dije
que el verano era una estación demasiado pasajera” (157). Asimismo, la
aparición de las manos está emparentada con circunstancias reales, dado
que en 1976 se habían encontrado varios cuerpos mutilados en las costas
de los departamentos de Rocha y de Colonia. A continuación, Alfonso dice
que necesita un whisky, a lo que Clotilde le ofrece un “pomo de pasta de
dientes sin estrenar” (157). Más tarde, la pasta de dientes se la pondrán
en la boca a Paco. Recordemos que muchos presos políticos –durante
algunos períodos de su reclusión– debieron recurrir a la pasta dentífrica
como su único alimento.
En
el instante que Clotilde se acerca –otra vez– a la mano y comenta
que es de una persona joven porque no tiene arrugas, Alfonso le contesta:
“Qué joda. Aparecen cuando menos lo esperás” (159), ridiculizando
las palabras de su mujer. Y enseguida, realizando un corte abrupto e
inesperado con lo anterior, “juntos inician los movimientos rituales del
acto sexual” (159), como algo mecánico y deshumanizado.
Paco
aparece desnudo y la pareja le tapa la cintura con un mantel a cuadros y
Alfonso le dice: “Tiene que disculparnos. Nunca quisimos ir a un campo
nudista” (164) y continúan hablando como si el aspecto y la situación
del recién llegado fueran triviales.
Cuando
descubren las marcas de tortura en la espalda de Paco, Alfonso expresa
bromeando: “¡Alguien quiso hacer allí un asado!” (165). Luego,
cuando se dan cuenta que en lugar de lengua, tiene sólo “un pedazo
negruzco que se mueve absurdamente” (171), Alfonso, ahogando una risita,
le dice a Clotilde: “¡Nunca va a decirte un piropo!” (171).
Paco
fallece, y Alfonso dice: “... Morirse justo ahora” (173). Y enseguida
propone un ridículo y desafectivizado rito de sepultura: “Bueno.
Echamos unos puñaditos simbólicos, te rezás un padre nuestro y que se
considere sepultado” (173).
Y
en el final, al tiempo que las luces disminuyen hasta que sólo queda la
iluminación de un cenital, la pareja padece un proceso de desintegración
sin ninguna causa visible. No obstante, una de las frases finales alude a
“un rey malo” (180), en una clara referencia a la situación de
autoritarismo que atraviesa el país en ese momento.
Con
respecto a El huésped vacío,
de Ricardo Prieto. La pieza se estrena el 15 de noviembre de 1980 en la
sala de la Alianza Francesa,5 por el grupo de Luis Cerminara y
Enrique Guarnero, y dirigida por Cerminara.6
Brevemente,
la obra –de un acto y cinco cuadros– presenta la escenografía de una
vivienda modesta, con muebles viejos, y adornada con plantas, jaulas con pájaros,
y cuadros figurativos representando a flores y animales. Los residentes
del lugar son un padre jubilado, una madre ama de casa y Jorge –único
hijo, estudiante de psicología–. Los episodios iniciales muestran a una
familia dominada por la rutina y la codicia, y apremiada por graves
penurias económicas. La rutina se quiebra con la llegada de un hombre
adinerado y excéntrico dispuesto a pagar una suma millonaria por el
alquiler de una habitación, asunto que soluciona de manera holgada los
problemas monetarios de los dueños de casa, e incentiva la ambición del
padre. Pero el huésped, llamado Fergodlivio –en el que resulta visible
la paronomasia con la sílaba “god” de Godot–, no viene solo: trae
consigo una cadena a la que llama Clara y a la que trata como su esposa
–recordemos que cadena es símbolo de ligazón y matrimonio–.7
Además, a cambio del excesivo pago de la renta, el huésped como portavoz
de su mujer inventada exige una serie de condiciones que con el avance de
la obra se irán incrementando y reforzando. Primero será la prohibición
de escuchar radio, ver televisión, tener la luz prendida después de las
ocho de la noche, tomar mate y la presencia de las jaulas con pájaros,
las plantas y el gato. Más adelante, obligarán a que todos caminen
descalzos, para no hacer sonar los zapatos; que sólo se hable en voz baja
y que no se haga ruido con los cubiertos al comer. Todo esto, sumado a
continuos insultos, chantajes y desprecios que ocasionan el abandono del
hogar, primero por parte de Jorge, y luego de la madre, tras ser golpeada
con violencia –y por primera vez– por su esposo. El padre, ciego por
su codicia y mezquindad, permanecerá en la casa con sus huéspedes, y
seguirá tolerando humillaciones, golpes y permitiendo impunemente –como
en Casa tomada de Julio Cortázar–
que se apoderen de su propiedad. Más tarde será forzado a deshacerse de
todos los muebles. En el final, Fergodlivio incita a que se tapie la
puerta de entrada para siempre, al mismo tiempo que propone pagar más
dinero por el alquiler; ante la oposición del dueño de casa, el huésped
inicia un regateo, ofreciendo más por cada negativa. La pieza termina con
Fergodlivio expresando “Veremos, Clara... (Con plenitud.) Veremos”
(Prieto, 1992: 1011).
Si
bien los episodios iniciales, en los que se dejan al descubierto los
problemas económicos de la familia y sus diferencias generacionales,
tienen un carácter realista; a partir de la presencia del huésped y su
mujer imaginaria, la obra toma un giro hacia una poética del absurdo,
dominada por la violencia y lo negativo. Y que sólo será suspendida
–durante unos minutos y hacia la mitad de la pieza– en una conversación
entre Jorge y su novia.
De
este modo, la trama se apoya en el carácter absurdo de la presencia de un
ser invisible e ilusorio, personalizado por una cadena; las pretensiones
extravagantes que esta figura impone a través de las palabras de
Fergodlivio; y la aceptación de las mismas por parte de los dueños de
casa. Un conjunto de sucesos, entonces, que irán desintegrando el hogar,
como una alegoría del totalitarismo.
Entre
las numerosas situaciones absurdistas, destacamos algunas de las que se
encuentran más emparentadas con una forma de resistirse y dejar al
descubierto acciones del régimen dictatorial:
El
huésped y su mujer inexistente, declaran de una manera explícita la
prescindencia total de salir a la calle, dormir y cambiarse de ropa. Aquí,
resulta inevitable la alusión a las condiciones de encarcelamiento de
numerosos presos políticos.
La
prohibición de escuchar radio y ver televisión es una clara señal de
imponer un estado de censura e incomunicación con el mundo exterior.
Asimismo, el impedimento de hacer ruido con los cubiertos, al comer, y
sonar los zapatos contra el piso –con el obedecimiento de la familia al
descalzarse–, transforma la convivencia cotidiana y doméstica en un
clima dominado por la cautela, el temor y la desconfianza. Un ambiente muy
similar al padecido por muchos uruguayos que nunca fueron encarcelados,
pero que –durante la última dictadura– sintieron el efecto
aniquilador de vivir bajo una situación de peligro inminente,
internalizando un conflicto sin que se efectivizara en hecho. Al respecto,
Marcelo Viñar y Daniel Gil señalan que “la materialización de la
intrusión o invasión a través del allanamiento de la morada o del
cuerpo (tortura o desaparición) internalizan el poder tiránico como
omnipresente y omnipotente” (Viñar - Gil, 1998: 313).
El
padre llega a la casa luego de comprar una corbata roja, un par de zapatos
y un paquete con masas. De inmediato, el huésped quema la corbata porque
dice que el rojo es demasiado agresivo y “a Clara le inspira repulsión”
(Prieto, 1992: 987). Aquí son claras las connotaciones del color rojo con
los sectores de izquierda y el Partido Colorado –todos aún proscritos
en aquel tiempo–. A los zapatos los hace tirar a la basura, por
considerarlos demasiado puntiagudos y amenazadores. Y a las masitas también,
porque según Fergodlivio “la comida dulce es engañosa y fétida”, y
agrega en tono de superioridad: “Ilusiona a los humanos, los hace creer
que pueden obtener placer...” (1992: 988). A cerca de esto, recordemos
que habitualmente nunca llegaban los objetos que eran enviados por los
familiares a los presos políticos, porque casi siempre eran destruidos o
incautados por los opresores.
Clara,
según Fergodlivio, hace sus necesidades en el suelo. Esto acontece en
varias ocasiones y en general a continuación de un momento traumático,
como enseguida que la madre abandona la casa. Ante estas contingencias, el
huésped conmina a que los dueños de casa se arrodillen a limpiar algo
que no existe, denigrándolos y humillándolos por enésima vez. Similar
circunstancia se da cuando el padre es forzado a rascarle la espalda a
Clara.
Hacia
el final, el padre es obligado a deshacerse de todos los muebles porque
“Clara no l[o]s soporta” (1003). Así, entran en escena tres hombres,
contratados por Fergodlivio, que se llevan hasta las paredes de la casa.
Esta situación deja al padre solo y despojado de todo lo íntimo y hogareño;
similar a muchas familias uruguayas después que le allanaran la casa y le
saquearan sus efectos personales. Sólo le queda el dinero obtenido, pero
con la imposibilidad de gastarlo, y el darse cuenta de su propia destrucción
al tener que pagar por él con soledad, alienación y esclavitud. La
realidad uruguaya durante la dictadura –como la de otros países
latinoamericanos– estuvo plagada de episodios y particularidades que
parecieron absurdos, pero que –desgraciadamente– muchos de ellos
estaban demasiado vinculados con una experiencia real y cotidiana que
–aunque el poder imperante intentó silenciar o disimular– la mayoría
de los uruguayos conocía o presentía.8 En este sentido, el
teatro no estuvo ajeno al proceso que significó dejar en evidencia
–primero–, y derribar –más tarde– el autoritarismo y la represión
en el país.
En
el marco de esa
oposición, la poética teatral del absurdo dio a varios dramaturgos
uruguayos algunos recursos que resultaron valiosos para insertar una ambigüedad
que evitara la censura o el cierre de espectáculos y así poder
resistirse y enfrentar al régimen dictatorial.
Recursos que, como señala Varela, estuvieron en contacto con el “código
a través del cual transitaba una generación con una historia común para
poder entenderse; un proceso de «desenmascaramiento», de «reinterpretación»
a cargo de espectadores-cómplices” (Varela, 1992: 49).
De
este modo, Alfonso y Clotilde y El huésped
vacío –entre otras– se constituyeron en piezas de resistencia y
denuncia, sobre la base de elementos absurdistas, que expresaron de una
forma encubierta lo que no se podía decir, lo que estaba prohibido
revelar. Dos obras –instaladas en 1980, un año bisagra de la historia
contemporánea del Uruguay– en las que sus expresiones de aislamiento y
desintegración representan parábolas sobre un período nefasto. Notas
1
Me apoyo en la tesis sostenida por Roger Mirza en “Notas para una
caracterización y periodización de la producción espectacular uruguaya
durante la dictadura” (pp. 243 et al) y Jorge Abbondanza en “Acerca
del autor nacional” (p. 5). 2
Estrenada el 16 de agosto de 1980 en la sala del Teatro Circular, por Teatro
Circular, y dirigida por Jorge Curi. 3
Estrenada el 25 de setiembre de 1980 en el Teatro del Notariado, por Gente
de Teatro, y dirigida por Mario Morgan. 4
Con la actuación de Juan Alberto Sobrino (Alfonso), Leonor Álvarez
(Clotilde) y Alberto Ferreira o Daniel Videla (Paco). Escenografía:
Carlos Pirelli. Vestuario: Nelson Mancebo. Ambientación sonora: Elbio
Rodríguez Barilari. Luces:
Walter Reyno. Sonidista: Carlos da Silveira. Maquillaje: Clarisa
Antelo. Utilería: Fernando Yalil. 5
El primer estreno de esta pieza se había dado el 17 de abril de 1971
–con el título La salvación–
en la Sala Verdi, por la Comedia
Nacional, con la dirección de Hugo Márquez y la actuación de Jorge
Triador (huésped), Claudio Solari (padre), Nelly Antúnez (madre) y
Alberto Mena (hijo). 6
Con la actuación de Enrique Guarnero (huésped), Luis Cerminara (padre),
Toly Guitelman (madre), Gustavo Alonso (hijo), Ana Sollazo, Esteban
Restuccia, Walter Debenedetti y Marcelo Melgar. Escenografía: Leonardo
Caviano. Luces: Carlos Leguisamo. Ambientación sonora: Domingo Falcón.
Vestuario: Víctor Ina. Grabación: Oscar Pessano. Utilería: Beralcia.
Fotografía: Manuel López. Traspuntes: Olivera, Restuccia, Debenedetti y
Melgar. 7
Según: Chevalier, Jean - Alain Gheerbrant. Diccionario
de los símbolos. Barcelona: Editorial Herder, 6ª ed., 1999, (1969);
y Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario
de símbolos. Madrid: Ediciones Siruela, 7ª ed., 2003, (1958). 8 Recordar el Plebiscito constitucional propuesto por el gobierno dictatorial –en el que, entre otras cuestiones, se proponía consolidar la “doctrina de la seguridad nacional” imperante–, realizado el 30 de noviembre de 1980. Dicho Plebiscito tuvo una concurrencia masiva a las urnas (el 85%), siendo rechazado el proyecto por el 57,2% de los uruguayos, contra el 42,7% que votó Si a la reforma. Este hito político representó, para la mayoría de los analistas, el principio del fin de la dictadura. Bibliografía
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3-5. Bayce,
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Desde Batlle hasta 1988. Montevideo: Fondo de Cultura Universitaria,
1989. Brando,
Oscar. “Premonición de un castigo”. Mirza,
Roger (Ed.). Teatro uruguayo contemporáneo. Antología. Madrid: Ministerio de
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theatre of the absurd, traducción de Manuel Herrero). Barcelona:
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mayo de 1980, p. 18. ---------------.
“«El huésped vacío» de Ricardo Prieto. Lo insólito como
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“Notas para una caracterización y periodización de la producción
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Jorge. “Hacia la madurez intelectual” (sobre Alfonso y Clotilde). Montevideo: El Diario, 18 de mayo de 1980, p. 4. ---------------.
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Roger (Ed.). Teatro uruguayo contemporáneo. Antología. Madrid: Ministerio de
Cultura, INAEM / Fondo de Cultura Económica, 1992, pp. 951-1011. Pronko,
Leonard. Théatre d´avant-garde
(The experimental theatre in France,
traducción del inglés de Marie-Jeanne Lefévre). París: Editions Denöel,
1963. Varela,
Carlos Manuel. “Alfonso y Clotilde”. Rela, Walter (Noticia y selección).
Antología del Teatro Uruguayo
Moderno. Montevideo: Editorial Proyección, 1988, pp. 151-180. ---------------.
“Teatro uruguayo: del enmascaramiento al significado explícito”. Mirza,
Roger (Coord.). Dramaturgia y
puesta en escena en América Latina y el Caribe. Montevideo: UNESCO,
1992, pp. 49-56. Viñar, Marcelo - Daniel Gil. “La dictadura: una intrusión en la intimidad”. Barrán, José Pedro - Gerardo Caetano - Teresa Porzecanski (Dirs.). Historias de la vida privada en el Uruguay. Individuo y soledades 1920-1990. Montevideo: Editorial Santillana, 1998, pp. 301-326. |
© Claudio Paolini
Este artículo fue publicado en Hermes Criollo (Revista de Crítica y de Teoría Literaria y Cultural), Montevideo, Año 4, Nº 8, Marzo-Junio 2005, pp. 67-74.
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