Testimonio |
Como
integrante de la generación del 60, daré un testimonio personal acerca
de la misma. Por razones obvias me referiré a mi experiencia y lo que aquí
expondré es de mi exclusiva responsabilidad. Como
integrante tardío de la misma, ya que pertenezco a la segunda promoción
-aquella que empieza a publicar ya entrada la década del 60- puedo decir
que la nuestra tuvo no sólo referentes sino también hermanos mayores. Y
ellos fueron aquellos que se dieron a conocer en la segunda mitad de los
50. Vale decir: Washington Benavides, Circe Maia, Nancy Bacelo. Ellos
fueron como dije “hermanos mayores”, pues cuando empecé a publicar a
fines de los 60, concretamente en 1968 sale mi primer libro “Sangre de
la luz”, tenía 24 años de edad. Los colegas nombrados fueron abiertos
y generosos. Hace poco tiempo, revisando papeles viejos, encontré cartas
de Circe, donde nos tratábamos de “usted” y de Washington, desde su
Tacuarembó donde aún vivía y del que nunca se fue. Ellos me dieron
siempre estímulo y apoyo. No fueron así,
en cambio, nuestros antecesores inmediatos, aunque nosotros no fuimos
“parricidas”.
Me refiero a
los poetas del 45, algunos de ellos también eran nuestros profesores en
el Instituto de Profesores Artigas o en La Facultad de Humanidades. De
todos ellos, el más cercano en sensibilidad fue Domingo Bordoli, a quien
me animé a mostrar mis primeros poemas. Él me hizo certeros ajustes críticos,
me vinculó con editoriales y me escribió unas palabras liminares,
luminosas y válidas. En ellas hablaba de mí como “del poeta del
instante”, juicio que cabía de modo impecable para aquel libro juvenil;
no así para los siguientes. Sin embargo, nuestra crítica obediente a una
tradición mecanicista repitió hasta el cansancio aquel juicio, que ya se
había adherido como una lapa a cualquier opinión que se emitiera sobre mí. Debí esperar
décadas para que los nuevos valores críticos, como los ensayistas
Gerardo Ciancio, Herbert Benítez, Martha Canfield o Ricardo Pallares,
encontraran otras facetas en mi escritura, dignas de mencionarlas y
exponerlas para otra lectura y valoración, desprejuiciada y abierta. Entre los
apoyos debo mencionar a Juana de Ibarbourou, que no sólo ofició de
“hada madrina”, sino que, contra lo que pueda pensarse, tuvo una muy
ajustada mirada crítica hacia los textos de un novel e inédito poeta
veinteañero. Juana tenía un rigor ceñido, pero nunca descorazonador. Otro baluarte
en ese aspecto fue Roberto Ibáñez, quien supo dedicar su precioso tiempo
para comentarme verso a verso los poemas de mi libro inicial. De ellos podría
decirse que fueron mis referentes literarios. Los del 45 pusieron más
distancia con nosotros o, al menos así lo sentí yo, con la honrosa
excepción de Amanda Berenguer quien, aunque austera en el elogio, siempre
fue pródiga en el apoyo. De aquel
primer libro hoy hace 40 años y la cifra me estremece. Recuerdo aún mi
primer encuentro con las pruebas de páginas que figuraban en extensas
galeradas. Con la ansiedad natural, abrí aquel paquete en plena esquina
de 18 de Julio y Ejido, una tarde de otoño ventoso y enrabiado. Casi se
me volaban las largas tiras de papel que pude afanosamente recoger. Poco
duró aquel entusiasmo, aquella alegría, aquel estremecimiento que me
provocaba sentir “materialmente” mis poemas; los podía tocar,
“eran” y “estaban”. Pero
en esos vaivenes, tenaces vaivenes que la vida nos procura, Y
confusamente, sin conciencia, anestesiado pero con una ambigua lucidez,
comencé, después de su partida, a emprender la ardua tarea de su rescate
a través de la memoración y la Palabra. La Poesía fue mi bálsamo, mi
albergue, mi redil. Porque la muerte me ha seguido de cerca, madre, padre,
hermano, amigos, pero no pudo nunca silenciarme. A la innombrable le opuse
todo lo nombrable, intenté “decir” todo lo posible, procuré que se
“viera” todo, a través del sonido y la estructura de los versos. Con
la Poesía he construido un mundo que no se bate en batalla con el mundo
de afuera. Por el contrario, se nutre de él. Mejor, cada uno se alimenta
del otro. Y tengo la certeza de mi lealtad. He sido fiel a la Poesía. No la requiero ni la exijo. La expreso. Siempre. Y cuando viene, la recibo. Jorge Arbeleche |
Muestra
de la poesía uruguaya actual (2009).
Ricardo Pallares Jorge Arbeleche
Academia Nacional de Letras
Dep. de Lengua y Literatura
Sección Literatura
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