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Una semana muy semanuda (Cuento de la Titi)
Sonia A. Otero Farías

Esa había sido una semana muy semanuda. ¡De esas que hacía mucho tiempo no venían! De esas, en las que a una, casi casi, le da por rebuznar.

Llovía, llovía y llovía.

Por las noches, nos despertábamos asustados, muy asustados, porque ¡hasta tronaba…! Fuerte, fuerte, ¡muy fuerte! Como si el Tata de arriba, se hubiese enojado mucho, pero mucho-mucho.


En la casa de los Silva-Alberto, las cosas andaban fieras, casi tan oscuras como el mismo tiempo. 

Juanmino, como le decían las melli, el niño mayor, tan dulce y modosito con sus nueve años, había inaugurado en el cole, ¡ el cuaderno de disciplina! 

Con otros dos compañeritos, había estado patoteando a otro po-bre, y hasta le habían querido sacar los zapatos.

¡Claro! en la escuela, también oscureció, y como resultado al Juanma le habían quitado un punto, para el viaje de fin de año. Y para peor, ¡se lo habían comunicado a sus papis!

¡Todo un desastre!


Y para colmo, Lucía, ¡mi Luly! la melliza que había nacido primero, y primero me había tirado sus bracitos, que adoraba a su hermano y en todo se le parecía, no había querido ser menos. Y como estaba en una época “muy creativa” había empezado a ilustrar las paredes. Y justo, justito junto a la cabecera de su cama, había dibujado ¡nada menos! que a su Martu, aquella tortuga con la que dormía desde los pocos meses, que había perdido ya casi todo su color, pero que ella adoraba.

Encima, como además estaba también, en su etapa más rebelde, no hacía caso de rezongos, ni aceptaba normas.

¿A quién se parecería? Mejor ni lo pienso…

En honor de la verdad, había que reconocer que la tal Martu, le había quedado ¡rebuena!

Pero ¡claro!, sus papis se habían puesto ¡¡¡FU-RIO-SOS!!! Tanto, que tenían a los dos niños “en capilla”.

La pobre de Luly, incomprendida en su espíritu artístico, se había dormido en la penitencia…y Juanmi, que había aceptado con la ca-beza baja el sermón, caminaba por la casa sin hacer el mínimo ruido, para pasar desapercibido, y no se animaba ni a hablar. 

Menos mal que la pobre Celu, que en estos días andaba de lo mejor, salvaba, en parte, “la petiza”. 

Estábamos a domingo, y por suerte, el tiempo por lo menos, anunciaba mejorar.

De cualquier forma, cuando llamé por teléfono a papá Gonzalo para saber de la familia, se mostró ¡tan disgustado!, que estuve como media hora consolándolo, y terminé diciéndole:
- ¡Bueno!...Al fin y al cabo son niños, y gracias a Dios, sanitos, así que ¡algo tienen que hacer! ¡Y con este tiempo! ¿Qué querés? ¡Si hasta a mí, me vienen ganas de hacer cualquiera!...

Creo que, a esta altura de los acontecimientos, me callé la boca, antes de que el rezongo me cayera, ahora, a mí. ¡Faltaba más! ¡Ah! Y por las dudas, esa tarde decidí ni aparecerme por allá.


El lunes llamé a la oficina de Gonchi. como le decimos cariño-samente al papi, y por suerte para todos, las aguas parecían haberse calmado, y su ánimo estaba mucho mejor. 

En el resto del domingo, los niños, que de tontos no tenían ni un pelo, parecían haber puesto “las barbas en remojo” y se habían comportado ¡b a s t a n t e b i e n! Claro que Luly ya hoy, se había mandado una… Aprovechando la llegada de la abu de Buenos Aires, les había hecho creer a todos que sufría un fuerte dolor de barriga, por lo cual no la habían llevado a la escuela. Pero… con el pasar de las horas, se olvidó de la mentira, y, al medio día ¡claro! marcharon con ella para el cole.

Menos mal que con la mejoría del tiempo, también había mejo-rado el carácter del papi, y festejamos divertidos la ocurrencia de nuestra graciosa Luly, que después de todo, apenas si dentro de veinticuatro horas, cumpliría sus cuatro añitos…


Así fue que, para alegría de todos, las cosas se fueron encaminando en aquel precioso hogar, con aquellos tres lindos y queridos niños.

Sonia A. Otero Farías

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