Esta historia me la contó Melina, mejor dicho, se las contó a sus muñecos, en uno de esos días, en que ella me invita a compartir su mundo mágico, y yo la acompaño.
Es la historia de Francisca, una gallina, que no tenía historia.
Ella vivía en la granja en medio de muchos otros animales. Un chancho, una pareja de gansos, varios patos, dos cachorros, dos o tres gatos, y hasta algunos sapos.
Pero, no vivía nadie de su especie. Y ella quería tener, por lo menos una gallinita.
Además, eso de no tener historia, la ponía triste, pues ella conocía varias historias: la de "Los tres chanchitos", la de "El perro Chicharrón", la de "El patito feo", la de "El gato con botas", varias del sapo Ruperto, y hasta la de "La gallina Rosaura". Y ella pensaba: "¿Por qué , yo no tendré historia?".
Un día, cuando nadie la veía, ella trató de volar y alcanzó a subir hasta la cerca de jazmines que había en el fondo. Se paró encima, y desde allí, divisó en la granja de al lado, varios animales, más que en la suya, y entonces vio con sorpresa, que había muchos seres de su misma especie, y sobretodo, vio un gallito batarás, que le cayó ¡la mar de bien!
Esta vez, solo cacareó cerciorándose de que él la viera, pero le pareció que pasaba mucho tiempo y no quería que nadie más se percatara de su ausencia.
Después de ese día y siempre cuando no la veían, ella se subía a la cerca, y poco a poco se fue animando a saltar.
Se hizo muy amiga del gallo batarás, y después de algún tiempo, sus compañeros de granja, la vieron empollando un huevo, con gran dedicación.
Pasaron los días, y ella, que estaba muy contenta, sintió que picaban desde adentro de aquel huevo. Miró y vio que empezaba a salir una hermosa pollita que se le acercaba con cariño.
Todos en la granja celebraron aquel nacimiento y después de algunos días se festejó el bautismo. La gallinita, que ya se empezaba a ver parecida a su mamá, se llamó Paquita, y Francisca se paseaba entre todos los animales, muy oronda seguida de su hijita.
Más adelante se la presentó al papi, que no era otro que aquel elegante gallo bataraz, quien al verlas a ambas se sintió muy orgulloso de su familia.
Y desde entonces los tres, estaban indistintamente en cualquiera de las dos granjas, que los adoptaron como suyos, sin ningún problema, entre sus dueños.
Casi nada le faltaba ahora a Francisca, y digo casi nada, porque de vez en cuando todavía se acordaba de que no tenía una historia escrita, que hablara de todo lo feliz que se sentía.
Pero entonces fue que llegué yo de visita a una de las granjas, y como me gusta escribir, escribí esta historia, que les acabo de contar.
Y entonces sí que quedamos todos felices y contentos: Francisca, su familia, y hasta Melina, a quien por suerte, esta historia, también le gustó mucho, mucho. |