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El mendigo y Jesú
del libro "Crash"
Leopoldo Oscar Otero Villagrán
oskiot@gmail.com

 
 
 

¡Estamos fritos, Jesú! Por aquí no pasa nadie y los que pasan no te dejan un mango.

¿Viste? Desde aquella vieja que solo metió una miserable moneda nadie dejó un sope. Además te había prometido la cubija  y nada. Por las campanadas de la iglesia hace cuatro horas que estamos tirados acá. ¡No nos da, Jesú!

Te lo dije: este pueblo huele raro. O capaz que somos nosotros los que jedemos, Jesú. Menos mal que la vecina nos tiró con algo de morfar que sino, sos boleta. ¡Porque mirá que no servís ni pa’perro! ¿Ves? Si fueras un gato, por lo menos cazabas algo, una paloma, una rata, algo. Dale, acomodate sobre las patas que hace un ofri de película. ¡Ay! ¡Despacio  bestia, que fue por tu culpa que me jodí la gamba! Y eso que te advertí antes de cruzar la calle, ¡mirá que viene  alguien...! Pero no, dale vos a cincharme y el  carro que dobló como chumbo en la esquina. ¡Un carro tirado por dos bestias! El caballo  y  el  pichi ¿Ves? Si hubiera sido un coche, al menos le sacábamos una propina. Pero a uno de éstos, ¿que  le voy a sacar? ¡Pulgas! No, gracias, ya tengo.

 Nunca me voy a olvidar del consejo de aquel otro ciego que nos decía: “vos siempre pegate a los ricos que algo vas a pellizcar...”

Dale Jesú, aprovechá a respirar este airecito a... ¡Otra vez te peyaste! Ta calentando el sol.  Ta frío pero lindo.

En cuanto mejore un poco, nos borramos, Jesú. ¿Viene alguien? Me pareció sentir algo. ¿Sentís?

 

¡Pará, Jesú, no me corras a la clientela!

-Señor, tenga piedad. Una chapita por favor.

-Solo alimento puedo darte.

-¿Ah, sí?  Ta, igual, tirame con algo.

Alimento espiritual.

-¡Pará, loco. ¿De dónde te escapaste?  Viste Jesú, hoy las ligo todas.

-¿Cómo sabes mi nombre?

 ¡Como sé, ¿qué? ¿De Jesú?  De toda la vida. Desde chiquito que está conmigo el Jesú.

 -Por lo que veo, eres un hombre creyente y bueno.

 -No. A veces me dan ganas de matarlo.

 -¿A Jesús? ¿Y, por qué?

-Todo el mundo está creído que es manso, principalmente las viejas, pero a mi, me tiene podrido. Aunque en el fondo lo quiero, ¿vio?

- No entiendo.

- Si. Es lo único que tengo. Me acompaña a todos lados, aunque a veces se me pierde…

-Eso es por la poca fe.

 -No. Cuanta perra alzada, allá va él. Aunque los demás perros lo tiran para afuera y no lo dejan. Es chiquito, ¿vio? ¡Ah, pero no afloja! Viene hecho bolsa, pero estoy seguro que algo moja.

- ¡Ah, pero Ud. me está hablando del perro!

- Y, sí. No va a ser de la escupidera, no va ser.

- A propósito, ¿por qué una escupidera, en lugar de un jarro o un sombrero?

- Para mí es mejor que un jarro, porque es de boca más grande. No existen más de éstas. Me la quisieron comprar…no la vendo por nada, es un recuerdo. Está descascarada pero tiene su esmalte y además se siente el ruidito, ¿viste? A la gente le gusta tirar la moneda y embocarle. Me conozco a todas por el sonido. Las de menos valor suenan hueco. Las de peso, como son chiquitas bailan un poco, tintinean y las de cinco mangos, caen como secas, toc, esas son muy escasas, y cuando de cohete te tiran algún papel, el Jesú me lo alcanza. A veces me joden con una arandela o alguna tuerca, y ahí sí los puteo.

- ¿Por qué no, un sombrero?

-¿Qué pregunta? ¡Porque en un sombrero no puedo mear!…Me haces acordar a mi viejo.

-¿Era bueno contigo?

-Sí. Bueno, no. Todos los días llegaba a casa en pedo. Mi  vieja cuando le habría la puerta lo primero que recibía como saludo era una trompada. Luego seguía con mis diez hermanos. Menos mal que yo era el último, porque el tipo ya estaba muerto de cansado y zafaba. Al tiempo no lo vi más. Se fue con una negra cuando yo tenía cinco años.

- ¿Y, tu madre?

- Con un negro.

-  ¿Quedaste solo?

- Con mis diez hermanos y todos a la calle a mangar.

- ¿Y la escupidera?

- Ahí va. Mi viejo, cuando se fue, se la quiso llevar justo cuando la estaba usando y empecé a gritar como loco. Me la sacó igual y, no sé lo que le pasó, como que se arrepintió:

-¡Quedátela ciego de mierda!, y me la puso de sombrero.

- Quedé todo cagado, pero contento.

- Cuando estás solo, ¿Meditas? ¿En que piensas?

- ¡Qué pregunta!  Cuando estoy bien comido y descansado, en mi mano.

- ¿Cómo es eso?

- Una buena cuzquita y listo. Además escuché por la radio que es bueno para la próstata.

 - ¿Por  qué a tu perro le pusiste Jesús?

- Una vieja me lo regaló. No sé. El nombre ya lo traía. Me dijo que si yo quería se lo cambiara, pero que “Jesú” me iba a traer suerte. ¡Suerte pal carajo!

- ¿Conoces el nombre, el del verdadero “Jesús”?

- ¿En qué parte te perdiste, loco? ¡Tas peor que yo! ¡Internate!

- No. Hablo del otro Jesús.  El hijo de Dios.

- ¡Ah! Sí, ese me debe una. Un día que estaba al dope, como siempre, entré a la Iglesia, le pedí  que me tirara con algo,  y hasta ahora, cero bola.

- Qué pediste, hijo mío, si es que se puede saber.

- Le hablé de igual a igual ¿viste? Me arrodillé y le dije: “Vo, Cristo, mirame bien. Tamo iguales: crucificaos y en la llaga. Haceme el favor hermano, tirame una viudita con  plata o una viejita con buena jubileta para salir del pozo, ¿viste? Pero, como ya te dije, hasta ahora, cero bola.

¿Vos sos de alguna religión, no?

- A decir verdad, soy la causa de una de ellas.

- ¿Ah, sí?  Dicen, no sé, me lo contó el otro ciego cuando éramos amigos, que tiempo atrás, ustedes,  mataban gente como locos. Al que no creía, zás, a degüello. Ahí sí que, había que creer o te reventaban. 

- Bueno, no es tan así. Es largo de explicar.

-Además, me dijeron, no sé, que vos nunca reíste.

-Bueno, no es tan así tampoco. Cuando estaba con Magdalena a solas me reía como loco, ella conocía mis puntos débiles.

-¿No? Dale, contá.

-Bueno es un hecho que todo el mundo ya lo sabe. Me resultaba muy difícil no reír en público cuando ella me lavaba los pies y los secaba con el cabello. ¿Alguna vez te lo hicieron?

- No, pero me lo imagino. Debe ser un cosquilleo de la puta madre. ¿Cómo hacías para no reír?

-Pensaba en otra cosa, me mordía la lengua, me pellizcaba y hasta lloraba…

-Es un recurso bárbaro ese. Yo lo hago siempre para demorar el polvo, ¿viste?  Pienso que me están acuchillando, que me caigo a un precipicio. ¡Pero vos estarías cagado de la risa!

-Sí. No te imaginas lo que sufría.

-Y  los demás, la gente, ¿qué hacía?

-Lloraba también, pensando que yo sufría.

¿No tenés un brillo por ahí?

- ¿Crees en Dios?

- Sí. ¿Dios? No. No existe. Un día pregunté por el tipo y me armé terrible pedo.

- ¿No entiendo?

- Sí. Fue cuando estaba en la lglesia y de curioso se me ocurrió preguntar. ¡Pa’qué, hermano! Primero me dijeron que era una paloma. Luego un ojo. Una vieja me porfió que era un señor mayor de barba que estaba pintado.

- Dios es, y está en todas partes.

- ¿Entonces es mi escupidera y está en mi escupidera?

- Claro.

- Dios. Diocitooo, ¿estás ahí? Acordate  viejito que esta escupidera es mía y si querés usarla, antes, tirame con algo, ¿viste? Así, así de garrón no camina, ¿me oís? ¡Hey, de paso, llename la escupidera de dólares, llename!

- Eso es un atrevimiento…

- Oíste, papá. Es un atrevimiento lo que estás haciendo. ¡Ah, los dólares,  que no sean falsos, ¿viste?  Sentite y sentate cómodo, porque me dijeron... ¡qué sos flor de cagador!

- ¿Y, si te dijera que estás frente al hijo de Dios?

- ¿Si? ¿No me digas?  Y vos estás frente al hijo de Buda.

 ¡Arrancá! ¿De qué loquero te escapaste?

- No me crees. Veo que no tienes fe.

- Solo en mi perro, te dije.

- ¿Hace mucho que estás ciego?

- Cuarenta pirulos.

- ¿Siempre has mendigado?

- Si, no, ¿por qué?

- ¿Te gustaría cambiar, tener una nueva vida?

-¿A quién, no? ¿A vos, no?

- Ya tuve una vida.

-Yo también tuve una mujer de la vida. Sé como es eso. Al principio, con la loca, todo lindo, me traía la guita a manos llenas y yo a juntar y juntar. Queríamos hacer una casa de material. ¡Ni un vicio! Bueno, sí. Chupaba algo, cinco litros de vino por día, no es mucho. Dos cajetillas de cigarrillos. ¡Eso no es vicio! Una noche en el rancho, mientras dormía, el Jesú empezó a tironearme. Siento olor a humo. Tosía como un descocido. La Gringa, no estaba. Ni me quiero acordar. La muy yegua se había ido con toda la guita y había quemado el rancho, ¡conmigo y el Jesú, adentro! 

- Si volvieras a ver, ¿qué harías?

- ¡Yo que sé! Creo que no me cansaría de mirar la Luna y las estrellas. De ver volar a los pájaros y de mirar a Jesú, mi perro...

- Te sentirías como tu propio rey.

- Eso. Sería como un rey.

- ¿Qué harías?

- ¿Si fuera rey? No sé. Sería otro estúpido y me rascaría las bolas.

Eso es lo que hacen, ¿no?

-Ellos también hacen política.

Sí, claro, enfrentan cualquier cosa con la boca abierta y después bostezan.

-Sin embargo si no fuera por la política…

-¡Políticos!  Son como vos, así, cuentistas. Cualquiera  es político. Son una manga de estrechos.

-No entiendo.

- Estrechan tu mano al principio, estrechan tu confianza después y al final te estrechan el cinturón.

-Siempre hay una luz al final del túnel.

-Sí, ellos la ven, pero luego mandan construir más túnel.

-Una vez que pudieras ver… ¿Irías a la Iglesia?

- Estoy cansado de ir a la  Iglesia a mangar. Además me echaron a patadas.

- ¿Te portaste mal?

- Sí. No. Fue otro ciego más grande que yo, que se quedó con mi lugar. No. Si volviera a ver, bueno sí, iría a la Iglesia, solo a mangar.

-Así, no vas a encontrar la felicidad.

- ¿No me digas?  Pensándolo bien, de vez en cuando la tengo.

Porque de eso se trata. La felicidad va y viene. Es un cuete que al reventar te sorprende y después, ¡chau!

Bueno, dale, tirame con algo o, ¡borrate! 

- Espera. ¿Si te dijera que hoy, escúchame bien, hoy, vas a poder mirar  la Luna y todo lo que querías ver, ¿eh? ¿Qué me dirías?

- ¡Qué me tenés podrido, loco! ¡Borrate  o te chumbo al Jesú! ¡Pará! Antes de irte a romper los huevos a otra parte, ¿convidame con un pucho? ¡Hey! ¿Te fuiste? ¡ Loco! ¡Loco de mierda!

¡Ese está más pirao que yo. Debe fumar unos “porros” de película. Además, está pintado, así como vos, Jesú!

-¡Vámonos, este pueblo está lleno de locos!

 ¡Estás todo embarrado! ¡Vení acá te digo!

¡ Carajo, Jesú, te estoy viendo, Jesú!. ¡Qué fiero que sos!  ¡Sos tuerto, Jesú! ¡Lo parió! ¡Veo, Jesú! ¡Te estoy viendo, carajo! ¡Qué perro lindo que sos, Jesú, qué perro lindo!

Y, ¿el loco ese, adonde carajo se fue?  Puedo caminar. ¡Tengo la pata curada! ¿Qué mugriento que estoy? ¡ja, ja, jaj! ¡Rajemos, Jesú!¡ No sea cosa que el tipo se arrepienta y me haga quedar ciego otra vez! ¡Rajemos, Jesú!

Primero que nada, lo primero que vamos a hacer es ir a la Iglesia y romperle el culo a ese ciego de mierda. ¡Vamos! ¡Ah, la escupidera, Jesú, nos olvidábamos de la escupidera! Tenemos que seguir mangando.  ¡Dale Jesú!

Ahora tenemos el oficio. Sigo de ciego y listo. ¡Estamos salvados Jesú! ¡Dale!

Del libro "Crash"
Leopoldo Otero
oskiot@gmail.com

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