Con Tarik Carson
Decir no a la caja del diablo

por Lautaro Ortiz
Desde Buenos Aires

Acodado sobre el tablero de 32 piezas, Tarik Carson espera por algún rival en un antiguo club de barrio de Buenos Aires. La historia de su vida le pesa: la tierra natal, la dictadura, sus oficios rutinarios para sobrevivir, Argentina y finalmente su refugio en el ajedrez profesional. Todo pasa por la cabeza del narrador en un instante: "Ya no escribo más", sentencia y en el aire del club quedan flotando los títulos de sus novelas y cuentos: El hombre olvidado (1973); El corazón reversible (1986); Una pequeña soledad (1986); Ganadores (1991) y Océanos de néctar (1992). Carson, nacido en Rivera en 1946, se perfiló desde su primer libro como un cuentista original que hacía pie en el realismo. Sin embargo, su constante búsqueda lo llevó a abordar la ciencia ficción, género en el que obtuvo importantes reconocimientos. A pesar de ello, se siente un marginado.

-Es mentira aquello que afirmaba Onetti, que un escritor sacrifica todo por escribir; que escribiría de noche, quitándole sueño y placer a su vida. También es dudosa la frase de Faulkner de que entre la nada y el dolor elegiría el dolor. Uno escribe para publicar y hoy eso se logra si se está vinculado a algún grupo de poder, periodístico u oligárquico. Otro camino es recurrir a la política o tal vez traicionar sus propias ideas. También se puede ejercer el viejo oficio de usar a la gente, ir a recepciones, mendigar viajes, publicaciones, hacerse publicidad de cualquier forma, presentarse como comunista un día y mañana como fascista. A esto hay que agregarle que el trabajo para vivir mata toda creación. Lo demás es mentira, realmente mentira. Al final muchos nos cansamos definitivamente de ese juego.

-¿Entonces reemplazó la literatura con el ajedrez?

-Claro. Es un juego que me ha distraído lo suficiente, y en el cual aún busco la maestría.

-Muchos escritores, como Rodolfo Walsh, eran fanáticos de este juego...

-También lo fue Gombrowicz y muchísimos intelectuales más, pero ninguno llegó a tener un grado alto o título de maestro en el mundo. Y eso es porque jugar bien lleva mucho tiempo, mucha voluntad y para un intelectual cabe la duda de si vale la pena.

-¿Y lo vale? -Sí que lo vale. El ajedrez es una droga potente contra la porquería en que ha devenido el mundo y el progreso capitalista. Uno lo puede usar para olvidar, hasta calmar un mal de amores. Es una actividad abstracta, de alta exigencia intelectual. Para el entendido tiene una gran belleza estética, exige una búsqueda de perfección, de autocontrol, de disciplina, de administración, de profundidad, de lógica y de verdad. La persona que se aficiona a él nunca lo abandona.

Es la única materia humana que conozco que no le da espacio a la mentira, a la impostura, a la hipocresía o al más variado abanico de canallaje humano que se pueda imaginar. En este juego un tipo debe valerse por sí mismo. Después de todo es mejor pasarse horas pensando en resolver intrincadísimos problemas que estar mirando la televisión o paseando el perrito con la señora, encerando el auto, imaginándose cómo hacerse infinitamente rico.

-¿Por qué abandonó Uruguay, donde era un cuentista reconocido?

-Yo conocí por primera vez Argentina en 1972 cuando era un país extraordinario, a pesar de la dictadura. En Uruguay tenía un trabajo burocrático, que ahora lo recuerdo como maravilloso, por el sueldo y por el tiempo libre que dejaba. Además en Montevideo se había desatado en 1973 una dictadura feroz. Y pensé en vivir en un gran país, dinámico, que progresaba y no en una ciudad con ómnibus que van a paso de camello. Además, estaba harto de las intimidaciones diarias de los militares (nos amenazaban todas las noches por cadena de radio y televisión) y en marzo del 76 me dije: "Me voy, quemo los puentes". Y a este país llegué. Joyero, platero más precisamente, diez horas en el banco, clientela en la ruina, sueldo en la ruina.

-A pesar de la dictadura, en el Buenos Aires de los setenta había un movimiento de resistencia cultural muy fuerte. ¿Cómo lo vivió usted?

-Hasta 1974 Buenos Aires era espléndido para vivir, aunque ya asomaban los dientes los militares. De todas maneras había mucho trabajo y circulante. Lo primero que noté era que podía trabajar, supongamos, seis horas diarias y vivir bastante bien. Me quedaba un poco de ocio para leer y tratar de realizar proyectos. Había mucha libertad. Y esta sensación se debe a que en 1973 los estadounidenses habían autorizado y usado a los fascistas en el Uruguay. Por eso, para mi visión, la libertad que había acá era extraordinaria, que se sumaba a la parte económica y a la facilidad para vivir. Por otro lado, en Montevideo, en ese mismo momento, uno no podía reunirse con tres amigos y ser progresista o pretender fundar una revista literaria, como me sucedió a mí y a otros, porque enseguida alguien del grupo iba preso o te buscaban para interrogarte y muchísimas cosas peores. Lamentablemente, después bajaron las mismas órdenes a Buenos Aires y sucedió lo que todos sabemos y sufrimos hasta hoy.

-¿Cómo fue su inicio en la escritura?

-En mi casa siempre hubo muchos libros y me dediqué de chico a leer de todo y mucho. Preferí eso antes que andar por la calle pateando pelotas, cuerpos de compañeritos, o cosas así. Al llegar a la mayoría de edad tuve la suerte, en Montevideo, de hacer amistad con jóvenes que estaban entusiasmados con la pintura y la poesía. Entonces yo también quise escribir. Me acostumbré a llevar un diario personal, que me ayudó a expresar ideas, pensamientos, sentimientos. Ese ejercicio me posibilitó emprender la escritura de un par de novelas, que mandé a varios concursos. Como fracasé las tiré unos años después.

Allá por 1968 se me ocurrió dar rienda suelta al inconsciente y apoyarme en el diario para volver a escribir. Primero hice unos cuentos realistas, después -ya inspirado en toda clase de temas misteriosos- empecé con la escritura fantástica. Siempre me atrajo lo que no está a la vista, por ejemplo el tema de las conspiraciones históricas secretas y cuanta cosa recóndita para el vulgo oculten los poderosos. Sentí que esa temática me ofrecía un campo ilimitado, original. Por otro lado estaba, como hoy, harto del realismo adocenado, repetitivo, facilongo y cotidiano, ese mismo que nutre a la clase media ignorante. Había que cambiar; incluso actualmente hay que desterrar toda esa basura para el medio pelo criollo. Yo, por lo menos, lo intenté. Sin éxito, como no podía ser de otra manera.

-¿Acepta que se lo encasille como un escritor de ciencia ficción?

-No, porque en realidad lo mío no es la ciencia ficción. Claro que me valí de cualquier cosa que contribuyera a la verosimilitud y la atmósfera del cuento, pero la ciencia no me interesa, porque a excepción de la medicina y alguna que otra cosa, no ha servido para mucho a la gente, salvo para dejarla sin trabajo y transformarla en autómatas manejados por la televisión. Lo que ocurre es que en Buenos Aires, en los ochenta, el único lugar donde podía editar mis cuentos y relatos era en el ambiente de la ciencia ficción. En ese entonces, con la nueva democracia, había una gran esperanza y una efervescencia cultural importante y muchos jóvenes editaban revistas de todo tipo, por lo que se podía publicar fácilmente.

Repito, los ambientes de la literatura convencional eran y son totalmente inocuos, reciclantes de una literatura que hace un siglo ya se empezaba a morir. Ahora, la ciencia ficción engloba todo lo nuevo en literatura y hasta tiene visiones de futuro proféticas increíbles. Claro que no es exacto el nombre y es más bien feo, erróneo en su mirada. Lo correcto sería literatura fantástica, que contiene, a la vez, la más antigua y la más moderna literatura.

-Aunque no se considere un narrador de ciencia ficción, en Argentina se lo reconoce dentro de ese género. Incluso formó parte del grupo de aficionados que en el 80 crearon el mítico Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía.

-Es cierto. Allí conocí a mucha gente, por ejemplo a Sergio Gaut vel Hartman, el editor de Sinergia, además de escritor y estudioso de la ciencia ficción. En el 76 yo tenía una fiambrería y él pasaba vendiendo La Campagnola (sonríe). Luego lo conocí también en el ajedrez.

Pero insisto en que no existe en este país la ciencia ficción. Da la impresión de que ese género es más bien puramente norteamericano, con alguna excepción. De todas maneras, ya Borges -por nombrar no al más glorificado sino al más conocedor del asunto- lo señaló. El grado de lo fantástico llega a la ciencia ficción cuando el género es muy técnico y lógico desde el punto de vista terrestre. Todo lo otro, lo "raro", sería fantástico.

-¿Cuáles son los escritores de referencia del género fantástico? ¿Cuáles los suyos?

-Hay muchos geniales y no habría que pensar demasiado para hacer una antología extraordinaria: Swift, Poe, Bierce, Verne, Wells, Kafka, y más acá Cordwainer Smith, Dick, Ballard, Borges, Felisberto Hernández, Quiroga, y parcialmente Bioy y Cortázar. García Márquez es algo fantástico, pero tiene tanta publicidad que impide que uno lo pueda juzgar bien. Quizá en 50 años sólo se lea un libro suyo o dos, y se lo considere un raro. En Montevideo en una época habían inventado el nombre de "raros" para encasillar a autores contemporáneos. De los ochenta para acá, por el estuario surgieron algunos autores interesantes, como Levrero, Gandolfo, Gardini, Gaut vel Hartman, Carletti. Lamentablemente, todo parece un jardín moribundo ahora.

-Ahora que asegura haber abandonado la escritura, ¿qué buscaba a través de las palabras?

-Un camino original, personal, algo que no se haya escrito o que no se haya hecho de esa forma. Y dudo de haberlo logrado.

-Elvio Gandolfo y otros señalaron que en usted y en su literatura hay una voluntad de marginalidad. ¿Es cierto?

-A decir de los críticos y comentaristas, mis personajes son esencialmente personas solas vagando en un mundo sin dios. Desde ya que nunca pensé "voy a construir, o contar cosas sobre personas así". Se escribe y resulta que después las cosas salen y adquieren otra mirada. Hay muchos célebres escritores en esa línea: Kafka, Beckett, Bierce, Céline o Ballard. Con respecto a mi marginalidad personal, no hay escritor marginado que encuentre placer en el asunto. Mi imagen es a pesar de mí mismo.

-¿Cómo le hubiera gustado que lo vieran, entonces?

-Me hubiera gustado tener algo más de nombre como escritor. Simplemente para editar sin demasiadas dificultades. Gandolfo sugiere que es algo voluntaria mi situación. Claro que no es así. Vivir literariamente, es decir frecuentando todas las semanas cuanta reunión haya, buscando día a día posibilidades de becas, nuevos amigos que ayuden, invitaciones de embajadas o de universidades, ligándose a partidos políticos, a alguna religión y buscando empleos en editoriales o diarios o revistas, es algo que nunca se cruzó por mi cabeza. Por esta resistencia es que, literariamente hablando, no tengo imagen. Incluso no existo como escritor. Mi nombre está en los libros publicados, en algunas antologías dispersas y en ciertos estudios críticos. Es todo. Espero tener dinero algún día para publicar los libros inéditos y reeditar los éditos para enviarlos a varias bibliotecas y a contadas personas interesadas. Como dolorosa reflexión final sobre esto, diría que el mundo que tenemos es extremadamente indigno, un mundo que no merece ser vivido, y menos la inversión de un esfuerzo de vida noble. Simplemente, parecería que todo tiene que pasar por la caja del diablo, y si uno se niega a esto, bueno, pasa a la "no existencia". A todos los que rechazamos eso nos va a ir siempre muy mal. Y parece que tiene que ser así. A mí me parece bien resistir hasta el final, y sin perder la tranquilidad de espíritu, por decirlo así. 

por Lautaro Ortiz
brecha@brecha.com.uy 
Gentileza del Sr. Tarik Carson

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               Tarik Carson en Letras Uruguay

 

 

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