La casa cupo varias veces en cajones.
Después se quedó quieta como una orilla embestida, manchada por la resaca. Sin un gesto, como si el sobrante de colchones, ropas de abrigo y cacerolas estuviera refluyendo en nuevas intersecciones de espacios y tiempos. De zócalos a cielorrasos y antepechos quedó entregada a la novedad de su respiración de reposo. Fue aflojándose parte por parte. Independizada de la lucha a brazo partido por la vida. En el retozo de la mayor edad. Ahuecada y manchada.
La mujer mira el mapa de marcas de arrastre y de posición que ha dejado el traslado y la evacuación de muebles, macetas, utensilios. Rastros de tierra y óxido, siempre oscuros, en aglomeraciones irregulares. Coágulos, menstruos, sangres cavadas, drenajes de lo oscuro. Menarca y menopausia. Se ha quebrado el circuito de reponer jabones y víveres y aquel calafateo de costillares y remiendos. El reverso del círculo cerrado de luchar por la vida es reguero de materia coagulada. Tiempo en estado natural. No sabe cuánto durará, ni si será confortable o achacoso, decoroso o miserable. Sin envolturas, sin apósitos, el tiempo sangra por el lado íntimo, de adentro, cuando luchar por la vida da tregua y se descorren los cerrojos de sangrar.
El pie del ojo apoya en lo que falta. |