Poema de la fuente

poema de Emilio Oribe

del libro "El nunca usado mar"

 

                   I
Cuando ya era casi de noche,
yo me acostó de espaldas sobre el campo
que se extiende a los costados
de la Vía Appia,
y hundí mis ojos
en la azulada luz del Monte Albano.

 

Así, Amada mía,
tuve un sueño o visión muy terrible

que trataré de revivir ahora.
Por la tarde, ¿recuerdas?,

habíamos estado en una iglesia

de Jesuitas, en Roma.
                               Entre la oscuridad,

pudimos ver el cuerpo de Jesús,

crucificado,
                 enfrente de una luz pequeña y roja.

El hijo de Dios parecía vivo.

 

Al moverse la llama,
veíamos contraerse los músculos
y erizarse la piel como el trigo con la brisa,
mientras los ojos derramaban la vida intensa.
Hoy, coordinando estos recuerdos devotos,
recién puedo explicarme por qué en aquel anochecer,
tuve la terrible visión
que a referirte voy ahora aquí.

 

                  II

 

— Imagina una senda, amor mío,

que va hacia la montaña.
Allí mi alma iba en forma de doncella,

en medio de una vasta muchedumbre

de mujeres, también jóvenes y hermosas.

 

Todas llevábamos
un cántaro de barro sobre el hombro.

 

Yo notaba que me iba retrasando en la marcha,

y que aquellas hermanas mías,

así las consideraba yo, tal vez sin razón! —

se dirigían a apagar su sed
a una fuente de agua pura en lo más alto de la montaña.

 

Desde mi sitio, y a gran distancia,
yo podía ver después, cómo las otras llenaban su cántaro.

Tú, el cántaro llenaste antes que todas,

y te fuiste en las sendas para siempre

con alegre y claro semblante.
 

Tuve muy pronto, el total convencimiento
de que nunca llegaría,
pues sin quererlo me fui quedando sola,
lejos de ti, lejos de ti,
y de las otras compañeras.

 

La fuente aparecía cada vez más distante.
Sangraban mis pies,
lloraba de cansancio y de sed,
el sol castigaba la aridez de mis espaldas,
y pronto fui nada más que la sombra,
— nada más! — de la mujer de Lot,

en medio del paisaje.

 

Un gran vacío se produce en mi memoria,

cuando voy a recordar lo que me sucedió

al llegar al final de mi camino.

 

Puedo asegurar, sin embargo,
que la fuente estaba seca en absoluto
para mi boca,
y que un rumor de fatalidad bíblica,

me aturdió y me arrojó a tierra

cuando ya creía humedecer los labios.

 

Recobré la conciencia, al cabo de largas horas.

Seguramente habría caminado mucho,

pues empezaba a hacerse ya la sombra,
en mi visión, y el monte estaba muy lejos,

sonrosado en las luces del crepúsculo.

                  III

 

Mas, poco a poco, aquella montaña

fue adquiriendo contornos precisos

y claros al caer la tarde.

 

Entonces, se formó allí
el Cuerpo de Cristo, Nuestro Señor,
inánime, extendido a lo largo entre las cumbres.
La fuente,
a la cual yo tal vez no llegaría nunca,

corría siempre abundosa, sobre el flanco,

para exaltar más aún mi sed.

 

Era en el cuerpo del Señor, la herida

que le abriera Longino con la lanza.

poema de Emilio Oribe

del libro del libro "El nunca usado mar"
Máximo García Editor . Segunda edición

Montevideo, 1928

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: http://www.autoresdeluruguay.uy/biblioteca/Emilio_Oribe/lib/exe/fetch.php?media=emilio_oribe_el_nunca_usado_mar.pdf

 

Ver, además:

            Emilio Oribe en Letras Uruguay

 

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