Las serpientes eternas

poema de Emilio Oribe

 

                  I
                ¡Ah, tan irresoluble,

como el poder que hace crear los mitos,

                dinastías y cantos,

será siempre el enigma

de los encantadores de serpientes!

 

                 II
Admirad a los ancianos de sólidas barbas

que en su nirvana inmersos,

dominan en conjunto y en un fugaz instante,

su hirviente serpentario.

 

                Las serpientes

bajo el tenaz conjuro de la música,

suben con mansedumbre,

como llamas viscosas

y mojadas.

¡Admirad a los jóvenes encantadores de serpientes,
solemnes como ascéticos demiurgos,
filosofantes lúdicos con párpados de fuego,
que en su oficio restauran
toda una ardua temática ancestral,
para que el monstruo luzca al orbe espléndido
su impávida belleza!

 

Frente a sus dueños,
las serpientes oscilan sus chatas cabezas
como errantes medallas
que buscan irse al pecho de los astutos déspotas.
Después se balancean, indolentes,
movidas por ingrávidos oleajes,
como en un turbio estanque
los pensativos lotos.

 

                 III

 

Al verlas en tal trance,

yo, Emilio Oribe, enuncio

la sorprendente hipótesis
de que existe el jardín de las serpientes eternas.
Fue al mirar unos diáfanos efebos
que actuaban como heraldos de jardines.
Huéspedes enjutos de las hogueras del sol índico,
encantaban a las idólatras bestias
confiando más que en músicas monótonas,
en el mirar profético
y la astucia constante que atestiguan
la implicación recíproca del hombre y la serpiente.

De los encantadores que recuerdo,

siempre he de preferir
                aquellos que son jóvenes

y casi adolescentes,
pues nacieron dotados de ilimites poderes,

y descifran mejor que el más sabio artilugio

los signos de los dioses en las bestias.

 

Se ofrecen, por complaceros, semidesnudos

y cumplen su misión sin esfuerzo, ni fatiga,

naturalmente,
                como si respiraran
o jugaran.
                Como si acariciara

                su displicencia nómade,

los rizos y los brazos

de huidizas doncellas.

 

                  IV

 

Una noche,
bajo un imán constante de plenilunio y flautas,

entre el asombro turbador del ánima

yo temí en que en la sombra las serpientes

la alta rueda empañaran del cóncavo zodíaco.

 

No obstante, ¿qué esplendor les fue negado

a los encantadores de serpientes,

como un oprobio de su arcilla mágica?
¿Por qué sólo sugieren

transcendentes metáforas?
¿Qué pozo de tinieblas les mana en el espíritu?

               ¿Y por qué no he de amar

                su anónima miseria,

si en su humildad de réprobos

me traen los simulacros
                de todos los geniales inspirados,

y al verlos encantando a sus esclavas,

                confirmo en mí la hipótesis

de que existe el jardín de las serpientes eternas?

 

                    V
¿Qué es lo que los pierde en el fracaso

de ser tan sólo imágenes o esbozos,

de aquellos que convocan con cautela infinita

del pensamiento puro las esfinges?
                Los míseros

son ídolos frustrados,
                que hacen pensar en las instancias

más difíciles
                de la aventura humana.
¡Y qué inaccesible orgullo el que suscitan!
                Dominar un instante

la creación absoluta del espíritu,

violando el gran secreto que clausura

el eléata jardín de las ideas perfectas,

que no es otro que el jardín de las serpientes eternas,

donde éstas,
                como avaras,

                atesoran

las grandes sinfonías
                de los siglos,
                los pálidos teoremas de las artes,

y el frenesí de las danzas y los cantos.

                   VI
¡Ah sí, pero
                tan irresoluble,

como el poder que hace morir los mitos,

                dinastías y cantos,

será siempre el enigma que sin perdón destruye

                a los encantadores de serpientes!

NOTICIA
DEBO admitir que será siempre una operación de discutible validez el concebir la transformación de las ideas eleáticas o platónicas en serpientes eternas. Planteado en forma vaga el propósito, sólo sería admisible su éxito en el ámbito de lo poético. Pero centrándolo en lo racional, menos discutible resultaría el problema si lo colocáramos en las cercanías de un relativismo como el de Protágoras; allí sí, las ideas puras o los conceptos primarios pueden, sin menoscabo de su esplendor, concebirse como serpientes aprehensivas, siempre dotadas de astucia y de vida, aunque restringidas al dominio de una razón operante, en un universo con límites inteligibles. Otro reproche que se esgrimiría, válido en la esfera poética también, podría ser el hecho de servirme, como instrumento de una abusiva tendencia a hipostasiar una concepción auténticamente helénica como es el eleatismo, volcándola en un símbolo del arcaísmo religioso oriental, propio de la India y de la tradición bíblica o judaica. Con la sombra, además, de una leyenda negativa y condenable, como es la que acompaña al signo de la serpiente. Sea lo que fuere, las contemplaciones de los encantadores de serpientes en la antigua urbe de Delhi, tan subyugante y misteriosa, al integrarse en un poema, condujéronme por un pasadizo ascendente a la identidad de aquellos dos mitos, ideas y serpientes, tan disímiles y opuestos en el pensamiento y en la poesía de los tiempos.
E. Oribe. 1957.

 

poema de Emilio Oribe

 

Publicado, originalmente, en: Entregas de La Licorne 2ª Época - Año V Nº 11 Montevideo

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/46

 

 

Ver, además:

 

 

             Emilio Oribe en Letras Uruguay

           

 

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