Espectáculo de una tarde de otoño

poema de Emilio Oribe

del libro "El Taciturno y la Noche"

 

 

Domadores de potros he vuelto a ver;
jóvenes aindiados y mulatos con sublimes estatuarias.

 

Los vi descender de los autos

entre un séquito de mujeres y de joyas,

y en la pista oval marginada por la multitud,

animales jinetearon
dispersándolos junto con las hojas del otoño.
Finos autos con espejos vagabundos,

espectáculos de imágenes y errantes pensamientos.

 

                 II

 

Si en algún estado anterior, con fuerza adiestramos instintos,
y con gracia escamoteamos ascuas del fuego

para que se extinguieran,
y destruimos juguetes o almas para poseerlos mejor,

bien hacen estos domadores de potros

en robarles la vida y la libertad a las bestias del campo que,

desde hoy, no serán más que obedientes sombras.

 

Una yegua salvaje,
saltaba y quería librarse del domador

como una idea genial

de un sistema religioso o metafísico,

quiere emanciparse,
           e intenta volverse al cosmos primitivo,

de donde fue atraída con la crin turbia de nieblas.

 

Jinetes, atléticos como domadores griegos,

se confundían con sus ayudantes,

fumando cigarrillos de tabaco inglés.

 

De pie sobre los estribos,
saludaban, y al galope,
vinieron a hacerme pensar en la esclavitud
y en los músculos doblados por el eslabón prometeico.

 

Fiesta...

 

Pero con un vino trágico,

la doma de potros siguió bajo el sol del Otoño.

                III

 

Cuatro potros blancos,

de largas crines al viento,
alas inútiles afirmadas en la ira de espumas del cuello,

como larvas de ángeles bastardos,

con pretensión de escalar el cielo

dirigían los saltos últimos.

 

Un potro color de nubes de tormenta,

era una salamandra calcinada
que, al extinguirse al margen de las llamas de la tarde,

con habilidad pasmosa encorvaba su cuerpo de cenizas.

 

               IV

 

Sobre el campo de la doma
trazó un diáfano avión en el crepúsculo,
su aérea diagonal, cauda de oro.
Era en la sonrisa de la luz,

el venablo encendido de un mundo nuevo,

iluminando un naufragio de árboles, de hombres y de bestias.

Un domador, entonces,

creyó llegada la hora de firmar,

con la trayectoria de su galope,

la orden de muerte para toda una leyenda

de pampas y de guerras,
perjudiciales mentiras.

poema de Emilio Oribe

del libro "El Taciturno y la Noche"
Imprenta Nacional

Montevideo, 30 de junio de 1966

 

Ver, además:

            Emilio Oribe en Letras Uruguay

 

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