El túmulo y la danza

poema de Emilio Oribe

 

   Este cuerpo bien pudo ser algo más excelente

que la ergástula del ánima,

o el espejo listono de la belleza sensible

o el indigno habitáculo
       de la paloma del Espíritu Santo.

 

   Este cuerpo bien pudo tener

       un destino más respetable

que el irse en el devenir irrisorio del tiempo,

como una máquina de células con números,

o ser el eje de una rueda de sombras

para el registro itinerante de universos y olvidos,

 

                    II

 

   Este cuerpo bien pudo ser algo más,

       que una flor púrpura y ala

en las grietas de una montaña,

para el banquete de otro pájaro siniestro,

o aquella columna de piedras preciosas

bajo el légamo de un pozo de aguas turbias,

o entre puentes colgantes y fosos de ciénagas,

el subterráneo de una lóbrega fortaleza.

 

   Este cuerpo bien pudo ser el arco de triunfo

más suntuoso
       por donde pasaran miles de legiones

de esclavos bárbaros y eternos,

siempre los mismos y distintos,

repitiéndose sin tregua, en circulares desfiles.

 

                   III

 

   Este cuerpo bien pudo tener otro destino

que albergar el ídolo de un templo sin cultos.
en la penumbra de un santuario sin dioses,

entre círculos de humo

plegarias esperando
       y ditirambos sin término.

 

En cambio pudo ser el brillante proscenio de un teatro

con miles de escenas de histriones y máscaras,

laberintos de música y palabras,

siempre las mismas en las mismas obras.

 

                  IV

 

       Pero nunca este cuerpo
      mereció ser el túmulo de ébano y espuma

que es... Y sobre el cual

una resplandeciente bailarina desnuda

cruza siempre,, por los tiempos,

sin pausas,
can un pie ante un abismo y otro pie ante una hoguera.

 

    Con la vanidad
        de creerse un alma eterna,

sólo una esclava desnuda

baila sobre este túmulo

que es el cuerpo mío.
Condenada está allí a su propio éxtasis,
en un danzar idéntico a sí mismo,
al ritmo de una música que ella sólo presiente,
sin fatigarla nunca las cadenas
y viejos abalorios en sus hombros perfectos.

 

    Nadie en los tiempos

ha de oír su canto o su, llanto,

ni ha de festejarla en el imperio

de su gran danza anónima.

 

    Tal cual ella es,

        en si,
en la sublimidad de su decepcionante belleza.

poema de Emilio Oribe

"La Biblioteca" - Revista de la Biblioteca Nacional

Tomo Nº 9 - Segunda Época Nº 3

Buenos Aires 1958

Director Jorge Luis Borges

 

Ver, además:

            Emilio Oribe en Letras Uruguay

 

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