El nido de las calandrias

poema de Emilio Oribe

del libro "En la colina del pájaro rojo"

 

A los niños de la América del Sur

En Santa Lucía, durante el mes de Octubre de 1923, fui testigo del episodio que se desarrolla en este poema.
Se descubrió en la casa en que yo trabajaba un nido de calandrias con cinco pichones. Tres eran de las nativas aves cantoras, dos eran del tordo, pájaro vagabundo del campo. Alguien quiso observar demasiado el nido y tocó las crías. Entonces, los padres destrozaron la cabeza de los tres hijos, dejando con vida a los pichones de tordo, como si no les interesara el futuro de éstos. Terminado el sacrificio, las dos calandrias desaparecieron de la comarca. Un asunto que no tratan los autores americanos que se han ocupado de las calandrias, y es también más heroico, que la trágica actitud de otras aves célebres, que en circunstancias análogas, han sorprendido e inspirado a los poetas, los viajeros y los sabios.

 

Las dos calandrias pasaron

de un árbol hacia el campo.
                             Atardecer.
Muy claro atardecer ...
Me quedé mirándolas.
                       Volaron,

aún más. Yo dejó de leer.

 

Con un manso mirar

voluptuoso me detuve a observar

las grises aves.
                Una de ellas se puso a cantar.

Un álamo, quieto estaba, a modo

de un índice en un labio,
¡Silencio!
El pinar,
los insectos, las tierras, el viento, el lodo...
¡Silencio! El orbe todo

va a escuchar...

 

Aves de ojos pardos con aro amarillo,

alas plomizas, plumas castaño oscuro,

patas saltarinas, jaspeadas sin brillo.

Como siempre,
Dios otorgó tan sólo al pajarillo

macho, el clon del celeste canto paro.

 

Canto de la calandria en el pastoreo!
Canto de la calandria en el arrayán fragante.

Libertad. Agilidad. Gorjeo,

del carnal deseo!
Vestidura de luz.
Arrullo del varón que va a la amante

feliz, y es salmo nunca repetido.
Canto en amor y carne concebido,

y realizado,
             santificado

             y sin pecado.


Canto a la calandria!
Maravilloso canto!
Tan seguido de vuelos!
                        Canto de la calandria...

Alegría de cielos
tierras y de cielos y tierras llanto!

 

Después, supe más...
Las calandrias tenían un nido

en un laurel real.

                        Pobres! Que mal
construido 

y a la vista!
Hacerlo allí fue descuido 

de artista, 

pájaro musical!

 

Nieve olorosa floreció el manzano

y el duraznero vio caer su flor.
La cigarra chirriaba: el Verano!
Todas las avecillas del Señor

cantaban,
a cada cual mejor.

 

Cantaba la calandria desde el amanecer,

melodía infinita, divino trinar.
Para oír la canción en cada día renacer

y ascender
yo aprendí a madrugar.

 

Un día

vi el nido,
copo de tiernos plumones.
Y en él, mal escondido,

un racimo de cinco pichones.
 

Tres de ellos, de calandria, sedeños.
Dos, del tordo, el bohemio haragán.
—Hermosos pájaros!
                     — Pequeños,
y cantores!
Como en los sueños
míos, mañana libres cantarán!...
Pero temblé: los dueños
de la estancia ¿no los descubrirán?

 

Porque yo tuve la paciencia

de ser, en una estancia de dolor

peón durante dos años.
Los patronos eran hombres de ciencia.
No me amaban: yo era el soñador ...
El cristiano pastor

de sus rebaños.


Un hombre dio con las avecillas

y avisó a los otros.
Se hizo vigilancia

tenaz, y hasta una jaula de mimbres y rejillas.

Los pichones
quedarían cautivos en la estancia!

 

Las calandrias ya no cantaban tanto!
—Cómo deseaba yo que libres fueran
aquellos hijos cantores!
                         Ruiseñores!
Sí!... o más, por privilegio y gracia del canto,

de mis Américas, eran...
—Poetas. Hermanos. Los mejores!
—Ah! si los pobrecillos huyeran! —

 

Los cinco pichones crecieron,
Los tres de calandria, hermosos, vivaces,

a silbar aprendieron.
Los de tordo, sólo abrieron

para comer, los picos voraces.

 

Pero llegó un terrible día

en que un hombre apenas rozó

el nido con las uñas.
                      Yo jamás podría

imaginar lo que allí sucedió.

 

Fue así:
ido el hombre empezó a soplar el viento

del Sur, hasta nublar el firmamento.
La calandria esperó

y en seguida voló.
                   Subió, subió,

enloquecida de un secreto mal.
Se detuvo muy alto, muy alto!
                                Y cayó
vertical.
Y llegando al nido dio
                       un gran salto...

poseída de furia sangrienta y bestial.
Y a sus tres pichones mató.

 

Abriendo las alas en abanico

en un gesto de orgullo y belleza

con el pico
            hecho llamas,

a cada hijo destrozó la cabeza.

 

Milagro! dejó vivos

los otros dos pichones

de tordos comilones.
¡Que se los llevaran cautivos!
                               Y se fue por los cielos,

con un volar difícil y doliente.
¿El destino de los dos pequeñuelos

que no eran de ella, le era indiferente?

 

Dime: Oh, pájaro!
¿Para qué el sacrificio

de los tres hijos?

¿La muerte antes que la servidumbre?
¿Qué indicio
viste de horribles cárceles?
¿Por qué tú, que eres luz, fineza y mansedumbre

te armaste de odio, allá en alguna cumbre

ancestral?
Y después,
¿por qué sabio llamado del instinto

maternal,
dejaste vida al pájaro distinto

de tu especie, calandria de cristal?

 

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Entre surcos recién abiertos

enterré los tres pajarillas muertos.

Guardé las dos huérfanas criaturas,

las anidé en mi mano,

y grandes, hacia el fin de aquel verano,

las dejé ir por las llanuras.

 

Desde entonces, triste es el alba mía,

y el ocaso también es oscuro combate.
—Para olvidar mi melancolía,

con los indios converso y tomo mate.

 

Las dos calandrias no cantaron más,

por esos lugares ni por otros.
—Hacia dónde volaron?
                       —¡Decidlo, si lo sabéis vosotros


Dijome una noche,
un indio, antiguo amansador de potros,

a quien pregunté por ellas:
— Hermano, realizaron
                        con sus hijos,

algo que no supimos hacer nosotros,

con nuestros hijos!
                    —Los mataron ...
                    —No los esclavizaron,
Y agregó: — Te juro que esas trágicas aves bellas,
                                     para allí emigraron
Y se fue, señalando las estrellas.

 


                                                                            Montevideo Santa Lucia
                                                                            San José de Mayo Campos y Años de 1922 al 1925

poema de Emilio Oribe

del libro "La colina del pájaro rojo"
Agencia Gral de Librería y publicaciones

Montevideo, 1925

 

Ver, además:

            Emilio Oribe en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay 

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