Reflexiones de Pigmalión |
He leído que existe una profesión llamada de presentadores. Actúan en radio, en televisión, en salas de fiestas. Con frecuencia, anuncian: “Y ahora Don José Pérez, que no necesita ser presentado”. Y muchas veces Don José no es conocido dentro de unas doscientas millas marinas de las cuales él es el centro. No rebasa las cariñosas fronteras de parientes, amigos y colegas de trabajo. Por eso, al relatar una entrevista., una anécdota, me permito y obligo a no hacer la presentación de uno de los personajes. Se llama George Bernard Shaw y quien no lo conozca y recuerde puede interrumpir aquí la lectura. Pero considero imprescindible la presentación del otro. Se llama Samuel Goldwyn y alcanzó la fama mediante frases absurdas y excelentes películas. Las frases —que se dijo eran invenciones de Chaplin (¿necesita presentación?)— parecen producto de un superrealismo particular. También sus burradas. Una vez introducido en el cine americano, un judío pobre que a los nueve años de edad escapó de su gueto polaco, que realizó una tarea astuta y tenaz porque la cúspide de Hollywood ya estaba ocupada por varios de sus correligionarios, supo moverse tan bien que sus socios debieron pagarle un millón de dólares para verse libres de él a costa de perderse su notable olfato comercial. Entonces sin ataduras y con dinero empezó a moverse. Vio, deslumbrado, El acorazado Potemkin y corrió a pedirle a Eisenstein que le hiciera una “más o menos como ésa pero un poco menos cara. Eso sí, hay que darle el papel principal a Ro-nald Colman, que es un muchacho que estamos empujando.” La historia no recogió la respuesta de Eisenstein pero cualquiera de mis lectores puede imaginarla. Este fue el comienzo de sus frases inmortales. Algunos ejemplares divertidos: cuando decidió separarse de la Oficina Hays, ordenó: “Inclúyanme afuera”. Además hay otras: “Esta mañana tuve una idea genial, pero no me gustó.” “Un momento: nuestras comedias no son cosa de reírse de ellas”./“Hay que agarrar al toro por los dientes”./“Ese es nuestro punto débil más fuerte”./“Al descubrir en jardín ajeno un reloj de sol, que se hizo explicar: “Caramba, quién sabe lo que llegarán a inventar un día”. Cuando le enseñaron que su esposa Francés tenía manos muy hermosas: “Sí, ya sé. Algún día mandaré hacer un busto de ellas”. Tras una pelea con el director Howard Hawks, que terminó en que Hawks dio la espalda a Goldwyn y se fue a hacer una película a otra empresa: “Eso es lo malo con los directores. Siempre están mordiendo la mano que pone los huevos de oro”. El que tenga interés en conocer más frases de otro burro cargado de oro debe leer “Vías de escape” de Graham Gree-ne, quien tuvo que padecer a un productor de Hollywood que tal vez aventajara en torpeza al Sam, cuando se hizo la película sobre su novela El Tercer Hombre. Las hay absolutamente increíbles. Y una noche tuvo una idea genial que sí le gustó: filmar la obra de George B. Shaw llamada Pigmalión. Es de todos sabido que Goldwyn pretendía imponer intérpretes, director y alterar el final. Debió haber dicho, supongo, “mejorar”. Como todo el mundo sabe, la entrevista terminó con una frase doblemente definitiva de George B. Shaw: —Señor Goldwyn, no podremos entendernos. Usted es un artista y yo un hombre de negocios. Luego apareció en escena Gabriel Pascal, también deseoso de Pigmalión. Conversaron y se entendieron. George B. Shaw le preguntó con qué capitales contaba y Pascal confesó, que no tenía un penique en sus bolsillos. “Pero con unas líneas suyas de autorización conseguiré todos los millones de libras que necesite”. Y así fue, se filmó un Pigmalión admirable que engendró algún lastimoso remedo. En la primera y única, el papel principal era de Leslie Howard, asesinado “por razones de guerra” con la bendición de Gran Bretaña. Pienso en mi lector, porque me consta que tengo uno, y lo imagino preguntándose a qué viene toda esta cháchara, este resucitar de viejas anécdotas que, probablemente, él conozca mejor que yo. Me propuse prologar esto para el verdadero propósito del artículo: quiero presentar, tan sólo, una enfermedad que puedo llamar universal y a la que he decidido bautizar: se llama pigmalionismo. Si usted no la sufre mire alrededor, piense en amigos y conocidos y fatalmente encontrará un caso. En mi recuerdo, el primero que conocí fue el de la hermosa adolescente que se acercó a la mesa de taberna donde Alfredo de Musset bebía en soledad. Le dijo algo así: “Usted se está matando y yo quiero salvarlo”. El poeta la miró largamente —la Sand le había agregado diez años, le había robado la belleza—, terminó su copa y repuso: “Gracias, linda. Pero has llegado tarde”. La chica quería sacar a Musset de la ruina, del lento suicidio, del enmudecimiento poético. La chica quería convertirlo, para bien, en otra persona. Estaba pigmalionizando. Y la Verdad es que esto se hace siempre con buena intención. Donde el pigmalionismo resulta más visible y común, es en Estados Unidos. Por lo menos en Nueva York y, por mis lecturas, lo mismo ocurre en otras grandes ciudades de aquel enorme país. Como el matriarcado es allá evidente, no debe extrañar que sean las mujeres las que ejerzan de Pigmaliones: frías, resueltas, bien terrestres, cumplen su tarea y vocación sin pausas. Empujando constantes a su pareja hacia el éxito con mayúsculas, hostigándola para que trepe, siempre un escalón más, otro esfuerzo, hasta el elaborado infarto. Pero también hay en todo el mundo explotadores del Pigmalionismo, hombres y mujeres. Entre los primeros es interminable el número de practicantes de artes diversas hundidos en una bohemia sin gracia y casi con un letrero en el pecho que proclama “Genio in-comprendido”. Si llegaran a encontrar una mujer que sí los comprendiera y admirara... Y, aparte del apoyo moral, algo de ayuda porque al fin y al cabo de pan vive el hombre. Aunque no sea en exclusiva. Y también conozco varones que tras una indigestión dostoiewskiana se casaron con prostitutas. Y aclaro que me refiero a doctoradas, las de esquina o burdel. La práctica pigmalionera es muy extensa y variada. Se necesitará otro artículo para enumerar, hacer clasificaciones. Entretanto, que trabaje el lector. Se trata de un tema que, como acostumbran decir los críticos de novelas con frase que me divierte por cómica e insignificante “admite o exige varias lecturas”. Y a veces muchísimas más; depende de la tirada. Como ya dije, el pigmalionismo es un virus mundialmente extendido. Recuerdo un chiste publicado en una revista norteamericana. Una cavernícola sentada en la puerta de su hogar ve regresar de la caza a su barbudo macho, maza en mano y ciervo al hombro. Y le da la bienvenida diciendo: “El hombre de la cueva de al lado trajo un animal más grande”. Nunca lo dijo con gula y sólo algunas veces por envidia. Siempre su intención fue estimular, darle un empujoncito a su hombre para que trepara un poco más en aquella carrera hacia el éxito que aún no se había inventado. Pero la tan usada intuición femenina podía presentir, ver allá lejos, miles de años después. También agrego aquel tan conocido pigmalionismo que se da con preferencia entre vicepresidentes de empresas y entre directivos de partidos políticos. Aquí ya no se trata de modificar la siquis del otro, del que se antepone al avance, sino su estado físico. Lo único a que aspira es asistir al velatorio del hombre obstáculo. . Y para terminar: he leído y oído que abundan las parejas que han vivido ,en intimidad durante muchos años y terminan tan parecidos como hermanos. Aquí el pigmalionismo consiste en que cada uno desea, consciente o no, que el otro, fatalmente se trata de otro, sea como YO. Creo que esto se va logrando, con esfuerzo sostenido de ambas partes, palabra a palabra, negativas acumuladas, discusiones cotidianas y pueriles. Hay que limar diferencias, corregir actitudes y modos de pensar. Trabajo que nunca interrumpe el tiempo y que no renta fatiga. El final es el infierno sin fuego de la convivencia con el otro que es uno mismo. Por mi parte lamento que pierdan la felicidad, para ellos inmerecida, de tener como compañía una persona distinta, con una idiosincracia ajena y muy suya. Y, gracias al Señor, con una firme vocación que no roza la mía. |
Publicado, originalmente, en: Jaque Revista Semanario - Montevideo, 24 de Febrero al 1° de Marzo de 1984. Año 1 N° 12
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/3085
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Juan Carlos Onetti en Letras Uruguay
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