Llévate este paisaje que me diste:
las cuencas de caricias,
los laberintos de sangre,
el sustancial insomnio,
la medida del ímpetu,
el delirio quebrado,
el compartido pan.
Llévate la lluvia dorada,
la vegetal ternura de tu piel,
el regazo de acechos,
los pétalos desnudos,
la retina del trébol,
la morada de júbilos,
la diáfana nostalgia
y tu yo.
Auséntate de mí por esa calle,
la misma, la vencida de pájaros,
la que dejaste acaso aquella noche
seńalada de primaria experiencia,
de tardías herrumbres,
de agreste desahogo
y fugitivo labio.
Apágame esta marea de naufragios,
esta desmenuzada garganta,
los pregones de abismos,
la definida forma de tu llanto,
la desprovista sed,
la inviolada semilla
y el confundido manantial de sombras.
Llévate este paisaje que me diste,
álzalo hasta tu frente
y déjalo caer sobre el relámpago
definitivo y mudo
de la muerte.
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