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Historieta |
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Sentado frente a su
escritorio, Roberto se rascó la cabeza. Esta semana, sin falta, tenía
que crear una nueva historieta para reemplazar la que había finalizado.
El Jefe le había pedido un tema más real, más cotidiano. Mientras
dejaba volar la mente en busca de una chispa inspiradora, el lápiz
ensayaba algún boceto, como un patinador solitario, casi independiente de
la mano que lo sostenía. Miró el papel, y un dibujo se destacó entre
los bosquejos: la silueta de una mujer alta, exageradamente flaca, le
arrancó una exclamación: ―¡Te parió, che!, ¿no me vas a dejar de joder nunca? Pero ya que estás ahí, por primera vez en tu vida vas a hacer algo útil… A vos te encanta estar en escena y yo te voy a hacer famosa, ¡ni lo dudes! Sin
notarlo había hablado en voz alta y sus compañeros del Semanario lo
miraron. Levantó la mano riendo y explicó:
―¡No es nada, muchachos… se me prendió la lamparita! |
Retocó
el dibujo marcando los detalles. Le pintó el pelo "batido" de
aquel rubio platinado que estuvo de moda en los 60' y le marcó las
arruguitas… ¡Ni el cirujano plástico había podido con ellas!, ¿quién
era él, entonces, para hacerlas desaparecer? Y la vistió de pendeja,
haciéndole total justicia a su padecer de tercera edad mal asumida. Ahora
tenía que dibujar los otros personajes. Esto era pan comido para Roberto
porque serían ―como
había pedido el Jefe― rescatados
de la vida real. Primero,
una mujer como la suya, más joven, alta, bonita, sin estigmas anoréxicos
ni huesos de punta, con cualidades de "teru–teru"
para vaciarle un frasco de "Ma–Fú" a
cualquier moscón que osara acercarse a tocar "sus huevos". Segundo,
un chanta como Felipe ―abanderado
de los giles―, que
entrega la posta inocentemente cada vez que a ella se le alza el rabo por
ahí, la retoma cuando vuelve apaleada, y todavía se morfa sin sospecha
los "cuentitos de hadas" que le arguye la mañosa damisela… Y
tercero él ―por
supuesto―, un tipo común
y corriente que tiene todo lo que quiere y como no se da cuenta, sucumbe
al primer aleteo de mariposa nocturna sin medir riesgos… Navega en la
fantasía de un "no sé qué" fulgurante con candor de pelotudo,
sin sospechar siquiera que se está jugando eso
―justamente―, ¡las
pelotas…! Roberto
repasó el perfil de los personajes y quedó conforme hasta con el
propio… aunque ahí ―casi
en un susurro para que no lo escucharan―
se dijo sonriente: ―¡Te
salvaste en el anca'e un piojo, macho… en el anca'e un piojo!
Pronto.
Ahora la trama, que por más cotidiana y real que fuera ¡encajaba
perfectamente entre las clásicas de historieta! En
el primer cuadro, mostraría a la escuálida protagonista triste y
silenciosa ―como el Príncipe
Cubano frente al Chantecler (*)―,
en la vereda de "La Vegetariana" añorando las antiguas galas de
"La Castellana", aquel boliche de "viajes" finos que
una vez estuvo en esa esquina de Pocitos y hoy no existe más que en la
nostalgia de veteranos con guita y minas obsoletas que tuvieron arte para
currar. Después
aparecería él, recogiendo el coquito que le tiró la mina (*)…
y solícitamente, de piola y despistado… mordería un anzuelo con efecto
de arpón. A
continuación vendría el desarrollo de la historieta, donde los otros dos
personajes se resignarían ―o
no― a la cuota parte
que les cayó de regalo, con las idas y vueltas que este tipo de embrollo
trae aparejado. Más
adelante comenzaría a describir el acoso, las escenas de celos y un montón
de actitudes infantiles de la vetusta percanta para llamarle la atención,
porque hasta ese momento seguía creyendo que había encontrado
―a juzgar por las apariencias y su cerebro inmaduro―
un pinta con billetera abultada… y algún otro atributo para no
despreciar. Sacaría
los trapitos al sol de las llamadas a cualquier hora, controlando si podría
estar con la "ex", con la "ex–ex"
o con cualquier pollera que le representara peligro… así fuera la
sotana del Párroco. Después
pintaría lo más claro posible cómo se vio a sí mismo pisando el freno
hasta arrastrar las ruedas, cuando al fin descubrió
―¡oh, oh!― que
el semáforo que tenía delante tenía tres luces rojas… Dejaría
bien a la vista la patología delirante de esta ridícula jovata rubia de
trompita pintada, con aires de quinceañera de otros tiempos. ¡Ah, sí…!
¿Ella intentó ser el ombligo del mundo? Bueno… No es que Roberto
creyera que escracharla en la historieta del Semanario sería lo mismo que
hacerlo en el New York Times, pero… sabía que mucha gente esperaba la
edición para divertirse con su espacio. Porque
la dama no había aceptado así nomás el discreto "mutis por el
foro" que Roberto pretendió… ¡Ella era el pescador y él el
pescado y no podía permitirle invertir los roles…! Utilizando cuanta
artimaña había aprendido en su larga vida, había emprendido el ataque.
Desde pavoneársele frente a la puerta con el disfraz de hacer gimnasia en
el Golf ―mallita
apretada de lycra y zapatones deportivos tipo Tribilín―,
caminando durita como milico en desfile… hasta amenazarlo con
algo similar a un "no te olvides que mi hermano es policía y mi
primo karateka", ¡mencionando el nombre de sus
"protectores" para dejar bien sentado qué clase de elementos la
secundaba…! Acá
sería momento de hacer entrar al personaje aplastante de la historieta:
"la primera dama", con
su aspecto dulce y fino de princesa nórdica que
―al recibir parte del acometimiento―,
deja salir de adentro el "teru–teru"
y ¡a los botes! Rauda, veloz y elegantemente, mirándola desde arriba del
hombro y sabiendo muy bien dónde está parada… le aplica un "¡Borrate!"
de esos que… mejor obedecer… Roberto
sonríe, escribe y dibuja, satisfecho con el desarrollo de la
historieta… ¡seguro que al Jefe le va a gustar! Le
queda el último personaje para agregar… aunque le da "cosa",
porque al fin y al cabo siente un poco de vergüenza ajena por ver a otro
tipo haciendo el papel del bobo… Pero Felipe se ha ganado que lo
inmortalice en el Semanario:
lejos de apaciguar los ánimos de la doña y hacer lo suyo para recuperar
su sitio cortamente desplazado, decide azuzarla para que siga molestando.
Así que sigue adelante, sin piedad. Y
ahora su entrada final ―piensa
Roberto entusiasmado―, a
sacarse de una, la basura que se le quiere meter en el ojo
insistentemente. Cerrará la historieta con el dibujo de sí mismo, explicándole
por teléfono a la pesada el significado del ultimátum de la "number
one": ―No
más señales de humo, ni luminosas, ni de "tam–tam".
Basta de amenazarme con tu payasesco séquito… para mí ya te esfumaste,
así que ¡chau! ¡Tomate un remise y rajá de acá!, ¡ha sido una
verdadera molestia haberte conocido! Terminada
la historieta, Roberto revisa los diálogos, da los últimos retoques de
color y la deja en la oficina del Jefe. A
veces es bueno un impasse en la pareja
―piensa―, ayuda
a redimensionar la relación y volver a ponerle margen a la hoja
priorizando las cosas, diferenciando lo urgente de lo importante y
minimizando lo banal o secundario. A él le sirvió para entender que lo
que abunda es pan con mortadela… que para un picnic está bien, mais
para um festival não da… Y mucho menos conforma a un paladar negro
como el que se descubrió a tiempo y le hizo ver bien claro y apreciar lo
que siempre tuvo en casa. ―¡Te
pasaste, che! ―grita el
Jefe desde su despacho― ¡estos
puteros son los que le gustan a la gente! ¡Si seguís así te aumento el
sueldo… ¡lleváselo a Emilio para editar! (*)
Del
tango "Adiós Chantecler", de Enrique Cadícamo. Letra completa en: http://www.todotango.com/spanish/las_obras/letra.aspx?idletra=3048 (*)
Del tango "Justo el 31", de Enrique Santos Discépolo. Letra
completa en: http://www.todotango.com/spanish/las_obras/letra.aspx?idletra=161 |
Elizabeth Oliver de Abalos
Gentileza
de http://blogs.montevideo.com.uy/elizaymiguel
eliza@montevideo.com.uy
laquincena@montevideo.com.uy
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