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Historieta
Elizabeth Oliver 

Sentado frente a su escritorio, Roberto se rascó la cabeza. Esta semana, sin falta, tenía que crear una nueva historieta para reemplazar la que había finalizado. El Jefe le había pedido un tema más real, más cotidiano.

 

Mientras dejaba volar la mente en busca de una chispa inspiradora, el lápiz ensayaba algún boceto, como un patinador solitario, casi independiente de la mano que lo sostenía. Miró el papel, y un dibujo se destacó entre los bosquejos: la silueta de una mujer alta, exageradamente flaca, le arrancó una exclamación:

 

¡Te parió, che!, ¿no me vas a dejar de joder nunca? Pero ya que estás ahí, por primera vez en tu vida vas a hacer algo útil… A vos te encanta estar en escena y yo te voy a hacer famosa, ¡ni lo dudes!

Sin notarlo había hablado en voz alta y sus compañeros del Semanario lo miraron. Levantó la mano riendo y explicó:

 

¡No es nada, muchachos… se me prendió la lamparita!

 

Retocó el dibujo marcando los detalles. Le pintó el pelo "batido" de aquel rubio platinado que estuvo de moda en los 60' y le marcó las arruguitas… ¡Ni el cirujano plástico había podido con ellas!, ¿quién era él, entonces, para hacerlas desaparecer? Y la vistió de pendeja, haciéndole total justicia a su padecer de tercera edad mal asumida.

 

Ahora tenía que dibujar los otros personajes. Esto era pan comido para Roberto porque serían  ―como había pedido el Jefe―  rescatados de la vida real.

 

Primero, una mujer como la suya, más joven, alta, bonita, sin estigmas anoréxicos ni huesos de punta, con cualidades de "teruteru" para vaciarle un frasco de "MaFú" a cualquier moscón que osara acercarse a tocar "sus huevos".

 

Segundo, un chanta como Felipe  ―abanderado de los giles―,  que entrega la posta inocentemente cada vez que a ella se le alza el rabo por ahí, la retoma cuando vuelve apaleada, y todavía se morfa sin sospecha los "cuentitos de hadas" que le arguye la mañosa damisela…

 

Y tercero él  ―por supuesto―,  un tipo común y corriente que tiene todo lo que quiere y como no se da cuenta, sucumbe al primer aleteo de mariposa nocturna sin medir riesgos… Navega en la fantasía de un "no sé qué" fulgurante con candor de pelotudo, sin sospechar siquiera que se está jugando eso  ―justamente―,  ¡las pelotas…!

 

Roberto repasó el perfil de los personajes y quedó conforme hasta con el propio… aunque ahí  ―casi en un susurro para que no lo escucharan―  se dijo sonriente:

 

¡Te salvaste en el anca'e un piojo, macho… en el anca'e un piojo! 

 

Pronto. Ahora la trama, que por más cotidiana y real que fuera ¡encajaba perfectamente entre las clásicas de historieta!

 

En el primer cuadro, mostraría a la escuálida protagonista triste y silenciosa  ―como el Príncipe Cubano frente al Chantecler (*)―, en la vereda de "La Vegetariana" añorando las antiguas galas de "La Castellana", aquel boliche de "viajes" finos que una vez estuvo en esa esquina de Pocitos y hoy no existe más que en la nostalgia de veteranos con guita y minas obsoletas que tuvieron arte para currar.

 

Después aparecería él, recogiendo el coquito que le tiró la mina (*)… y solícitamente, de piola y despistado… mordería un anzuelo con efecto de arpón.

 

A continuación vendría el desarrollo de la historieta, donde los otros dos personajes se resignarían  ―o no―  a la cuota parte que les cayó de regalo, con las idas y vueltas que este tipo de embrollo trae aparejado.

 

Más adelante comenzaría a describir el acoso, las escenas de celos y un montón de actitudes infantiles de la vetusta percanta para llamarle la atención, porque hasta ese momento seguía creyendo que había encontrado  ―a juzgar por las apariencias y su cerebro inmaduro―  un pinta con billetera abultada… y algún otro atributo para no despreciar.

 

Sacaría los trapitos al sol de las llamadas a cualquier hora, controlando si podría estar con la "ex", con la "exex" o con cualquier pollera que le representara peligro… así fuera la sotana del Párroco.

 

Después pintaría lo más claro posible cómo se vio a sí mismo pisando el freno hasta arrastrar las ruedas, cuando al fin descubrió  ―¡oh, oh!―  que el semáforo que tenía delante tenía tres luces rojas…

 

Dejaría bien a la vista la patología delirante de esta ridícula jovata rubia de trompita pintada, con aires de quinceañera de otros tiempos. ¡Ah, sí…! ¿Ella intentó ser el ombligo del mundo? Bueno… No es que Roberto creyera que escracharla en la historieta del Semanario sería lo mismo que hacerlo en el New York Times, pero… sabía que mucha gente esperaba la edición para divertirse con su espacio.

 

Porque la dama no había aceptado así nomás el discreto "mutis por el foro" que Roberto pretendió… ¡Ella era el pescador y él el pescado y no podía permitirle invertir los roles…! Utilizando cuanta artimaña había aprendido en su larga vida, había emprendido el ataque. Desde pavoneársele frente a la puerta con el disfraz de hacer gimnasia en el Golf  ―mallita apretada de lycra y zapatones deportivos tipo Tribilín―,  caminando durita como milico en desfile… hasta amenazarlo con algo similar a un "no te olvides que mi hermano es policía y mi primo karateka", ¡mencionando el nombre de sus "protectores" para dejar bien sentado qué clase de elementos la secundaba…!

 

Acá sería momento de hacer entrar al personaje aplastante de la historieta: "la primera dama",  con su aspecto dulce y fino de princesa nórdica que  ―al recibir parte del acometimiento―,  deja salir de adentro el "teruteru" y ¡a los botes! Rauda, veloz y elegantemente, mirándola desde arriba del hombro y sabiendo muy bien dónde está parada… le aplica un "¡Borrate!" de esos que… mejor obedecer…

 

Roberto sonríe, escribe y dibuja, satisfecho con el desarrollo de la historieta… ¡seguro que al Jefe le va a gustar!

 

Le queda el último personaje para agregar… aunque le da "cosa", porque al fin y al cabo siente un poco de vergüenza ajena por ver a otro tipo haciendo el papel del bobo… Pero Felipe se ha ganado que lo inmortalice en el Semanario: lejos de apaciguar los ánimos de la doña y hacer lo suyo para recuperar su sitio cortamente desplazado, decide azuzarla para que siga molestando. Así que sigue adelante, sin piedad.

 

Y ahora su entrada final  ―piensa Roberto entusiasmado―,  a sacarse de una, la basura que se le quiere meter en el ojo insistentemente. Cerrará la historieta con el dibujo de sí mismo, explicándole por teléfono a la pesada el significado del ultimátum de la "number one":

 

―No más señales de humo, ni luminosas, ni de "tamtam". Basta de amenazarme con tu payasesco séquito… para mí ya te esfumaste, así que ¡chau! ¡Tomate un remise y rajá de acá!, ¡ha sido una verdadera molestia haberte conocido!

 

Terminada la historieta, Roberto revisa los diálogos, da los últimos retoques de color y la deja en la oficina del Jefe.

 

A veces es bueno un impasse en la pareja  ―piensa―,  ayuda a redimensionar la relación y volver a ponerle margen a la hoja priorizando las cosas, diferenciando lo urgente de lo importante y minimizando lo banal o secundario. A él le sirvió para entender que lo que abunda es pan con mortadela… que para un picnic está bien, mais para um festival não da… Y mucho menos conforma a un paladar negro como el que se descubrió a tiempo y le hizo ver bien claro y apreciar lo que siempre tuvo en casa.

 

―¡Te pasaste, che!  ―grita el Jefe desde su despacho―  ¡estos puteros son los que le gustan a la gente! ¡Si seguís así te aumento el sueldo… ¡lleváselo a Emilio para editar!

 

(*) Del tango "Adiós Chantecler", de Enrique Cadícamo.

Letra completa en:

http://www.todotango.com/spanish/las_obras/letra.aspx?idletra=3048

 

(*) Del tango "Justo el 31", de Enrique Santos Discépolo.

Letra completa en:

http://www.todotango.com/spanish/las_obras/letra.aspx?idletra=161

Elizabeth Oliver de Abalos

Gentileza de http://blogs.montevideo.com.uy/elizaymiguel
eliza@montevideo.com.uy
laquincena@montevideo.com.uy

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