Daños irreversibles |
Diego y Mariel eran una linda pareja. Llevaban unos cuantos años de casados, se conocían bien, la habían luchado juntos y tenían ―sin duda― una felicidad tranquila y estable. Sus dos hijos habían formado su propio nido sin apartarse demasiado, y aquella familia de cuatro se había convertido en una de seis. Un tiempo atrás, cuando abrieron su propio negocio, lo trabajaban los dos a medio horario cada uno, con alguna ayudita, cuando se hacía necesario, de alguno de los muchachos. Todo iba bien, pero empezó la crisis, y por más que Diego se esmeraba en ofrecer ofertas y personalizar la atención de sus clientes, las ventas mermaban porque cada vez eran menos los que estaban en condiciones de comprar. Así fue que Mariel decidió aceptar una propuesta de trabajo que le apareció de improviso como tabla de salvación, de forma de aportar un sueldo fijo que paliara un poco la situación económica de la familia. Los muchachos y sus compañeras ofrecieron ayudar cubriendo el horario de Mariel en la tienda turnándose entre todos, para que Diego pudiera moverse con más comodidad y sin tanta sobrecarga. Mariel se iba a trabajar de mañana y regresaba al atardecer. Diego tomaba las riendas de la tienda al mediodía y después de cerrar hacía la contabilidad diaria y le daba algún toque novedoso a la vidriera antes de volver a casa. Los horarios de ambos empezaron a distanciarse, y al poco tiempo casi no se veían. Ella trataba de esperarlo antes de acostarse, para servirle la cena y estar con él un rato. Para él la noche era joven y no podía entender que su esposa madrugaba mucho y a esa hora ya no podía tenerse despierta. En aquella linda relación empezó a faltar algo… y de a poco se fueron convirtiendo en dos amigos compartiendo un techo. |
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Elizabeth Oliver de
Abalos
eliza@montevideo.com.uy
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