Amigos protectores de Letras-Uruguay

Nací en Montevideo un 21 de diciembre y vivo en la Barra de Carrasco, Costa de Oro. Pertenezco al signo de Sagitario. 

El recuerdo de las buenas amigas se conserva, aunque ya no las veamos por distintas cosas de la vida. Porque la amistad verdadera tiene un archivo imborrable en nuestra memoria que las mantendrá presentes, intactas, para siempre.

Cristina
Elizabeth Oliver 

La conocí hace tanto tiempo... cuando recién me había mudado a la casita de la calle Talcahuano. Había puesto en la ventana un discreto cartelito de papel, para que la gente del barrio supiera a qué me dedicaba, buscando clientela nueva en aquel entorno desconocido.

Una tarde, temprano, vi un Opel Record azul grisáceo estacionar frente a la casa. Una joven descendió y al instante sonó el timbre. Se presentó muy sonriente, me dijo que vivía en Las Heras y Santiago Gadea, a sólo tres cuadras, y que le vendría muy bien tener una manícura tan cerca. De ahí en más, se convirtió en mi clienta No. 1.

Tres años después me mudé al Cordón, pero Cristina no me abandonó. El Opel paraba en la puerta cada semana, y a veces más. Nos habíamos hecho muy amigas y salíamos juntas a recorrer Montevideo. Compartía su auto conmigo y también me llevó a su casa en Punta del Este. 

Nunca había visto a alguien conducir tan bien. El Opel era parte de ella y se entendían a la perfección. Tenía más que vista periférica, yo le llamaba "antenas". Siempre con la vista al frente, Cristina veía todo. Si andábamos por Dieciocho de Julio, sin mover la cabeza me indicaba una prenda en una vidriera, o una cafetería que había puesto mesas en la vereda. Si andábamos por la Rambla, y sólo con la visual del retrovisor, me anunciaba que en unos segundos nos pasaría un coche al que describía con detalle. Sabía, además, cuándo, para evitar un accidente, tenía que usar el acelerador en vez del freno. Una conductora impecable, ciertamente.

Un día apareció en un Alfa Romeo Sport rojo, pequeño, precioso. Entró furiosa, el padre se lo había cambiado y no le gustaba, le encontraba mil defectos... no era como su Opel. Pero se adaptó, y bien pronto lo hizo rendir como ella sabía hacerlo.


Cuando me fui de Blanes y Guaná, lo poco que me llevé no era para camión de mudanza, sino más bien para un "transporte hormiga". ¿Y en qué se hizo? En el Alfa de Cristina, que venía a buscarme diariamente para llevar hasta Goes las pequeñas cosas que se irían conmigo a la pieza que alquilé en la calle Colorado. Allí también la atendí algunas veces, aunque ya no trabajaba más como manícura porque estaba buscando empleo como administrativa.

Cristina me había llevado varias veces trabajo administrativo, incluyendo su máquina de escribir porque yo no tenía. Me dictaba sus trabajos para presentar en Facultad, donde estudiaba Abogacía. Cuando la ayudaba a modificar alguna frase para que quedara más clara, o leía algo escrito por mí, me decía que yo tenía que dedicarme a las letras porque me veía vocación. 

En realidad, mis actividades habían sido otras por no haber tenido la oportunidad de desempeñarme en aquello para lo que me había preparado. Esa mudanza, con el cambio de situación que implicó, me empujó a acelerar las cosas para lograr mi objetivo. Cuando lo hice, el contacto con Cristina fue menguando, ninguna de las dos tenía mucho tiempo libre.

Algunas veces venía a esta casa en que vivo ahora y que entonces era para fines de semana y vacaciones. Se aparecía con una caja enorme de helado Conaprole, o con algún manjar preparado por su tía.

Pero claro, pasa el tiempo y los caminos de las amigas se van alejando casi naturalmente porque sus rumbos son distintos. Cristina no supo que después de mi primer empleo me presenté a un concurso e ingresé al Ministerio de Relaciones Exteriores, ni cuando años después me destituyeron y tuve que exiliarme en Argentina. Tampoco supe yo si ella se recibió, si continuó su trabajo en el restorán de su padre, ni si formó su propia familia.

Nunca dejé de pensar en ella, porque para mí fue muy especial. Al regreso de Buenos Aires llamé a su casa para saludarla en su cumpleaños, un 25 de diciembre. Hablé con su tía, que me recordaba con el cariño de siempre. Cristina estaba en Punta del Este pasando el verano.

Ya afincada en esta casa, esperé muchos fines de semana verla aparecer en un auto que imaginé más moderno. Pero no se dio. Sabiendo lo activa que siempre fue, no me fue difícil suponer que sus actividades y obligaciones habrían aumentado y su disponibilidad de tiempo libre sería muy poca.

Más adelante, cuando editamos nuestro primer libro de cuentos, hice la lista de amigos para mandar la invitación a la presentación por correo. Busqué a Cristina en la guía y la encontré, pero no en su antiguo barrio sino en Punta Gorda. Pensé llevarle la invitación personalmente, y primero la llamé por teléfono.

Hablamos, me recordaba, pero no sé... me pareció que había alejado de su memoria aquella época que para mí fue tan linda. Yo no quería contarle todas las vueltas que dio mi vida mientras no nos vimos, sino solamente dos cosas que me parecían fundamentales: Una, que no sólo había sido muy buena administrativa, sino que además me dediqué a escribir, tal como ella me lo auguraba. Otra, que soy una conductora excelente como ella, que también mi auto es parte de mí y me encanta y me distiende conducir; aunque yo no tengo sus "antenas" y sólo visualizo el tránsito, de todas las direcciones pero lo concerniente a vehículos y peatones... de lo que ocurre en las vidrieras y en los comercios, ni me entero.

A lo primero respondió complacida y me felicitó. A lo segundo comentó que el auto lo usaban sus hijas, a ella la estresaba mucho manejar. Así de cortitas fueron sus respuestas. 

Con respecto a la invitación, me dijo que haría lo posible pero que no me aseguraba nada. También que no era fácil encontrarla en su casa (ese día fue casualidad), porque pasaba más tiempo en Punta del Este que en Montevideo. Le pregunté si tenía computadora y usaba mail... pero como el auto... era cosa de sus hijas.

Con todo eso quedó tácitamente truncada mi visita, así que le mandé la invitación por correo. No fue a la presentación, ni supe más de ella.

Me pregunto qué habrá pasado en la vida de Cristina para que haya tenido un cambio tan radical. Y me cuesta encontrar respuestas, porque pienso en la cantidad de golpes fuertes que tuve yo sin que pudieran cambiarme ni un solo pelo. 

Me habría gustado acompañarla como ella lo hizo conmigo tantas veces sin que yo le pidiera nada. Me habría gustado ayudarla a reencontrar ese amor por la vida que la caracterizaba... No siempre son posibles nuestros deseos.

De todos modos pienso en ella, hay cosas que la traen a mi mente de vez en cuando, con su figura menuda y ágil, su expresión sonriente y su cabello largo. Así, como en la foto de aquellos tiempos donde estamos juntas (en la que me pareció correcto ocultar sus facciones), que está en ese álbum que abrí hoy y que fue el motivo, esta vez, de recordarla.

Elizabeth Oliver de Abalos
eliza@montevideo.com.uy

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