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El año nuevo de Cándida |
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Pensando que en sólo
un día más ¡al fin! terminaría ese año desastroso, Cándida se metió
en la cama esbozando una sonrisa de alivio. Cansada del trajín del día y
de las penurias propias y ajenas de todo un año, con el último bostezo
se durmió profundamente. Serían
las 8 cuando despertó con un entusiasmo desacostumbrado, con ganas de
programar el día de una forma especial, positiva, esperanzada… ¡El año
nuevo no podría ser peor ni aunque se lo propusiera! Estaría sola, sí,
pero eso no era motivo para negarse una fiesta íntima. Salió
corriendo hacia el supermercado y cargó en el carrito lo que sería su
festín: una botella de whisky, una bolsita de maníes y una de saladitos
para copetín, un frasquito de aceitunas, una lata de salchichas de Viena,
una de palmitos, una de ananá en almíbar, un turrón grande, un helado
de medio litro… y una linda vela roja y torneada. Con eso era suficiente para su cena elegante… y para convertir su medio aguinaldo en un pequeño ticket que le deseaba ¡Felices Fiestas! con grandes letras azules. Pasó por la caja rápida con esos diez artículos que no había podido permitirse en todo el año, y volvió a casa. |
Tenía
que remozar todos los rincones. Emprendió la tarea como si fuera un juego
que terminaría en la magia del ambiente ideal. Puso en el baño toallas
vistosas y jabones nuevos, vistió la cama con las sábanas más lindas y
colgó un repasador llamativo en la cocina. En
el living comedor, dispuso sus manjares en copetineros de colores sobre el
vidrio de la mesita redonda, engalanada con la botella de whisky, el
conservador de hielo y en el centro, la bonita y estilizada vela en un
pequeño candelabro transparente. La
casa relucía, y Cándida tenía que estar a tono. Admiró su obra por un
instante y se metió en la ducha. Se vistió, se perfumó y se maquilló
como para ir a un baile de gala, y antes de las 10 de la noche ya estaba
arrellanada en el sofá iniciando su celebración privada. Se
sirvió un whisky generoso y empezó a enumerar
―con ese anhelo positivo que la acompañaba desde la mañana―
todos los cambios que esperaba del tan ansiado año venidero. Tendría
que llegar pródigo y benefactor, subsanando las faltas del que fenecía. Los
jóvenes volverían de trabajar como burros en el extranjero, culminarían
sus carreras y ejercerían acá sus profesiones; la industria y el
comercio recobrarían su fuerza, restituirían el personal suspendido y
darían fin a la desocupación; habiendo trabajo para todos desaparecerían
los asentamientos y… hasta la mayoría de los convictos se reinsertarían
dignamente a la sociedad. El
Gobierno eliminaría de un plumazo a cada corrupto sin ningún miramiento
para sustituirlo por gente honrada y capaz; cada Poder del Estado cumpliría
su cometido sin presiones ni favoritismos denigrantes… ¡todos tiraríamos
del mismo carro llevando el país adelante, como debe ser…! Cándida
repasó su lista de deseos y sonrió complacida, se sirvió otro whisky,
entrecerró los ojos y siguió sumando aspiraciones que ―sin saber por qué―
estaba convencida que se harían realidad. La
distribución de los ingresos del Estado sería justa y equitativa,
posibilitando la efectividad de los servicios esenciales; ya no habría más
niños faltos de alimento ni de educación… Cortó un trocito de turrón
y mientras lo saboreaba volvió a llenar el vaso. Embriagada
de esperanzas disfrutaba su maravillosa fiesta cuando dieron las 12…
Encendió la vela, levantó el vaso con las dos manos, repitió con todas
sus fuerzas su plegaria al año que nacía y sellándolo en un brindis
solitario bebió su contenido hasta el final… El
año comenzó haciendo trizas los pesares anteriores y el cambio podía
verse cada día. La mágica fiesta de Cándida había tocado con su
hechizo el destino de todo el país… Uno a uno, sus deseos se iban
cumpliendo acelerada y vertiginosamente, iluminando de felicidad los
rostros de todos. Iba
de un lado a otro comprobando el milagro y con lágrimas de alegría
estrechaba las manos de la gente, que en la calle festejaba como ella el
resurgimiento del bienestar común. De
repente, un estampido la estremeció… Aturdida, vio la mesita redonda
con los copetineros sin tocar, la vela consumida y la botella casi vacía…
por las ventanas entraba el sol del primer mediodía del año nuevo,
arrogante y abrasador… El bullicio de la calle, los cohetes previos al
almuerzo y las risas de los vecinos se confundieron en su cabeza como un
torbellino inexplicable. Dos
mujeres irrumpieron en la casa, llamándola: ―¡Cándida,
Cándida…! ¡Feliz año nuevo! ¿Pero qué hacés acá, mujer?, ¿no te
acostaste…? ―¡Mirá…!
¡No comió nada y se tomó todo! ¡Y qué pinta, che…! ¿Esperabas
empezar el año con un príncipe? ―¡Vamos,
dale! ¡Ponete un vaquero y vení a casa a almorzar con nosotros! Pero ¡apagá
esas luces…!, las dejaste prendidas desde anoche… ¿No te enteraste
que hoy subieron todos los servicios? ¡Hay que empezar el año
derrochando, Cándida!, ¡en medio de semejante crisis, sólo a vos se te
ocurre…! |
Elizabeth Oliver de Abalos
Gentileza
de http://blogs.montevideo.com.uy/elizaymiguel
eliza@montevideo.com.uy
laquincena@montevideo.com.uy
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