Juan
Carlos Onetti:
sueños
incumplidos, decepciones y venganzas
por
María
Gracia Núñez
Juan Carlos Onetti “... la esperanza vaga de enamorarme me da un poco de
confianza en la vida. Ya no tengo otra cosa que esperar”. (Eladio Linacero, 1967:22).
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Resumen
Intentaremos
aproximarnos al análisis de dos cuentos de Juan Carlos Onetti[1]
-“Bienvenido Bob”[2] y “El infierno tan temido”[3]-,
empleando una estrategia de comprensión de tipo rizomática, en tanto no pretende remitir a la supuesta voluntad del
artista sino que intenta establecer conexiones entre los acontecimientos
ficcionalizados, las determinaciones históricas, los personajes, los
conceptos presentados, los grupos a los que pertenecen y las formaciones
sociales.
1-
Ser extraordinario (tener una ambición) o no ser nada Discutiremos la hipótesis de Rodríguez Monegal que sostiene que la obra de Onetti plantea la “certeza de la imposibilidad de una verdadera comunicación entre los seres humanos” y de “una negra visión —descreída, escéptica”, depresiva y pesimista— de la vida. En el mismo sentido, basándose en que Brausen, en La vida breve dice que: “Toda la ciencia de vivir está en la sencilla blandura de acomodarse en los huecos de los sucesos que no hemos provocado con nuestra voluntad; no forzar nada; ser, simplemente, en cada minuto”, Silvia Lago entiende una constante en la narrativa onettiana que “la vida transcurre sin que uno se integre ella”. (Lago, on line).
También
discrepamos con que nos encontremos
frente
a “una formulación onírica de la existencia”, tal como la cataloga
Mario Benedetti, sino que se trata de un procedimiento o técnica
narrativa que consiste en hacer coexistir y yuxtaponer distintos planos
temporales sin los que no puede explicarse las circunstancias que hacen al
presente narrativo. Así, coexisten analepsis
(retrospecciones) y prolepsis (anticipaciones) en tanto, tiene claro que “el
ensueño no trasciende, no se ha inventado la forma de expresarlo, el
surrealismo es retórica”. (Onetti, 1969:181). Estamos frente a
narraciones no lineales: los sucesos no se presentan en el orden cronológico
en el que acontecen en el tiempo de la historia. A nuestro juicio, a las interpretaciones citadas subyacen concepciones restringidas a propósito de la comunicación ya que si bien puede constituirse en un estado de excepción, la misma es posible: si nos incomunicamos es porque fuimos capaces de imaginar o de saber lo que era estar comunicados. Alguna vez lo estuvimos y ya no lo estamos y, corremos –permanentemente, corremos el riesgo– de que la comunicación se interrumpa.
Encontramos planos diferentes de inserción en la acción/valores en los que se mueven los personajes y (las percepciones de los mismos) por parte de sus antagonistas: (a)
El “Paraíso Perdido” donde se ubican Ceci, Inés que es
“digna de que el sol le toque la cara” y
los sueños de Bob. (b)
El
“Universo-Mi-Señora” al que pertenecen Doña Cecilia Huerta de
Linacero
que discute el precio de la carne,
Mi-Señora de Bob, Inés en la percepción del narrador, “poseedoras de
un sentido práctico hediondo y guiadas por la necesidad de parir un
hijo”.
En
“Bienvenido, Bob” y en “El infierno tan temido” presente y pasado se
intercalan para dar paso a la justificación de la venganza y a una
posterior comprensión mutua. En ambos cuentos se emplea la
técnica del punto de vista. En el último, Gracia César, actúa
movida por la venganza, lo que la convierte en un personaje central de
la narrativa onettiana[4].
No obstante, Gracia ni Risso ni Eladio Linacero son los únicos personajes
salvados por poseer esperanzas y
ambiciones. Onetti refiere que, al principio, Larsen solo es un porteño
convencional y decadente que explota mujeres del ambiente para, luego,
pasar a tener una ambición: el
prostíbulo perfecto en Santa María: Y
no iba exclusivamente en busca de dinero sino que tenía el sueño de la
mujer perfecta para cada individuo (Onetti con Rodríguez Monegal,
1969). En relación a esto, nos preguntamos, ¿a
la idealización de un presente que no se mantiene porque al pasar el
tiempo las personas se adaptan, se anteponen las
costumbres y las repeticiones se
presentan como alternativa la capacidad de soñar, de tener utopías y de
inventarse ambiciones? Uno
de los personajes de Dejemos hablar
al viento, le aconseja al otro: “Tírese
en la cama, invente usted también. Fabríquese la Santa María que más
le guste, mienta, sueñe personas y cosas, sucedidos”. (Onetti,
1980:142) 2-
Venganza a los recién llegados del país sin retorno de la juventud:
aceptar es perderse “Bienvenido,
Bob” narra el pasaje de Bob a Roberto y la venganza ante el ex-joven
“que
terminaba siempre por mirarme y duplicar en silencio el silencio y la
burla” que no comprendía “estábamos
en la misma mesa y yo era tan limpio y tan joven como él”.
Antes
era el Bob “tan rabiosamente joven”, “que amaba la música”,
caracterizado por “su pureza, su fe”, “la audacia de sus pasados sueños”
de cuando fuera arquitecto “ennoblecer la vida de los hombres
construyendo una ciudad de enceguecedora belleza para cinco millones de
habitantes, a lo largo de la costa del río”, “el Bob que no podía
mentir nunca; “estoy
seguro de que no mintió, de que entonces nada -ni Inés- podía hacerlo
mentir”,
“que
proclamaba la lucha de los jóvenes contra los viejos”, el Bob que se
creía “dueño del futuro y del mundo” y que le había dicho: Usted
no se va a casar con ella porque usted es viejo y ella es joven. No sé si
usted tiene treinta o cuarenta años, no importa. Pero usted es un hombre
hecho, es decir, deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son
extraordinarios”. (…)
"Claro que usted tiene motivos para creer en lo extraordinario suyo.
Creer que ha salvado muchas cosas del naufragio. Pero no es cierto".
(…) Usted es egoísta; es sensual de una sucia manera. Está atado a cosas miserables y son las cosas las que lo arrastran. No va a ninguna parte, no lo desea realmente. (…). Estuvo
diciendo que en aquello que él llama vejez, lo más repugnante, lo que
determinaba la descomposición era pensar por conceptos, englobar a las
mujeres en la palabra mujer, empujarlas sin cuidado para que pudieran
amoldarse al concepto hecho por una pobre experiencia. Pero -decía también-
tampoco la palabra experiencia era exacta. No había ya experiencias, nada
más que costumbre y repeticiones, nombres marchitos para ir poniendo a
las cosas y un poco crearlas. (Onetti, 1995:86-87). En
el presente de la narración, Bob –“destruido y lejano”–, ahora se
llama Roberto y, es recibido “diariamente”
“con alegría” por el narrador, quien “ama su ruindad”, su “definitiva
manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres”, “emporcado
para siempre” en la misma rutina de la que Bob se había burlado años atrás y en
nombre de la “vejez” que le había hecho romper el noviazgo con su
hermana. “Se
arroba” de “amor maternal” al darle la bienvenida al “tenebroso y
maloliente mundo de los adultos” y afirma: “Mi
odio se conservará cálido y nuevo mientras pueda seguir viviendo y
escuchando a Roberto; nadie sabe de mi venganza, pero la vivo, gozosa y
enfurecida, un día y otro”.
(Onetti, 1995:86-87). Ahora
hace cerca de un año que veo a Bob casi diariamente, en el mismo café, rodeado de la misma
gente. Cuando nos presentaron -hoy se llama Roberto- comprendí que el
pasado no tiene tiempo (…).(Onetti,
1995:88). (…)
acaba por muequear una sonrisa creyendo que algún día habrá de regresar
al mundo de las horas de Bob y queda en paz en medio de sus treinta años,
moviéndose sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las
antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron
gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies
inevitables. (Onetti, 1995:89) . La
ruindad –el devenir deshecho-
no está directamente relacionada con la juventud como edad cronológica
sino con la adaptación a “cosas miserables” que terminan por
arrastrarnos. Así
como la ex-Ceci pasa a
convertirse en Doña Cecilia Huerta de Linacero, Bob, ingresa en el mundo
de los adultos. Para
no ser deshechos es necesario ser extraordinarios, tener ambiciones y sueños,
creer en ellos, defenderlos, perseguirlos… Bob termina hundido y
“emporcado para siempre” en la sucia vida de los hombres porque ha
terminado resignándose y aceptando.
¿A todas las personas
termina por pasarles lo mismo o solo a aquellas que se proponen
extraordinarios sueños y no logran cumplir ninguno de ellos? [AHORA
es el]
hombre de dedos sucios de tabaco llamado Roberto, que lleva una vida
grotesca, trabajando en cualquier hedionda oficina, casado con una mujer a
quien nombra "mi señora"; el hombre que se pasa estos largos
domingos hundido en el asiento del café, examinando diarios y jugando a
las carreras por teléfono. En
un principio, Eladio Linacero presenta la descripción de su “Paraíso
Perdido” que aparece confrontado con la decepción que supone la
adaptación a la rutina y la resignación a la pérdida de los sueños,
es decir, el ingreso al universo-Mi-Señora:
Había
habido algo maravilloso creado por nosotros. Cecilia era una muchacha, tenía
trajes con flores de primavera, unos guantes diminutos y usaba pañuelos
de telas transparentes que llevaban dibujos de niños bordados en las
esquinas. Como un hijo el amor había salido de nosotros. Lo alimentábamos,
pero él tenía su vida aparte. Era mejor que ella, mucho mejor que yo. ¿Cómo
querer compararse con aquel sentimiento, aquella atmósfera que, a
la media hora de salir de casa me obligaba a volver, desesperado, para
asegurarme de que ella no había muerto en mi ausencia? Y Cecilia, que
puede distinguir los diversos tipos
de carne de vaca y discutir seriamente con el carnicero cuando la engaña,
¿tiene algo que ver con aquello que la hacía viajar en el ferrocarril
con lentes oscuros, todos los días, poco tiempo antes de que nos casáramos,
"porque nadie debía ver los
ojos que me habían visto desnudo”?
(…) El
amor es maravilloso y absurdo e, incomprensiblemente, visita a cualquier
clase de almas. Pero la gente
absurda y maravillosa no abunda; y las que lo son, es por poco tiempo,
en la primera juventud. Después
comienzan a aceptar y se pierden. (…) El
amor es algo demasiado maravilloso
para que uno pueda andar preocupándose por el destino de dos personas que
no hicieron más que tenerlo, de manera inexplicable. (Onetti,
1967:28-29). (Negritas nuestras). Eladio Linacero plantea, al menos, dos esperanzas: escribir sus memorias y, en segundo término, enamorarse; tales ambiciones, lo convierten en alguien extraordinario: Esto
que escribo son mis memorias. Porque un hombre debe escribir la historia
de su vida al llegar los cuarenta años, sobre todo si le sucedieron cosas
interesantes. (Onetti, 1969:173). Frente
a las “cosas interesantes” aparecen” las “cosas
miserables que nos arrastran” que llevan a Eladio a reconocer
la culpa por su fracaso
matrimonial cuando, desde su perspectiva, es la antagonista, la que sufre
la transformación: de Ceci a Doña
Cecilia Huerta de Linacero. El “Doña” y el “de” ingresan al
personaje al círculo del “sentido
práctico hediondo”, con la búsqueda de la satisfacción de “las
necesidades materiales” y el deseo “ciego y oscuro de parir un hijo”[5].
El conjunto de estas cosas, además de rutinarios y alienados, hace que
“no vayamos a ninguna parte” porque ingresamos en una sucesiva serie
de convenciones sociales que nos alejan de las ambiciones y de los sueños:
Lo
que pudiera suceder con don Eladio Linacero y doña Cecilia Huerta de
Linacero no me interesa. Basta escribir los nombres para sentir lo ridículo
de todo esto. Se trataba del amor y esto ya estaba terminado, no había
primera ni segunda instancia, era un muerto antiguo. Toda la culpa es mía:
no me interesa ganar dinero ni tener una casa confortable, con radio,
heladera, vajilla y un watercló impecable. El trabajo me parece una
estupidez odiosa a la que es difícil escapar. La poca gente que conozco
es indigna de que el sol le toque en la cara. Allá ellos, todo el mundo y
doña Cecilia Huerta de Linacero. Pero
en el sumario se cuenta que una noche desperté a Cecilia, "la obligué
a vestirse con amenazas y la llevé hasta la intersección de la rambla y
la calle Eduardo Acevedo”. Allí, "me dediqué a actos propios de
un anormal, obligándola a alejarse y venir caminando hasta donde estaba
yo, varias veces, y a repetir frases sin sentido”. (Onetti, 1967:29). Pero,
ese intento de recuperar el tiempo cae en el vacío porque ahora: “...
su paso era distinto reposando y cauteloso, y la cara que se acercaba al
atravesar la rambla debajo del farol era serie y amarga. Nada había que
hacer y nos volvimos”. (Onetti,
1967:31). 2- Del sueño de Bob al tiro de Gracia
“Ni
me basta el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte” La acción se sitúa en Santa María –creada en La vida breve-[6] donde vive Risso, un solitario viudo[7] que tiene en una hija en un colegio de monjas, escribe en el diario “El Liberal” una columna y Gracia César que “estaba mirando a los habitantes de Santa María desde las carteleras de El Sótano, Cooperativa Teatral...”, “un poco desafiante, un poco ilusionada por la esperanza de comprender y ser comprendida” (122) que “adivinó la soledad [de Risso] mirándole la barbilla y un botón del chaleco; adivinó que estaba amargado y no vencido y que necesitaba un desquite y no quería enterarse” (125). Seis
meses después del casamiento, Gracia actúa en El Rosario y tiene una
aventura con alguien que la espera a la salida del teatro. A su regreso a
Santa María, le cuenta el episodio a Risso y, en tanto él no la
comprende y lo cataloga de “infidelidad” se produce una instancia
fundamental desde el punto de vista de la intriga que tiene que ver con la
comprensión. Mientras para ella, la narración del episodio tiene que ver
con “la
alegría de revivir aquella peculiar intensidad de amor que había sentido
por Risso en El Rosario, junto a un hombre de rostro olvidado, junto a
nadie, junto a Risso”[8],
él opta “por conversar con el doctor Guiñazú, convencerlo de la urgencia del
divorcio” y por “burlarse
por anticipado de las entrevistas de reconciliación”.
Risso,
que le había dicho “todo
puede sucedernos (...). Todo, ya sea que inventemos a Dios o inventemos
nosotros” (125) “todo puede
sucedernos y vamos a estar siempre contentos y queriéndonos” (125) no
comprende su aventura
como un acto o como una prueba de
amor hacia él, con lo que olvida
el pacto asumido y reacciona
dentro de los cánones sociales comunes, como un hombre agraviado en su
machismo, por lo que comienza los trámites de divorcio y desencadena, en Gracia, la ambición de vengar el sueño incumplido o la promesa que
le había realizado. Tanto
amor, tanto odio, tan grande fidelidad Onetti en entrevista a TV Española afirma que se trata de una “historia de amor” porque nadie se tomaría tanta molestia en la insistencia en el envío de las fotografías si no le importara. La primera fotografía y la segunda le llegan al diario y la perspectiva del personaje ante las mismas va sufriendo transformaciones: Primera
Fotografía: "no terminó de comprender, supo que iba a ofrecer
cualquier cosa por olvidar lo que había visto".
Segunda
Fotografía: "la totalidad de la infamia y se sintió indigno de
tanto odio, de tanto amor, de tanta voluntad de hacer sufrir"; "temió
no poder soportar un sentimiento desconocido que no era ni odio ni dolor,
que moriría con él sin nombre”.
La
tercera foto le llega
a la pensión y Risso
entiende que le sería imposible mirar otra y seguir viviendo. Cada mirada
furtiva y fugaz es un acercamiento al duelo. Se la trajo la mucama, él
despertaba de un sueño en que le había sido aconsejado "defenderse
del pavor y la demencia conservando toda futura fotografía en la cartera
y hacerla anecdótica, impersonal, inofensiva, mediante un centenar de
distraídas miradas diarias".
Risso
ha destruido «los tres últimos mensajes»: «Se
sentía ahora, y para siempre, en el diario y en la pensión, como una
alimaña en su madriguera, como una bestia que oyera rebotar los tiros de
los cazadores en la puerta de su cueva».
Comienza a ingresar en “ese
plano en que comienzan a entenderse”.
Cuando
Lanza, su compañero de trabajo, recibe
la “sucia fotografía” y “le pide permiso para romperla”,
Risso se pregunta si en la trabajosa preparación, en el puntual
envío, habría el mismo amor, la misma lealtad de siempre. Por otro lado,
cuando por fin rompe la última foto que no llega a ver, “como una
enfermedad, como un bienestar, la comprensión ocurría en él”.
Luego
de la llegada de la fotografía a la casa de la abuela de su hija, Risso
toma la decisión de volver con Gracia, de buscarla,
“llamarla e irse a vivir con ella” en
tanto la comprensión, ésta sobreviene como un don, bajo la
apariencia de un bienestar, “liberada
de la voluntad y de la inteligencia” (132).
Posteriormente,
se configura un desajuste o contradicción
respecto a la situación anterior. Desde el punto de vista del código
moral representado por Lanza y que rige en la pequeña ciudad provincial,
Gracia, lo golpea en el lugar más vulnerable: su hija.[9]
En este sentido, el suicido de Risso es desencadenado, según Lanza, por
el envío de la fotografía al colegio de su hija.
Para
la concepción judeo-cristiana, son los infieles y los suicidas quienes
van al infierno[10].
Hume entendía que se constituía en el único
modo de salvar la dignidad y la libertad[11].
Para Schopenhauer el suicidio, «lejos de ser negación de la voluntad,
es, en cambio, un acto de fuerte afirmación
de la voluntad»[12]. Paralelamente,
Epicuro sostenía que el
suicidio era una afirmación de la libertad frente a la necesidad: «Es
una desventura vivir en la necesidad --afirmaba--; pero vivir en la
necesidad no es absolutamente necesario»[13].
Nietzsche pone en palabras de Zaratustra: «Yo alabo mi muerte, la libre muerte, que
llega porque yo quiero»[14].
Considerando
que Sartre en A puertas cerradas
postula que “el infierno son los otros” y
si las fotografías le permiten descubrir “el auténtico
asombro por la libertad” que se encuentra en oposición a las convenciones sociales, nos
preguntamos si la auto-destrucción constituye un acto liberador y de
comunicación entre los personajes; acto del que están excluidos “los
otros”: “tanto amor, tanto odio, tan grande fidelidad”.
Su suicidio aparece como el cumplimiento de esa “comprensión”
descubierta. Había
empezado a creer que la muchacha que le había escrito largas y exageradas
cartas en las breves separaciones veraniegas del noviazgo era la misma que
procuraba su desesperación y su aniquilamiento enviándole las fotografías.
Y llegó a pensar que, siempre, el amante que ha logrado respirar en la
obstinación sin consuelo de la cama el olor sombrío de la muerte, está
condenado a perseguir –para él y para ella– la destrucción, la paz
definitiva de la nada. En
otro sentido, destacamos la importancia atribuida a tener un sueño, una
ambición, una esperanza, a ser extraordinario… de abandonarlos,
caeremos en el “emporcado mundo de los adultos”. De ahí, deriva la
importancia de completar el verso de Sor Juana Inés de la Cruz
“Ni me basta el infierno tan temido para
dejar por eso de ofenderte”. El odio y el afán de venganza son
motivadores Refiriéndose
a Faulkner, Onetti sostiene que
…
un
artista: un hombre capaz de soportar que la gente (…) se vaya al
infierno, siempre que el olor a carne quemada no le impida continuar
realizando su obra. Y un hombre que, en el fondo, en la última
profundidad, no dé importancia a su obra. Porque
sabe, no puede olvidar –y ésta es su condena y su diferencia– que
todo terminará (…) en cualquier otra fecha que alguien se moleste en
elegir por nosotros. (Onetti en Réquiem por Faulkner).
Durar
en una ciega, gozosa y absurda fe en el arte, como en una tarea sin
sentido inexplicable, pero que debe ser aceptada virilmente, porque sí,
como se acepta el destino. Todo lo demás es duración fisiológica, un
poco fatigosa, virtud común a las tortugas, las encinas y los errores. (Onetti,
1975:21-22). Esta
definición de arte En relación a esto, nos preguntamos, ¿a
la idealización de un presente que no se mantiene porque al pasar el
tiempo las personas se adaptan, se anteponen las
costumbres y las repeticiones se
presentan como alternativa la capacidad de soñar, de tener utopías y de
inventarse ambiciones? Uno
de los personajes de Dejemos hablar
al viento, le aconseja al otro: “Tírese
en la cama, invente usted también. Fabríquese la Santa María que más
le guste, mienta, sueñe personas y cosas, sucedidos”. (Onetti,
1980:142) Bibliografía LAGO,
Sylvia. “El suicidio en la
narrativa: Una opción frente al infierno tan temido”. Disponible
on line: http://www.sololiteratura.com/one/onettiartelsuicidio.htm
MUÑOZ
MOLINA Antonio y BENEDETTI, Mario, «Diálogo entre las dos orillas del
charco», El País, Madrid, 18 de junio de 1995, p. 35. ONETTI,
J. C. El Pozo, Montevideo, Arca,
1967. ONETTI,
J. C. Requiem por Faulkner y otros
artículos, Arca, Montevideo, 1975. ONETTI,
J. C. Dejemos hablar al viento,
Madrid, Bruguera, 1980. ONETTI,
Juan Carlos El infierno tan temido en La
novia robada y otros cuentos, Montevideo, Centro Editor de América
Latina, 1968. ONETTI,
J. C. “Bienvenido, Bob” en Los
cuentos (de 1933 a 1950), Montevideo, Arca, 1995.
PREGO
GADEA, Omar. “Onetti y Faulkner.
Dos novelistas de la fatalidad” http://sololiteratura.com/one/onettimiscfaulkner.htm
Marcha, julio de 1997.
Con
el título «William Faulkner and Juan Carlos Onetti: Revisiting Some
Critical Approaches about a Literary Affinity», fue publicado este análisis
de Omar Prego en The Faulkner Journal, Volume XI, Number 1 & 2, Fall
195/Spring 1996 (published Winter 1996) Special Issue A Latin American
Faulkner, Guest Editor Beatriz Vegh, The University of Akron, p.
139-147. RODRÍGUEZ
MONEGAL, Emir "Mi primer Onetti" en: Homenaje a Emir Rodríguez
Monegal / Lisa Block de Behar... /et al/; traducción del inglés por
Beatriz Pereda, Montevideo, MEC, 1987
pp. 143-144. http://www.archivodeprensa.edu.uy/r_monegal/criticos/criticos_22.htm RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir Literatura uruguaya del medio siglo, Ed, Alfa, Montevideo, p. 249. Florida,
3 de octubre de 2008 Notas:
[1]
Juan Carlos Onetti
(1909-1994) recibió
el Premio Nacional de Literatura en 1963 y el Premio Cervantes en
1980. Es conocido mundialmente por sus novelas El
pozo (1939), La vida breve
(1950) donde crea la imaginaria Santa María, El
astillero (1960) y Juntacadáveres
(1964). [2]
“Bienvenido, Bob” aparece en La
Nación el 12 de noviembre de
1944. [3]
“El infierno tan temido” es publicado en el Nº 5 de la revista Ficción en enero-febrero de 1957.
[4]
El personaje de Gracia Cesar podría ser visto en analogía con el de Emma Zunz de Borges respecto a la capacidad estratégica de
elaborar un plan, pacientemente ejecutarlo y conducir a la muerte al
adversario, quedando ambas eximidas de culpa ante la justicia humana.
[5]
“He leído que la inteligencia de las mujeres termina de crecer a
los veinte o veinticinco años. (…) Pero el espíritu de las
muchachas muere a esa edad, más o menos. Pero muere siempre; terminan
siendo todas iguales, con un sentido práctico hediondo, con sus
necesidades materiales y un deseo ciego y oscuro de parir un hijo. Piénsese
en esto y se sabrá por qué no hay grandes artistas mujeres. Y si uno
se casa con una muchacha y un día despierta al lado de una mujer, es
posible que comprenda, sin asco, el alma de los violadores de niñas y
el cariño baboso de los viejos que esperan con chocolatines en las
esquinas de los liceos”. (Onetti, 1967:28). [6]
En 1949 en "La casa en la arena" (que aparece en La
Nación) se inaugura la "saga" de Santa María, la
ciudad mítica onettiana que se delimitará con mayor precisión en La
vida breve, El astillero y Juntacadáveres.
[7]
Concurrencia periódica de Risso al prostíbulo que operan como
indicios de su soledad: Las “innumerables madrugadas idénticas»
vividas los sábados en el prostíbulo de la costa. [8]
“Era la última semana en El Rosario y ella consideró inútil
hablar de aquello en las cartas a Risso; porque el suceso no estaba
separado de ellos y a la vez nada tenía que ver con ellos; porque
ella había actuado como un animal curioso y lúcido, con cierta lástima
por el hombre, con cierto desdén por la pobreza de lo que estaba
agregando a su amor por Risso. Y cuando volvió a Santa María,
prefirió esperar hasta una víspera de jueves—porque los jueves
Risso no iba al diario—, hasta una noche sin tiempo, hasta una
madrugada idéntica a las veinticinco que llevaban vividas”. [9]
“uno intenta explicar aquel desconcierto
comparándolo al del hombre que se jugó el sueldo a un dato que le
dieron y confirmaron el cuidador, el jockey, el dueño y el propio
caballo”. “Porque
aunque tenía, según se sabrá, los más excelentes motivos para
estar sufriendo y tragarse sin más todos los sellos de somníferos de
todas las boticas de Santa María, lo que me estuvo mostrando media
hora antes de hacerlo no fue otra cosa que el razonamiento y la
actitud de un hombre estafado. Un hombre que había estado seguro y a
salvo y ya no lo está, y no logra explicarse cómo pudo ser, qué
error de cálculo produjo el desmoronamiento. Porque en ningún
momento llamó yegua a la yegua que estuvo repartiendo las soeces
fotografías por toda la ciudad, y ni siquiera aceptó caminar por el
puente que yo le tendía, insinuando, sin creerla, la posibilidad de
que la yegua—en cueros y alzada como prefirió divulgarse, o mimando
en el escenario los problemas ováricos de otras yeguas hechas famosas
por el teatro universal—, la posibilidad de que estuviera loca de
atar. Nada. Él se había equivocado, y no al casarse con ella sino en
otro momento que no quiso nombrar. La culpa era de él y nuestra
entrevista fue increíble y espantosa. Porque ya me había dicho que
iba a matarse y ya me había convencido de que era inútil y también
grotesco y otra vez inútil argumentar para salvarlo. Y hablaba fríamente
conmigo, sin aceptar mis ruegos de que se emborrachara. Se había
equivocado, insistía; él y no la maldita arrastrada que le mandó la
fotografía a la pequeña, al Colegio de Hermanas. Tal vez pensando
que abriría el sobre la hermana superiora, acaso deseando que el
sobre llegara intacto hasta las manos de la hija de Risso, segura esta
vez de acertar en lo que Risso tenía de veras vulnerable”. [10]
Ver Canto XIII del ‘Infierno’, Divina Comedia: «i
violenti contro se stessi e contro i propri,beni»,son, como se
sabe, convertidos en árboles; cuando Dante corta una ramita el árbol,
que sangra, se queja de su impiedad: «‘Allor pors’io la mano
un poco avante. /E colsi un ramicello d’un gran pruno, /
e’l tronco suo grido: perche mi schiante?» Dante
Alighieri, La Divine
Comedie, edición bilingüe, París, D. Pasigli, 184ó,
149. Autores cristianos como Santo Tomás han argumentado que el
suicidio es contrario a los designios del destino o a la ley de la
naturaleza, que son manifestaciones de la voluntad divina. No de la
misma manera han visto el acto algunos filósofos antiguos; los
estoicos, por ejemplo, lo consideraban lícito y veían como un deber «el
renunciar a la vida cuando continuar haría imposible el
cumplimiento del propio deber” (citado por Nicola Abbagnano,
Diccionario de Filosofía,
México, F. C. E. , 1986, 1103). [11]
«El suicidio está de acuerdo con nuestro interés y con el
deber hacia nosotros mismos: esto no puede ponerlo en duda el que
reconozca que la edad, la enfermedad y la desgracia pueden hacer de la
vida un peso insostenible, y hacerla peor que el aniquilamiento”.
David Hume, Ensayos
sobre el entendimiento humano («Sobre el Suicidio”),
207. [12]
Arturo Schopenhauer, El
mundo como voluntad y como representación, I, 69. A. Camus,
op. cit., 16. Camus, Albert, Le mythe de Sisyphe, París, Gallimard, 1942, 15 y ss. [13]
Epicuro, citado por Nicola Abbagnano, Diccionario
de Filosofía, México, F.C.E., 1980, 1103. [14] Federico Nietszche, Así hablaba Zaratrusta, I: De la libre muerte, Madrid, 1932. |
por María Gracia Núñez
Primer premio de Ensayo de la Asociación Filosófica del Uruguay
Ver, además:
Juan Carlos
Onetti en Letras Uruguay
María Gracia Núñez en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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