Finalmente lo había hecho. Ya no quedaba marcha atrás posible.
Me asalto un alivio indescriptible al liberarme de tanto dolor. Solo seguí las órdenes de la voz, ya no habría conflictos. Ahora, esa insistente voz interior diciéndome qué debía hacer con ella, se acallaría.
Ya está destruida para siempre, lo logré, ya no estará ella para recordarme el fracaso. Lo hice con mis propias manos y ¡cuánto lo disfrute!
Este era el único final posible. Ya no más de aquella voz constante retumbándome en las sienes socavándome en todo momento y lugar repitiéndome: "Acaba ya con esa dependencia tortuosa, termina con tanta obsesión. Aniquílala para siempre, destrúyela. Rompe una a una sus hojas borroneadas y reescritas una y otra vez en vano, rompe esa sucesión de palabras frágilmente hilvanadas. Asesina a esos personajes espectrales que te rondan. Haz añicos esa maldita novela inconclusa tuya, esa, esa será tu mejor obra y este el único final posible."
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