Apuntes psicoanalíticos sobre Osiris Rodríguez Castillos, |
Introducción:
psicoanálisis y
literatura En
muchísimas oportunidades el psicoanálisis realiza su aplicación fuera
del ámbito terapéutico. En uno de los campos, que ha encontrado, de
donde sacar partido para sus teorizaciones, es el artístico, tomando como
base la obra en sí misma para expandirse hacia el sujeto creador de la
misma. Y este es un punto fuertemente criticado por distintos sectores,
puesto que, en casi todos los casos, se estaría incurriendo en una práctica
psicoanalítica sin la confrontación asociativa parlante -ante las
interpretaciones analíticas-, de dicho sujeto creador. Es verdad, pero
también es verdad que no se pretende más que aventurarse en una óptica
biografiante, o de confrontación y/o convalidación conceptual de acuerdo
al saber psicoanalítico. La
obra habla por el sujeto que la crea, o mejor dicho habla al sujeto, que para
alteridad absoluta crea. Ahora
bien en psicoanálisis cuando hablamos de arte, ciencia, en definitiva de
producción cultural, se evoca el concepto de sublimación, esa suerte de transmutación libidinal que coloca al
sujeto en un funcionamiento productivo de adaptación socio-cultural,
moral, podríamos decir. El sujeto creador domeña así sus componentes
pulsionales, sus excitaciones internas. Por ello el arte, como producción
cultural, está ligado a otro concepto psicoanalítico, la elaboración
psíquica. El artista con dicha elaboración dominaría esas
excitaciones que de otro modo provocarían otros efectos (síntomas). Según
Laplanche y Pontalis (Ver: Elaboración psíquica) este trabajo
elaborativo “…consiste en integrar las excitaciones y establecer entre
ellas conexiones asociativas…”. Freud comenta al respeto (Introducción
del narcisismo, p. 82), que con la elaboración, en esa integración y
reconexión asociativa, se estaría logrando el desvío interno de las
excitaciones, que no podrían descargarse directamente en el exterior; las
excitaciones deben cernirse antes, la obra artística es (a grandes
rasgos), entonces, como producto exterior, materia cernida de lo pulsional. Así,
el creador se pone en contacto con su inconsciente, aunque dicho contacto
muchas veces sea también inconsciente. Por ello se ha evocado al arte
como una variante del autoanálisis, en la medida en que el artista
elabora (o reelabora) su acontecer inconsciente. Dicho autoanálisis es,
de alguna manera, profilaxis psíquica e higiene mental, no en vano muchas
vertientes han tomado la expresión artística como terapia psicológica. Ahora
bien, hemos tomado la figura de Osiris
Rodríguez Castillos (1925-1996), no sólo por la admiración que
sentimos por él, sino porque lo consideramos uno de nuestros mayores
poetas y compositores, además de haber desplegado arte en otras
expresiones como la escultura, el dibujo, la artesanía, la guasquería,
la luthería. Vivió artísticamente, abocado al rescate de un
insondable reservorio cultural, que se ha dejado de lado; su búsqueda fue
la de la identidad, su identidad… que es la nuestra. Tomamos
un significativo poema, autobiográfico, podríamos decir, pero que evoca
un itinerario común a todos, la separación del arraigo primigenio,
constante inalterable en su poesía, y en la dimensión subjetiva
colectiva. Es que en esto común a todos esta la convocancia de la poesía,
la que nos muestra la inasibilidad de lo aparente como de lo profundo, ¿será
por esto que cada vez se lee menos poesía? ¿existe un miedo a ella?,
probablemente. Al inconsciente también se le teme. La
Canción para decir adiós que
nos brinda Osiris se encuentra en su segundo poemario editado en 1963,
titulado Cantos del Norte y del Sur,
y la reproducimos a continuación, en su totalidad, para trabajar después
sobre ella: |
CANCIÓN
PARA DECIR ADIÓS Ya
es la hora: No
puedo, ni
quedarme a tu lado… ni
llevarte conmigo. Sé
que más fácil, para ti, quedarte -pañuelo
en el umbral atardecido, monograma
de lágrimas apenas donde
se empañan el ángulo de tu vidrio- Es
tu oficio quedarte, y
partir…es mi oficio. Desde
siempre fue así. Tú
esperas algo que
alguna vez te entregará el camino. Yo…peregrino
coronando lamas -para
ver qué hay detrás- y,
el peregrino jamás
ha de quedarse porque quiera. Algo
tiene que atarlo hasta el olvido del
sueño imponderable que lo lleva para
saber al fin, que su destino era
hallar…ese nombre; esa sonrisa; ese
pequeño gesto; ese suspiro! Si
fueras tú, yo sé que si tú fueras, sobre
tu seno tibio reclinada
la sien, me quedaría fatigado
y tranquilo, consolado
y seguro …como
cuando de chico. A
un solo gesto tuyo, olvidaría que
es hora de partir…y yo no olvido. Sé
muy bien que es la hora, y que no puedo ni
quedarme a tu lado …ni
llevarte conmigo. Podrías
detenerme si se que fueras y
aquí, por fin, mi asilo, asomado
a tus ojos quedaría como
un sauce a un remanso pensativo… Pero
no puedes, lumbre. Pero
no puedes sitio. Pero
no puedes, techo, lecho,
aguja, dedal, lámpara, vino, mujer! Tu
no consigues detenerme…y
prosigo. De
nuevo me reclaman lejanos
horizontes desvalidos… Porque
aprendí del agua mi
canto y mi destino, he
de ser como el agua; y
he de andar mal herido, desflechando
en zarzales, despeñado
en abismos, dudando
entre ser nube, lluvia,
lágrima, río… u
hombre; tan desolado! hombre;
tan dolorido! Hombre.
Tan sin respuesta para
el Fin y el Principio! Podrías
detenerme si es que fueras… Y
aquí, por fin, mi asilo, asomado
a tus ojos quedaría como
un sauce a un remanso pensativo. Pero
sé que no puedes… -Aunque
a veces me digo que
ese pequeño gesto de ternura pudiera
ser el sueño que persigo…- Mujer… Si
yo pudiera ser
como era al principio… Entonces, demoraba
los pasos, sorprendido por
la curva de un vuelo, por
el canto de un nido, por
la estrella de un charco, por
el pulso de un grillo… Si
hasta una flor, entonces, me
cerraba el camino! Pero
ahora…. No
puedo. Me
alejo de tus labios, como un grito. Me
arranco de tu tierra, como un árbol y
me voy de tus ojos, y te digo: -mi
juventud perdóname, no puedo… ni quedarme a tu lado, no llevarte conmigo.- |
Decir
adiós Esta
Canción relata poéticamente la separación que hace Osiris del lecho
materno, algo que marcó su vida tempranamente, ya que se ausentó de su
hogar con solo 14 años. En ningún momento se alude en el poema que este
esté dirigido a su madre, no la nombra como tal, elemento que es
significativo, pero refiere con significantes como lumbre,
sitio, techo, lecho, aguja, dedal, mujer, etc.
que aluden a elementos maternos. A
través del poema elabora esa situación (pasada) que resulta signante en
el sujeto, la fase edípica. La separación del lecho materno es
necesaria, y el destino se lo exige (…Porque aprendí del agua / mi
canto y mi destino…). Del Río Yí al que amaba aprendió todo -según
él- y ello queda patente en casi toda su poesía, pero ese destino está
ligado a la signación paterna, como abordaremos después. Con esta canción
elabora la dolorosa (para él y para su madre) separación, el poema
cumple la eficacia simbólica (Levi-Strauss)
y es funcional para tramitar la conflictiva. En lo simbólico del poema
está la eficacia que posibilita la elaboración. Comentaba Levi-Strauss,
para referirse a la eficacia simbólica, como en organizaciones tribales,
ante la enfermedad de alguno de sus miembros, el resto de la tribu
dramatizaba la enfermedad y la curación, y ello hacía eco en el
organismo del afectado y este sanaba. El poema cumple la misma
funcionalidad. Dicho
texto se conecta con los tópicos más relevantes de la obra de Osiris:
las partidas, las despedidas, las llegadas, los encuentros y
desencuentros, las ausencias; en definitiva, el desarraigo y la ominosa
necesidad de este, y el deseo de arraigo: necesidad de desarraigo para
volver a arraigarse. Ante la necesidad de desprendimiento y la dificultad
del mismo, Osiris da cuenta de una exigencia interior que le exige, valga
la redundancia, la partida (“Ya es la hora: No puedo, / ni quedarme a tu
lado… ni llevarte conmigo”), y lo resuelve evocando la tradición, el
mandato social (“Es tu oficio quedarte, / y partir… es mi oficio. /
Desde siempre fue así”). Vemos aquí esa exigencia, que es la del Super-yó,
este, como “abogado” del Ello, puesto que este último lo impulsa a
quedarse (“Podrías detenerme si es que fueras / y aquí, por fin, mi
asilo, / asomado a tus ojos quedaría…). Este deseo de quedarse no surge
sólo del sujeto de enunciación, si no también del deseo materno como
una proyección del deseo del otro, es el deseo de la madre proyectado en
el sujeto que lo enuncia como su propio deseo. Dicha
exigencia superyoica no es azarosa, sino que esta determinada, como Freud
ha sentenciado, puesto que el Super-yó es el heredero del Complejo de
Edipo. El Super-yó se con-forma, entre otras cosas, de la exigencia
paterna que es introyectada en el yo. En Osiris se marca superyoicamente
el deber de partir como un oficio al que no se puede no cumplir, por ser
el deber del hijo. Y ante el deber de la partida encontramos una madre que
llora (“…monograma de lágrimas…”) por la retroacción de la falta
que acaecerá en ella, resignificándose. Esta falta fenomenológica es,
en su correspondiente simbólico, la falta fálica (Lacan) como
significante. Algo que Osiris, como hijo, decodifica en la demanda materna
cuando le dice que su oficio es quedarse, pero que ella espera algo que
alguna ver le entregará el camino, ese “algo” es el significante falo. Osiris
manifiesta que si ella fuera lo que él busca se quedaría como cuando de
niño, pero la “abogacía” del Super-yó le indica la partida (y la
retroactivada amenaza de castración). Enuncia saber que quedarse no es su
destino (“Se muy bien que es la hora…”). Este saber está apoyado en
el Super-yó y en el Ideal del yo (“… el peregrino jamás ha de
quedarse porque quiera…”). Esta partida dolorosa pero tentadora a la
vez promete obtener lo mismo que su padre y reencontrar al objeto amoroso,
reencontrar el arraigo. Por eso habla de que lo llama un “sueño
antiguo”, enunciando su deseo. Si
bien Osiris a lo largo de el poema enuncia su partir y el quedar de la
madre, la parte final del texto es de las más intensas y ya se vivencia
el duelo por la pérdida (“Me arranco de tu tierra, como un árbol / y
me voy de tus ojos…), y el sentimiento de culpa (“… mi juventud perdóname,
no puedo… / ni quedarme a tu lado, ni llevarte conmigo.”). Herencia
Es
interesante ver el buen reracionamiento que Osiris tenía con ambas
figuras parentales. Con su padre, por ejemplo, estaba identificado por las
condiciones intelectuales y musicales de éste. Osiris comenta en algunas
entrevistas la cultura de su padre, la sabiduría, cosa que el hereda, y
reproduce en su obra, mostrando ser un virtuoso y erudito en diversas
facetas, como músico, compositor y poeta. Siempre fue apoyado por ellos,
al vez que exigido, sobre todo por su padre y en cuanto a los estudios
musicales, lo que habría constituido en el una referencia, a través de
la figura paterna, y la consiguiente exigencia, por introyección, de una
parte importante y nuclear de su Ideal de yo. A
pesar de este buen reracionamiento, este padre impuso discursivamente el
deber de partida en Osiris. Al
decir “...partir es mi oficio…” esta enmarcando el discurso
paterno que sin duda le aconsejaría: “partir es tu oficio”, para su
desarrollo personal y cultural. Antes de la partida descrita en el poema,
Osiris ya había tenido algunos ensayos, por ejemplo, realizó el servicio
militar de forma voluntaria con sólo 14 años, y tiempo después marchó
hacia la frontera norte a trabajar y recorrer toda esa zona, también
estuvo en Argentina. Comentaba que aunque lo apoyaban en sus partidas, lo
quisieron retener. Es aquí donde está la retención materna que queda
explícita en el poema, y la confianza paterna sobre su partida, confianza
como legado y como ley. La impartición de esta confianza-autoridad no
estuvo explícitamente conciente, pero si la encontramos a nivel simbólico. Ahondando
más en las actitudes de los padres hacia los hijos, como venimos viendo
para el caso concreto, Freud señala en “Introducción al Narcisismo”,
que el cariño y el amor dispensado por los padres es una reviviscencia de
su propio narcisismo originario, ya perdido y ahora proyectado en el hijo,
pero esto será un punto importante en el Ideal del yo, puesto que ese
amor, como proyección del narcisismo originario, también marca un deber
de ser. En Osiris esto reviste particular importancia, en relación con el
Ideal del yo, y lo que esto tiene vinculado con su obra. Osiris se sentía
exigido a la perfección y comentó alguna vez que esta se debía buscar aún
sabiendo que no se encontraría. Pero no siempre el artista logra
complacer su Ideal del yo, esto lleva a una reelaboración constante, a la
búsqueda de que el Yo coincida en algo con el Ideal del yo. Tal como
Freud comenta en “Psicología de las masas…” (p.124): “… se
produce una sensación de triunfo cuando en el yo algo coincide con el
ideal del yo”. Pero también, como este mismo comenta “…se
ama a lo que posee el mérito que falta al yo para alcanzar el ideal…”
(Introducción al Narcisismo, p. 97), y en este sentido Osiris lo deja
testimoniado en otro de sus poemas (“Elogio de la soledad”) cuando
dice “…Cuando hallaré el consuelo / de un puñadito de soledad, / que
sumada a la mía / se vuelva dicha, copla… y cantar…”. Busca alguien
(un puñadito de soledad) como él que sume su soledad para conformar la
dicha. Un elemento interesante es que su última compañera, en su exilio
español, se llamaba, justamente -como menciona el poema-, Consuelo.
Finalmente halló ese consuelo, que se transformó en dicha, pero esta
persona falleció tiempo después, algo que sumió a Osiris en depresión,
y lo alejó de sus actividades culturales. El
nombre Un
elemento significativo, y evidentemente signante en la lógica del
significante, es el nombramiento con que los padres nominan a un hijo. En
el caso de Osiris comprobamos a simple vista que este tiene nombre de
dios, el dios egipcio de mayor importancia en aquella mitología.
Evidentemente el padre de Osiris (Genuino Rodríguez), había tenido
contacto teórico con dicha cultura, puesto que otros de sus hijos
llevaban el nombre de Horus y de Isis. Resulta por demás llamativo que el
primer hijo se llamase Horus, que en la mitología es el hijo de Osiris, y
su segundo hijo varón lo llamó Osiris. Podría pensarse que si el primer
hijo fue llamado como el hijo del dios Osiris, quien se identificaba con
este era Genuino Rodríguez. Pero resulta aún más significativo que a su
segundo hijo lo llamase con el nombre del padre de su primer descendiente
(Horus Rodríguez). Si Genuino se identificó
con el dios Osiris (padre de Horus), existe un traspaso del nombre del
padre hacia otro de sus hijos, otorgándole, por proyección, el
significante del nombre del padre. Esto, como hemos venido diciendo, es un
punto más de conexión en el Ideal del yo y el Narcisismo en Osiris (Rodríguez
Castillos), por portar el nombre de uno de los dioses más importantes de
la historia universal. Sabido es que Osiris era famoso por su difícil personalidad y por la superior valoración de su obra, además de la subestimación de sus supuestos colegas, demostrando así sus rasgos narcisistas, lo que no desmerece su obra, puesto que objetivamente, esta es de elevada estatura. |
Asesino
de luciérnagas y ladrón de luz “Y
a veces, en gurí, maté luciérnagas Por
saber si es mi luz esa que ocultan… …tengo
ahora las manos luminosas de
asesinar la candidez sin culpa…” O.R.C. “Pena del vidalitero” |
Es
interesante, en esta última parte de estos apuntes, recordar una anécdota
de la niñez de Osiris la que tiene particular importancia con la búsqueda
de su conocimiento, el que para el psicoanálisis esta en estricta
consonancia con el conocimiento de lo sexual, por ello se habla de una
pulsión epistemofílica. Osiris
relata esta vivencia para la Revista Tres. Dice Osiris: “…Resulta que
en un tiempo yo tuve pesadillas, allá por los 8 años saltaba de la cama
y salía corriendo por toda la casa. Por eso papá y mamá me llevaron al
cuarto de ellos. Yo siempre tenía algo para leer, y ellos me pedían que
apagara la luz. Entonces agarraba un tubo de alguna vacuna, o de
aspirinas, y lo llenaba de luciérnagas. Lo llevaba a la cama y lo escondía.
De noche haciendo rodar el tubo sobre las páginas del libro, leía debajo
de la frazada”. Sabemos
por Freud que un poco antes de la etapa evolutiva en que sucede esta
vivencia, tiene su génesis la pulsión de saber, vinculada a la vida
sexual, puesto que los primeros intereses del niño se centran en temas de
este tipo y es ello lo que lo impulsa a investigar, así, el niño forma
sus primeras teorías sexuales infantiles. Posteriormente estos intereses,
censura mediante, se subliman y se trocan en intereses de tipo
intelectual. Es decir, a la edad que comenta Osiris, ocho años,
encontramos lo que el psicoanálisis da en llamar el período
de latencia, donde dichos intereses sexuales, sucumben a la represión,
erigiendo como mecanismos de defensa la formación reactiva y la sublimación;
estos alinean al niño en intereses intelectuales. Además, como en el
caso que traemos, la fantasía de los padres juntos en la cama es para el
saber psicoanalítico lo que se denomina la escena
primaria. Es a partir de la fantasía que de esta se tiene, o de la
visión fáctica de la misma, o como ocurre muchas veces, a través del
canal auditivo, lo que lleva a que ciertos sonidos sean asociados a esta
fantasía, lo que sirve de material para la construcción de determinadas
hipótesis. Es a partir de esta escena que el niño comienza a
“teorizar” sobre lo sexual, sobre la concepción de los niños, puesto
que en definitiva esta fantasía alude a la concepción y el origen del
sujeto mismo como subjetividad. Osiris
se las ingenió para ir a dormir al cuarto de sus padres, a través de síntomas:
pesadillas, saltar de la cama, etc. Podemos aventurar así, la hipótesis
de que, síntomas mediante, Osiris lograba estar en el cuarto de sus
padres para “investigar” sobre esta escena
primaria. Si bien leía e investigaba a través de la luz de las luciérnagas,
inconscientemente, investigaba sobre lo sexual, por encontrarse junto al
lecho de sus padres. Epílogo Estos apuntes, tal como su título lo indica, son, sólo y justamente, apuntes. Apuntes apoyados en el marco teórico psicoanalítico, sobre algunos puntos de la obra de un poeta. No pretenden nada más que señalar, elucidar determinados aspectos en base a un texto (poema) que tiene estrecha conexión con quien lo ha escrito y con su obra, pero que se contacta con tópicos del acontecer subjetivo de todos los sujetos. Como se vio no hay nada acabado y cerrado, sino, por el contrario, quisimos abrir espacios de análisis para ser continuados. Lejos estamos, y no lo pretendemos, de un psicoanálisis del artista en cuestión, y menos aún de un análisis literario. Estos apuntes están basados, sencillamente, en la reflexión de la lectura del poeta, como también en la reflexión de la lectura psicoanalítica. Bibliografía
consultada -
Carbajal, E., D’Angelo, R., y Marchilla, A. Una
introducción a la Lacan. Ed. Lugar. 1984. Buenos Aires. -
Freud, S. Tres ensayos de
teoría sexual. Amorrortu (Tomo VII), 1996. Buenos Aires -----------
Introducción del Narcisismo. (T. XIV). -----------
Psicología de las masas y análisis del yo. (T. XVIII). -----------
El yo y el ello. (T. XIX). -----------
El sepultamiento del complejo de Edipo. (T. XIX). -
Laplanche, J. y Pontalis,
J. B. Diccionario de Psicoanálisis. Ed. Labor. 1979. Barcelona -
Levi-Strauss, C. Antropología
Estructural. EUDEBA. 1968. Buenos Aires. -
Pellegrino, G. Osiris Rodríguez
Castillos. Un pionero en al Guitarra. El País Cultural, Nº 495
(30/04/99). Montevideo. -
Rodríguez Castillos, O. Canto
y Poesía. Ed. Arca. 1974. Montevideo. ----------------------
Cantos del Norte y del Sur. (5ª
edición). Ed. Acali. 1980. Montevideo. -
Tutté, A. Donde mueren las
palabras queda la música, reportaje a Osiris Rodríguez Castillos,
Revista 3, 18/10/1996. - Vasella , S. El hombre no termina en su piel, entrevista Osiris Rodríguez Castillos, en: Americando II, Mera Editor, Montevideo, 1997. |
Por Hamid Nazabay
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