1
La música y los paisajes se unen en perfecta armonía. Escucho un
rumor de hojas que se entrelazan, algunas luciendo un verde intenso,
creciendo vigorosas recorridas por la savia, otras, mostrando
señales que semejan cicatrices y ostentando los bordes quemados, tal
fueran a secarse. Mirando las hojas viene a mi memoria la oquedad de
un monte en el que se aprieta y alza una la arboleda en su sueño
maderero y donde todo lo que existe dobla en tamaño muchas veces lo
que acá miro. Recuerdo fielmente lo allí visto y lo comparo con
estas plantas que pese al parcial abandono igual crecen en un
modesto montón de tierra. Simultáneamente me llega el sonido de un
teclado en que desfilan notas en un parentesco con el viento que
agita el jardín y que huye. Algo rima en el aire que en su temblor
familiariza con el sonido y andar de las olas en repetición
constante.
2
Creo ver notas colgadas de las ramas, hurgando entre las hojas junto
a flores que se abren y ventilan los sedosos pétalos. Pero hay otro
aire que me va invadiendo interiormente. Las frases musicales
agudizan mi atención y se abre la puerta de otra zona. El sonido
actúa como vehículo uniendo el ahora y los ayeres. Eso me enfrenta a
rostros y sonrisas que aparecen en un sector de los recuerdos. No es
raro que llegado a ese punto comience a ubicar rastros de mi niñez
lejana y feliz en que ando descalzo sobre las arenas de la playa a
la vez que escucho cómo las notas de un piano se suben al vuelo de
los pájaros y todo parece tocarse. El oleaje rima con el viento que
los empuja en su vaivén y continua sonrisa de sal.
Ahora está pleno el mar que sabe de lejanías, de distancias y de
temblores bajo cielo de nubes apretadas, oscuras, amenazantes como
carcajadas de huracanes donde saltan embarcaciones y vuelven a
flotar como menudas cáscaras. En la ventana las hojas tímidas
sobreviven humedecidas de luz que se derrama y que ilumina bajo ese
cielo que muestra la fragilidad de algunas nubes. Una escala en el
teclado domina el momento y rumorea cristales, gotas de luces,
cuando el sol juega estirándose y llega a todos los rincones. Tomo
una hoja imaginándola en otra dimensión, mostrando fibras de final
tejido luego de verter la humedad y transformarse. La veo en mi mano
y la supongo un resumen de la flora, como un canto a la vida. Ella
en su pequeña estatura también guarda secretos como el cielo a veces
impecable cuando ostenta azules infinitos, o el campo que en su
imponencia sabe la verdura y el galope de la serranía, y para crecer
solamente precisa un mínimo espacio en la tierra, colgada de una
rama. En la pared, la sombra juega con el movimiento, creando
figuras sobre los ladrillos alineados. Desde el receptor aumenta de
volumen la libertad de las notas. llegando a zonas en que se
estrellan derramando un chorro de cálidas aguas. En el mar el oleaje
se repite y sacude vidrios que saltan vigorosos para saciar la sed
inagotable de arenas que el soplo del aire seca y cambia de lugar. Y
por momentos en la composición musical actúa el sonido grave y
equilibrador para que todo transcurra naturalmente como el andar
silencioso de los astros en la plenitud del Universo, en el que cada
cual graba su página con el impulso de la sangre. En el vasto cielo,
grita estridente el azul su canto inagotable y triunfal pregonando
el color sobre ciudad y campo y cubriendo silencioso el rumor y la
quietud aparente de océanos y mares.
3
El mediodía es un festín en el que surge la vida sobre la tierra en
pequeños seres que van y que vienen indiferentes a mis ojos que los
miran con asombro, cumpliendo su rol en el ejercicio de la vida,
haciendo huella y trepando por las plantas, penetrando en las
maderas que se llenan de pájaros siendo el escenario natural en el
que todas las aves gritan y danzan en festejo constante la libertad
del vuelo. El teclado enmudece abusando los silencios con holgura de
infinito y entonces más se destaca el piar de los pájaros. Algunas
notas parecen retener el dictado del pentagrama y el sonido crece y
se impone arrollador en un pasaje sublime y es como si se abriera
una gran tela temblando sobre el agua que se vuelve frenética
creciendo como el rodar del oleaje. Vibra un metal que parece
hundirse como una espada en el torbellino de las olas. Los acordes y
las escalas se suceden desde las manos del artista que muestra el
alma del autor que interpreta y pone la suya intercalando
sentimientos que se funden y confunden. Esa eclosión ,es luminosa
como la que viene de la altura en la que el silencio azula y se
tiende sobre las cosas que suceden.
Todo revienta Vida. Eso tal sucedía en los años de la niñez en que
la luna se prendía a los pretiles, encendiendo al rodar la
imaginación, las ganas de trepar por las escalas de la noche hasta
tocarla y comenzar la etapa del gran viaje hasta un jardín nevado
como una sinfonía alpina. Ese silencio, ése, ya lo he escuchado en
toda su dimensión y su misterio, acariciando la soledad infinita de
un bosque a medianoche. Vuelvo a encender la mirada en la montaña
que asciende y que desciende natural como el murmullo de las
sombras. Estoy viviendo una extraña sensación y a la espera de un
suceso. Todo pende de la espera y de la hora. En mi mente crecen
cosas parecidas a miedo desatado en la gravedad de violoncellos y la
delgadez estridente de violines averiguando en la batuta de un reloj
desconocido que rueda como la luna llena.
4
Y se fueron las nubes que colgaron casi un mes como un presagio.
Era mirarlas y sentir depresión, ganas de sentarse junto al fuego y
no salir, quedarse solo como un golpe de miedo en el costado que
golpeaba lento. Siempre la lluvia colgando de las agujas de relojes
ciegos para que no anduvieran, colgando en los grises del espacio
solitario, y sintiendo un escozor que distraía y empañaba cualquier
entusiasmo mínimo. Y acá en la tierra los árboles como queriendo
perforar los grises con las delgadas ramas, sin poder volar y
siempre atadas a la raíz sin aprender las alas. Y el aire surcado
por los pájaros que vendrían quién sabe de qué mares atravesando los
espacios y los relojes de las estaciones.
5
Una música triste invade el aire desde la caja armónica de las
cuerdas y sube desde los violines que pregonan el alma de Vivaldi.
Yo veo a un niño que mira tras los vidrios rectangulares de una
ventana, las gotas que recorren la vidriera como un viaje de
catarsis.
En la pared arden los leños en la hoguera y revientan súbita
estrellas mientras el humo ocurre grismente y danza formando figuras
voluptuosas que se deshacen. En los termómetros marca presencia el
frío con su barba blanca y la lluvia suena en verde sobre las
hojas.
En un pequeño sector de nubes quiere asomar la luna que desaparece y
vuelve a asomar tímidamente perforando charcos en estocada veloz.
6
He hecho esfuerzos por penetrar con la mirada esa imagen boscana en
la que es todo placidez. Cierro los ojos y escucho el rumor de las
hojas que al soplo del aire suenan con sonido propio, una cuerda que
vibra colores y que se entrelaza con otras hasta lograr estridencia
y comenzar un diálogo en el que caben sales y dulzores. He paladeado
ese paisaje como un fruto que se derrama y sale de la hoja. Mis
oídos captan desde lejos la vibración de metales cayendo en los
líquenes y en relieves brillando un brillo intenso. En la arboleda
como flores silvestres colgaban piedras preciosas y fulgurantes
lanzando haces de colores múltiples. Simultáneamente una melodía Iba
creciendo y recorría las plantas con pies descalzos y mojados,
dejando zumo alrededor de los árboles. Alguien abría la voz y su
garganta dibujaba los relieves de un poema escrito con flores de
sangre. Qué riqueza acariciaba la mirada, casi diría que el paisaje
alcanzaba la adultez para los ojos. Todo el frescor de la tierra
saltaba en la pura delgadez de una cascada que al caer alisaba la
dureza de las rocas.
7
Llegó la noche en puntas como una bailarina que recorre el escenario
sin que su deslizamiento se note. La noche con su misterio en
sombras. La noche con sus hilos de sueño por los que entramos en
otra dimensión siempre nueva y vieja, novedosa y repetida. La noche
que alcanza sus escalas para subir a un cielo de luces subterráneas
.
Y antagónicamente, de las sombras nacen luces y manantial de
pedrería. Y viajan como duendes altas lunas para encender océanos y
mares y penetrar en los arroyos y los ríos y acariciar los témpanos
y las zonas nevadas, y prestar sus rayos para quitar los miedos de
alguien que sucumbía a la soledad de la montaña y aprendía las
profundas arrugas de la soledad.
Solo en las páginas de un libro se puede encontrar algo que rime el
momento con los sentimientos de algún personaje en el que el lector
pasional halla el fuego sagrado que consume la noche. Solo en la
noche que recibe la voz que nace de la boca de una guitarra pulsada
con los haces de la sombra, cuando el silencio es más silencio y se
cuelan en la mente los meaculpa que recorren las horas en blanco,
cuando caen migajas de estrellas que roturan el espacio en relativa
siembra.
8
Ahora ruge el cielo y la tormenta cubre las arenas que reciben el
desembarco de altísimas olas. Es el imperio del sonido que rompe en
la estridencia coral de la Novena Sinfonía de Beethoven o en el
desgarro de la Sexta Sinfonía proponiendo el furor del temporal. A
cada golpe de timbal la atmósfera crece con el equilibrio de las
cuerdas y los metales que semejan truenos en pleno mar embravecido
que armonizan bajo la batuta de un cielo rápidamente iluminado por
la esgrima de los relámpagos que curiosean hasta el infinito y se
confunden con los rayos de un faro atravesando el telón de la noche,
desde su redonda soledad de piedra.
9
Agua sobre agua, la lluvia se desgarra y cae en finas agujas sobre
el mar y la tierra. Ahora comienza a llover mansamente y sin memoria
del temporal cercano. Las notas pegan y ruedan en el vidrio, cerca
de los ojos asombrados de un niño. En su cara parece haber
descendido la tersura del alba. Sus miradas trascienden la distancia
y viajan por el bosque claro y se elevan en árboles que se agitan
suavemente. Al fondo se entrecruzan los colores ocres del otoño, y
toda la belleza de la tierra cabe en el espacio reducido de una
mínima flor.
28 de mayo 2016 |