Horacio Quiroga

La “sorpresa”, factor emocional y nexo entre creación y realidad

por Lucio Muniz

Mi primer contacto con la obra de Horacio Quiroga fue la lectura de  “El almohadón de plumas y “La gallina degollada”, lectura posterior a la de algunas obras de Poe, que me habían causado un efecto singular,  significando la iniciación en esas zonas de tensión y de  misterio en sus variadas formas, misterio que luego iría creciendo a medida que entraba en el mundo de las letras,  ampliando  la óptica en el campo literario y que lamentablemente perdió la fuerza del impacto inicial, como sucede con la emoción de los primeros encuentros de todo tipo, emoción que es agredida por la continuidad o el acostumbramiento, para dar lugar a otros motivos que se encuentran en la relectura. Así he de decir que en el mundo del arte en general ese primer impacto  puede repetirse en el plano emocional muy pocas veces por lo que existe de novedoso y sorpresivo. Del mismo modo que enfrentados a la palabra escrita con su carga emotiva, nos puede conmocionar una forma en el espacio, un mármol de Miguel Ángel o los distintos materiales trabajados por Moore, Pevsner o Giacometti. Yo estando en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, tuve un impacto emocional enfrentado a un retrato de Suzzane Valadón hecho por Tolousse Lautrec. Yo me emocioné hasta las lágrimas a la primera audición de “Recuerdo de un sueño”, trémolo de Agustín Barrios grabado por el autor; escuchando “Nina”, de Pergolessi, en la versión de Caruso, y cuando por vez primera oí el “Adagio para cuerdas”, de Samuel Barber. Al igual por la versión de “Milonga en Do”, por Zitarrosa y “A orillas del Yí”, en la guitarra de Atahualpa Yupanqui. Pero posteriores audiciones no me causaron ese impacto, pese a la constante recurrencia a  esas fuentes.

Aunque es obvio y reiterativo hablar de la constante presencia de la muerte en la obra quirogueana, se me ocurre que no resulta fácil obviar ese motivo recurrente en este autor y que hay infinitas conexiones entre la vida y la obra no solo de él, sino de otra gente enfrentada a situaciones adversas de variado carácter, pero dominadas por la sugestión que recuerda a algún personaje y su peripecia, y que trae a la memoria observaciones transmitidas en algunos cuentos o en el “Decálogo del perfecto cuentista”. Si la sugestión que sucede a una lectura es porque el autor nos ha “llegado“, en lo que me es personal debo recordar en especial un cuento que es “El hombre muerto” , en el que alguien caído toma conciencia del desenlace final, la muerte , que intuye habrá de llegar,  y en esos instantes en que conserva la vida no se explica la razón de su fatalidad porque él tiene experiencia en manejar ese machete, con el que ha convivido, y que ahora al resbalarse, lo ha traicionado hundiéndosele en el vientre. Y el hombre ve y escucha sin aceptar que va a morirse, siendo que está todo igual a un día de trabajo común, porque: “Va  a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir”. Y es un día igual a otros, de trabajo que él ha realizado con su  mano que fatalmente no apresó por un momento ese machete,  ahora  hundido en su cuerpo y anticipándole el fin, en un mediodía en que ignorando lo ocurrido, saldrán a recibirlo como siempre su mujer y sus hijos, y “el hombre”, -como Quiroga lo llama- enfrenta ese mundo conocido que está sucediendo con naturalidad, porque: “Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto”.  Es acá, en la repetición de ese instante y de esas palabras: “Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto”, donde a través de la memorización del cuento, la mirada del autor me llegó profundamente, cuando experimenté la sensación de impotencia que adivino en el personaje que reafirma su confusión porque: “¡Qué pesadilla…! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne…”

Es por esta lectura que recupero los momentos vividos personalmente;  me estoy refiriendo a las difíciles circunstancias en que me encontré estando internado por razones de salud y hago asociaciones con lo que piensa el protagonista que: “Puede  aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver el tajamar por él construido, el trivial paisaje de siempre…”  y lo que yo pienso, porque no rechazo ese presente en él que por ser verano también hay calor intenso. No estoy a cielo abierto, en ese ambiente no hay sol y el verde está ausente. Domina el blanco de las paredes y de los muebles; hay blanco en el calzado de enfermeros y de médicos. No hay un machete hundido averiguando en las entrañas la proximidad del fin, pero hay una hipodérmica que me entra en una vena. No hay hilos atravesando postes sino un recipiente vertical de plástico desde donde transita el suero.

“El hombre”  de Quiroga, escucha algunos sonidos que identifica y que rompen el silencio cuando en el mediodía misionero “el sol cae a plomo”.

Yo escucho hablar al personal que va y que viene, que pasa sin mirarme, como si yo no estuviera, como si no cupiera en esa realidad completamente ajena que acentúa la mía, tan diferente. Es mediodía y yo estoy que con el pensamiento también me libero y ando lejos, estoy a la espera de resultados de exámenes y de decisiones, con un pronóstico incierto que definirá los pasos a seguir por los profesionales. Afuera el sol también domina y no entiendo por qué no estoy en mi casa como hace una hora escasa entre mis libros y objetos familiares que aunque ahora no están yo creo ver, pese a que lo que la realidad me muestra es la gota de  suero que crece y se estira a hasta que se desprende y también “cae a plomo”. . Porque sucede que hoy, en el desarrollo normal de la vida cotidiana hay un corte, y la contrariedad que experimento va más allá del quebranto de salud que me aqueja. Porque por este impedimento motriz no estaré en los lugares programados ara cumplir con obligaciones, con compromisos contraídos con mucha antelación, ignorando lo que en esta fecha tenía reservado. Me cuesta aceptar que todo va a seguir su curso normal sin mi participación, y que las resoluciones que eran importantes perderán vigor y estarán postergadas, ya que lo primordial es resolver esto.  

La sorpresa, sucedida por la lectura, en el caso personal referido, se repite dando paso a otro efecto que es el de vincular  memoria y realidad, como un golpe que aparece de pronto y  se confunde con una instancia de vida, tal si lo escrito hubiera sido un pronóstico que ha superado la anécdota.

La sorpresa, recurso que conmociona, tantas veces reservado al remate de cuentos de final desgarrador, como “El hijo” o “Los  destiladores de naranja”, fue  enfrentarse a los cuentos de Quiroga con admiración y también con cierto placer pese la explotación de una temática agobiante por trágica y siempre abordada con maestría. 

Y la muerte, la muerte recurrente, la siempre muerte que algunas veces sucede felizmente, como un respiro liberador al terminar con una situación angustiosa, tal ocurre en los últimos renglones de: “A la deriva”:

“El hombre estiró  lentamente los dedos de las mano.

-Un jueves…

Y dejó de respirar.

Si bien “La sorpresa”,  es efecto que me golpeó con fuerza, fue la tragedia  del  personaje lo que me trasladó a la escena para hacerla propia, y su confusión y a la vez certezas lo que me hizo sentir por instantes casi doblando al protagonista de “El hombre muerto”, eso, más allá del lugar físico y la diferencia de motivos, desgraciados en ambos casos, porque como manifiesta el autor, para “El hombre”, que caído reconstruye el  paisaje y reflexiona que: “Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto”,  para mí resultaba que yo era yo y era otro, perseguido por los recuerdos de seres y de cosas, que parecían haber cambiado o cambiarían para siempre.

por Lucio Muniz

Setiembre de 2004.

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