Poema en prosa desde octubre

poema de Lucio Muniz

Nace un poema al vuelo como punta o pico de paloma hacia el cielo de nubes, del techo azul de este lugar en el que estoy, techo para una ciudad iluminada por el fin definitivo de octubre, como antes fue el fin de un julio en otra casa de la que guardo nostalgiosos y felices recuerdos. ¿Qué será ahora de aquel cuarto en el que se encendía la lámpara radiante del amor como llama veraniega; qué de aquel espacio en el que entraba la luz generosa, qué de la ventana que daba a la llama viva y flameante de La Teja, al Cerro de Montevideo trepado en puntas para que yo lo viera; asomado para mirar al río como mar ocultando en sus aguas marrones escamas y peces, y mostrando barcos viajeros ahora anclados, bostezando. Cerro guiñando su faro hacia la ventana de la casa en la que estoy aún, (si dejo volar la imaginación por el carril de unos seis años). ¿Qué habrá de ser de la escalera ancha y generosa en la que ascendía y descendía libremente para entrar por el espacio reducido de la puerta o salir y encontrar las caras conocidas de los vecinos, el locuaz comerciante, la parada del ómnibus adonde las muchachas se ofrecían para vender amor a pocos pesos; qué de la panadera que hablaba sonriendo con voz de pan caliente; qué del vecino entrañable que compartía conmigo alguna copa y que ahora está entre sueños sin regreso, aunque en sus venas arda la sangre con su cuota de vida? ¿Dónde habrán ido, -pregunto-, los sonidos constantes de los motores de vehículos transcurriendo veloces no se sabe hacia qué destino ni con qué urgencias, mientras los árboles fecundos recién plantados crecían con su sombra generosa en las orillas de las veredas, aquéllas veredas en las que andábamos del brazo bajo el espacio interminable, cuando la noche regalaba estrellas brillantes y lejanas? ¿Qué será de todo lo que vi y habité (pregunto ahora), ahora repito- en que la tarde me sorprende otra vez dedicado a esta vocación de hablar a solas, de estar entre palabras, de transcurrir mis días con este sonido que me habita y en el que yo también habito? ¿Adónde habrán quedado colgadas las sonrisas de los muertos amigos que recuerdo en distintos lugares del barrio que añoro, de ese barrio en el que fui feliz sin darme cuenta totalmente porque nunca se sabe lo que se tiene, los tesoros que están a nuestro lado y que no vemos mientras andamos despiertos, pero inconscientes de tanta riqueza? Qué modo éste de buscar en las teclas la voz que me conmueva y que a la vez pueda conmover a otra gente que tal vez algún día habrá de la ventana que daba a la llama viva y flameante de La Teja, al Cerro de Montevideo trepado en puntas para que yo lo viera; asomado para 

Ahora, es esto nomás: el aire entra y me despeina, se posa en los rincones (y también en el alma), mientras el sol juega como todas las tardes en los planos grises de la pared cercana, y con su pulso exacto, dibuja la perfección de las líneas movedizas, mientras el árbol desfleca las banderas con las que el aire juega con matices de verdes temblorosos, allí, muy cerca del sonido monocorde de máquinas que cantan su canto vespertino y herrumbroso. Ahora estoy aquí, con una sensación que invade el pecho; acá, viajando quieto, ensimismado, cuando el reloj indiferente marca las cuatro en punto de la tarde de este día en el que octubre muere sin saberlo, tan cerca y lejos a la vez, de mí, y junto al vuelo certero de los pájaros.

Poema en prosa de Lucio Muniz

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