Lucio Muniz: cuarenta años de poesía |
Reseña
crítica y breve muestra antológica Gustavo Espinosa |
En diciembre de este año se
cumplen cuatro décadas de la publicación de “Piel y ceniza”(1),
primer libro de la intensa trayectoria poética de Lucio Muniz. En tiempos en que otros
discursos hegemónicos (la estridencia y la seducción de la publicidad,
el vértigo frío de las estadísticas) nos distraen o nos abruman, es
saludable detenerse en algo
menos ruidoso: cuarenta años en el itinerario de un poeta. Antes de
proyectar una mirada crítica sobre los textos que conforman la obra de
Muniz, antes de desmontar sus artificios técnicos o identificar sus
constantes temáticas, se debe ensayar un gesto de celebración en
reconocimiento a un recorrido artístico (en particular, poético) tan
prolongado, sin claudicaciones éticas ni estéticas. Acaso nunca haya
habido buenos tiempos para los poetas. Pero, desde que la Modernidad la
destituyó de los salones
confortables y ominosos de la
nobleza, la poesía se transformó en un discurso delirante y subalterno
que debió sobrevivir en la intemperie cada vez más barullenta del
mercado. En este contexto la voz del poeta (que alguna vez fue el canto
enigmático y respetable del vate, retumbante traductor de los dioses) ha
tenido que hacerse oír desde las periferias de una civilización cada vez
más superpoblada, en medio de la más inextricable promiscuidad de
mensajes e interferencias que la industria cultural emite enmarañadamente.
Es éste el ambiente en el cual – con admirable tenacidad y no poco
talento - Lucio Muniz viene desarollando su escritura desde hace cuarenta
años. Continuidades
y rupturas A partir de diciembre del 64 se inicia entonces una fluida sucesión de textos poéticos. Cada entrega suma o suprime sentidos y formas. Cada libro es, por un lado, testimonio singular y distinto de una progresión y, por otro, recurrencia de determinadas constantes que van consolidando el timbre propio de Muniz, su identidad poética. En aquella obra inaugural se
advierte de inmediato cierta opacidad en el lenguaje: potenciación de lo
poético a través (por ejemplo y entre otras maniobras de escritura) de
distorsiones y transgresiones de las convenciones sintácticas que traban
lo referencial exponiendo el texto como
un objeto relativamente autónomo, válido por su propia expresividad más
que por los contenidos a los cuales remite(2). Estos gestos de deliberada
agramaticalidad que articulan un discurso hermético, donde el sentido se
hace escurridizo y ambiguo, son menos evidentes en “Todo el otoño”(3).
Allí todo es más transparente. La poesía deja de exhibir sus acrobacias
y engranajes para que el lenguaje recupere su potencial de comunicación.
Y éste será, de aquí en adelante, un rasgo distintivo y permanente en
la obra de Muniz, en la cual los ensambles y torsiones de la escritura (el
trabajo poético) tienden a ocultarse sutilmente a sí mismos. Desde
“Todo el otoño” el verso fluye directo y seguro. Lo que, no obstante,
persiste en este libro es la ceniza, término cuyas connotaciones (lo que
resta, lo incoloro, lo póstumo) acaso sean equivalentes a las que nos
sugiere la palabra otoño, presente en el título. Hay aquí un tono
reflexivo con menos de canto que de desolación, donde la relación entre
el yo y el mundo (tal la definición más elemental de lo lírico)
se enturbia y complica, dando la impresión de estar frente a los
mensajes de alguien aislado o perdido. Y ese mismo año aparece
“Octubre”(4), sorpresiva subversión de aquella actitud poética
reconcentrada y melancólica. Se podría decir que el libro irrumpe: Todo
octubre salió/ como un monarca de larga cabellera…”. Su título,
más que una escueta precisión cronológica, se asocia a lo que renace y
crece, a lo nuevo y vital. En este trayecto poético, entonces, la
primavera sucede al otoño; el hablante de “Octubre” es otro, pues en
casi todos los poemas del libro la integración entre lo subjetivo y lo
objetivo es – contrariamente a lo observado en los poemarios iniciales
– jubilosa y corpórea: cabe el hombre en su cuerpo/ va en sus ropas/total y renovado;/de sus
sienes/salen antenas/blancas/que se arquean/para tocar las fibras/ de la
tierra… Si hubiera que reducir esta colección de poemas a un solo tropo, a la aplicación de un único artificio retórico, se diría que “Octubre” es un intenso paralelismo sicocósmico: una relación de continuidad, de conformidad dionisíaca entre el sujeto y su entorno. Cinco años después se
publica “Hombre”(5). El libro se abre con tres elegías en
las cuales se regresa a la entonación sombría y otoñal, intensificándola
por momentos hasta volverla apocalíptica. La poética expansiva de
“Octubre” vuelve a retraerse en “Hombre”; aquel es comunión y éste
es meditación donde se
entrecruzan dos aspectos que se irán transformando, en adelante, en
recurrencias de la poesía de Muniz: lo social y lo universal. En estos
textos lo social es el contexto inmediato, un cúmulo de acontecimientos
que en el momento en el cual se publicó “Hombre” aparecía como una
dramática convulsiva y brutal, un escenario nacional en el cual se sucedían
violencias y paradojas. Esta tópica (que no cae en lo panfletario o
ancilar) agrega a los valores de “Hombre”, uno testimonial. Por otra parte lo que
llamamos (de un modo algo impreciso) “lo universal”, es la tradición
poética occidental o, más exactamente, algunos lugares comunes de esa
tradición: abstracciones, constructos cuturales que los poetas han venido
expresando desde hace siglos, cada cual articulándolo en su propio
idiolecto, en su versión de la escritura. Se trata del tiempo (la
fugacidad de la vida, la eternidad y el instante), la memoria, la
perplejidad metafísica ante la muerte, las imaginaciones o visiones en
que proyectamos el futuro. Este tránsito de lo particular a lo general
(lo social, lo universal), de la lírica a la épica, se concreta en
“Hombre” en un uso frecuente del hablante plural (nosotros) en
sustitución del yo que – angustiado o entusiasta- recurría en “Piel
y ceniza”, “Todo el otoño” y “Octubre”. Lo genérico y
abarcativo del título es también un síntoma de ese corrimiento hacia lo
plural. La elegía y el testimonio
son las claves de “Poemas para Viaje”(6). Este es el único
libro publicado por Muniz durante la Dictadura, y esta circunstancia
determina sus rasgos esenciales: la ausencia –el exilio- de algunos
amigos queridos (metonimia de miles de ausencias y exilios) es el asunto
central de estos textos. Por otro lado, las limitaciones impuestas por el
poder a la libertad de expresión pusieron en el libro alusiones y
sutilezas, entrelíneas para lectores de entonces. Una lectura de hoy
depara cierta melancolía austera, en la cual (sorpresivamente) regresan
el aire y la luz de “Octubre”, acaso debido a las continuas
referencias a la naturaleza (el cielo, el mar, lo vegetal) y el manejo del
ritmo con una respiración ágil que aligera la gravedad de contenidos tan
desoladores. “Poemas del Testigo”(7)
es mucho más directo y documental. Allí se reúnen textos escritos
durante la dictadura, que el autor publica como posdata de aquellos años
atroces. No se crea, sin embargo, que su valor se agota en la catarsis, en
la interjección repentina que libera lo que había sido reprimido. El
testimonio que ofrece este libro lo es también de fenómenos menos
coyunturales que una tiranía: se trata de la ruptura de la armonía del
mundo, de la irrupción del caos que avasalla el cosmos. Este mismo-
anotan ciertos críticos- es el tema de poemas tan prestigiosos como las
Églogas de Garcilaso (1500-1536), de cuya presencia en el Uruguay de los
70 no han quedado noticias. “Instantánea”: densa encrucijada textual En esta plaquette(8)
se empastan todas las vertientes que se han bosquejado aquí como líneas
de fuerza en la trayectoria del poeta y es allí donde Muniz alcanza su
mayor densidad expresiva, donde las diversidades con que ha venido
construyendo su poética llegan a una madura unidad. Se trata de un largo
poema estructurado a partir de un leit motiv auto-referente (“no tengo
nada que decir”) con el cual el poeta busca representar el instante
mismo de la enunciación. A partir del instante en que el texto comienza a
ser emitido, se abre el universo e ingresa en la escritura como un collage
discontinuo y torrentoso, construido con fragmentos heterogéneos, con viñetas
efímeras que –mediante la enumeración caótica - concurren al presente
del texto con vértigo de video clip. Aquí nada de lo humano (e inhumano)
es ajeno: lo trascendente y lo trivial, lo íntimo y lo privado, lo patético
y lo bello, lo local y lo global, lo intertextual, lo metatextual, lo sórdido,
lo sublime. Todo este torrente discurre velozmente, converge en el
instante que el signo busca congelar y acotar. Lo novedoso es aquí la
perspectiva con que el hablante se exhibe en el texto. A partir de
Baudelaire (mediados del S. XIX) el poeta caminante urbano, el flanneur
(según lo definía Walter Benjamin), el paseante que ambula entre la
multitud de la ciudad moderna, ha sido un episodio modélico en la
literatura occidental. En estos casos(9) el texto surge de la
interacción entre ese caminador solitario y el ambiente superpoblado que
lo contiene. En “Instantánea” Muniz ha actualizado esta figura. El
procedimiento retórico usado sigue siendo la enumeración caótica, sin
embargo, el poeta no vaga: se inscribe en el propio texto y desde allí
selecciona sucesivos fragmentos de la realidad, convoca imágenes que se
superponen e interceptan aleatoriamente. Es el sujeto constituido en una
terminal cualquiera de la Red de Redes (la relación entre la computadora
y la creación poética, no obstante, será tematizada más adelante en
“Ultima zona”) con el mundo fluyendo ante él, es el hombre
encapsulado de Baudrillard, quien manipulando los controles remotos de la
realidad, genera o anula tal o cual pedazo del universo, una corriente de
imágenes que - en su vértigo
- aparece indecible, acerca
de la cual “no tengo nada que decir”. El poeta caminante ha sido
sustituido por el poeta encapsulado en el instante. Hacia el núcleo del signoEl siguiente poemario aparece
en 1996(10). Hay – como se ve - un espacio de silencio que se
cierra con “Clave de sombra”. Y en ese lapso algo parece asentarse;
hay la sedimentación de una poética que se reabre luego y fluye en una
serie iniciada por el texto mencionado y que también
integran “Escalas de la noche”(11), “Ultima
zona”(12), “Breves poemas con luna”(13). Lo
que ocurre es una contracción y contrición de la escritura de esta serie
que se alinea en cierta
tradición de austeridad de la poesía latinoamericana: el sencillismo de
Fernández Moreno, los epigramas de Cardenal, el prosaísmo de Cisneros,
Borges en sus milongas (“Para las seis cuerdas”) y en sus hai-kus
(“La cifra”), toda la obra de Idea Vilariño, etc.
En todos estos casos (con innumerables matices) la expresión se
comprime para potenciar su contenido imaginístico; no hay en ellos
estallidos metafóricos, expansión, espectáculo: hay una contracción
del signo hacia su núcleo. En Muniz este despojamiento ocurre a nivel de
la expresión y del sentido. Se ha mencionado, al comienzo de este análisis,
un abandono del hermetismo, un corrimiento hacia la transparencia
del sentido. El espesor de la escritura con un alto nivel de
figuración y donde el desvío de la norma se daba en diversos niveles
(sintáctico, semántico), tal como ocurría en Piel y Ceniza, deviene
designación precisa y lúcida. Cuando excepcionalmente la poesía se
decide a exhibir las estrategias desviantes que parecen serle inherentes,
éstas no enturbian el sentido, sino que lo refuerzan o suscitan un
sentido distinto, intentando motivar la relación
significado-significante. Tal es el caso del recurso gráfico (por otra
parte ya codificado desde Apollinaire y aún desde antes) consistente en
disponer verticalmente las letras del verbo caer
– en Poema número uno de Clave de
sombra – o el juego de permutaciones en
Variaciones circulares de
Breves poemas con luna. Otras veces la transgresión – que puede tener
un propósito expresivo o meramente lúdico – es enunciada desde títulos
emblemáticos que alcanzan al
lector la clave metatextual de decodificación. Esto ocurre en “Andar en
versos”(14), libro de sonetos de temática diversa y escritos
en diferentes etapas. Hay allí una sección que reúne textos donde la
estructura clásica es modificada mediante combinaciones heterodoxas. La
serie se titula Asonetos, neologismo que instituye una legalidad (el soneto) y la
niega o la altera. Cuando esporádicamente aparece un texto complejo, cuya
referencialidad es menoscabada por la función poética, también se lo señala
como anomalía, como muestra textual modificada por una labor de ensayo,
de experimento; es lo que sucede en Experimental Dos, incluído en
“Breves poemas con luna” En lo significante, la métrica
se acorta y los textos se comprimen en gesto minimalista: poemas de tres o
cinco versos irradian frecuentemente desde el blanco de la página;
abundan los pentasílabos y tetrasílabos, y no son infrecuentes los bisílabos
y trisílabos. El clímax de esta progresión de laconismo hacia la Palabra
llana(15)
es el poema (así debemos llamarle puesto que el blanco de la página se
articula con su contexto y hace sentido) 19
de “Escalas de la Noche”. La luna y otros lugares
En lo temático la búsqueda
deriva hacia algunos topoi que
podrían designarse como clásicos (a los cuales se hacía referencia a
propósito de “Hombre) y que no son otra cosa que perplejidades
obstinadas, inquietudes que han desafiado los atareados
años y que, más allá del vértigo de la contingencia, trascendiendo
el imperio de lo efímero, visitan de tanto en tanto la escritura como
ciertos sueños persistentes. Quizás
no haya imagen más emblemática de toda esta tópica que la luna. Ella
– evidencia manifiesta y cotidiana de lo lejano, señal luminosa de la
alteridad inaccesible- se repite tanto en los textos de los poetas como en
el firmamento de cada noche. Enumeración incompleta y azarosa: Lugones
tuvo su Lunario sentimental;
Miguel Hernández se proclamó Perito
en lunas; el segundo libro de Borges se llamó Luna de enfrente; el Romancero
gitano se abre con el Romance de
la luna; Líber Falco persiguió al satélite huidizo entre los
ranchos de Jacinto Vera, etc. Y el último libro de Muniz reúne “Breves
poemas con luna”. Ocurre que esta especie de astronáutica textual en la
cual cada poeta ensaya modestas
variaciones (Borges)
puede leerse como una tematización de la propia naturaleza del
discurso lírico y
sus agentes: de sus relaciones con otros usos del lenguaje y con
sus contextos. La poesía, como la luna, acompaña de manera algo
distante, iluminando tenuemente, nuestras peripecias cotidianas; conocemos
sus ciclos, hemos podido mapearla y aún venderla. Pero también es
escritura lunática, lanzada hacia lo nocturno y territorio hacia donde
hemos exorbitado pesadillas y utopías: La
luna/aún/la luna/(perla/flor/o botón/- que nada cierra -)(16)
Más tenaz que la luna es el
amor. Hay quienes lo consideran una invención de los poetas provenzales
del S. XII o de Petrarca y hay quienes rastrean los restos arqueológicos
del amor más antiguo en el eros
y la filia de los líricos griegos. Lo cierto es que desde Safo o
Anacreonte hasta las banalidades que suenan en cualquier radio a cualquier
hora, la poesía (la poiesis) ha
ido fabulando una tradición de ideas e imágenes, ha ido instituyendo un
universo de sentido: el amor. Lucio Muniz también ha escrito sobre él;
hay poemas dispersos en Piel y Ceniza, Octubre, Clave de sombra; hay una
sección en Todo el otoño (Del amor) y un libro: “Sin amor”(17).
Por su sobriedad que tiende a una escritura grado cero, por su métrica
escueta, el poemario puede inscribirse en esta secuencia que inicia –
como se ha dicho – Clave de Sombra. Esta colección presenta además una
estructura dual, que invierte la de Piel y ceniza: una primera serie tiene
un tono elegíaco, mientras que la segunda celebra la completud del amor.
Una poesía de referentes tan
prestigiosos y abstractos (tiempo, espacio, Dios, muerte, lenguaje, amor,
luna) corre el riesgo – podría pensarse - de monumentalizarse en retórica
o de desfibrarse en vagas amplitudes menos filosóficas que poéticas. Sin
embargo el poeta evita este peligro mediante la contundencia epigramática
que adquiere por momentos su lenguaje. Muniz deduce e induce. Va de lo
cotidiano a lo trascendente(18) y de lo metafísico a lo íntimo
sin que su energía poética pierda calor en esos movimientos. Maduro en
su oficio, construye una retórica de la sutileza cuyos circuitos cierran
por fuera: en la sensibilidad del lector donde quedan vibrando sus
resonancias. Gustavo
Espinosa, Treinta y Tres, junio de 2004.
Además
de su poesía publicada en libros, el autor ha desarrollado una extensa y
reconocida actividad como autor de canciones que él mismo y otros
artistas han ejecutado y grabado. No es pertinente elucidar aquí las
distancias y proximidades que existen entre el texto destinado a
ser cantado y el destinado a la lectura. Se sabe que antes de ingresar en
la galaxia Gutemberg, la poesía fue canto y aún danza, canales y
formatos diversos, temporalidades de emisión y de recepción diferentes.
Deben mencionarse aquí algunas intersecciones entre poema y canción que
se dan en la obra de Muniz.
Textos de Octubre y de Hombre– que no fueron deliberadamente
construidos para la música – fueron musicalizados y cantados por el
propio autor y otros intérpretes. Por otra parte, algunos textos hechos
para la oralidad han sido impresos(19).
En
ellos persiste la misma intencionalidad poética (menos densa a veces,
aligerada para la voz) de la obra libresca.
1 - Ed. Cuadernos de Mercedes, Mercedes, 1964. 2 - Véase, por ejemplo, el poema “Féretro” (pág. 47) donde se hacen evidentes los desvíos: en la falta de concordancia de los tiempos verbales, en la reiteración de los infinitivos sustantivados al final del texto. 3 - Editorial Signo, Montevideo, 1967. 4 - Ediciones Aquí Poesía, Montevideo, 1967. 5 - Ediciones Librería Ejido, Montevideo, 1971. 6 - Acali, Montevideo, 1980. 7 - Ediciones de la Crítica, Montevideo, 1987. 8 - Ediciones de la Crítica, Montevideo, 1988. 9 - El poema “Walking around” de Pablo Neruda, incluido en Residencia en la tierra (1927-32) es un paradigma de este procedimiento: “ Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,/con furia, con olvido,/paso cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,/ y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:/calzoncillos, toallas y camisas que lloran/ lentas lágrimas sucias. 10 - “Clave de sombra”, Ed de la crítica, Montevideo, 1996. 11 - Ed. De la crítica, Montevideo, 1998. 12 - Ed. De la crítica, Montevideo, 1999. 13 - Ed. De la crítica, Montevideo, 2003. 14 - Ed. De la Crítica, Montevideo 1997. 15 - Revista digital Aeda, www.aeda.it/ - 2002. (Brescia). 16 - Poema 17 de “Escalas de la noche”, página 23. 17 - Publicado en la revista digital Aeda (www.aeda.it/ - 2001 (Brescia). 18 - Véase, por ejemplo, el poema “veinte” del libro “Ultima zona” donde a partir de un episodio trivial (un peatón detenido ante un semáforo) se llega a una reflexión acerca del sujeto inscripto en la abrumadora encrucujada entre la eternidad y el instante: “…Mundo que se detiene y que anda en vértigo/ para que elija entre las tres opciones/ del presente/ el futuro/ y el pasado (…) El hombre está parado y anda quieto/ viajando por el tiempo de su tiempo”. 19 - Cantata treintaitresinaa, separata de la Revista La Semana, Treinta y Tres, Setiembre de 1997. Versos en cuatro estaciones, Separata de los mensuarios Panorama de la Aguada y De aquí allá (Treinta y Tres, Montevideo, 1999). |
Gustavo Espinosa
Treinta y Tres, junio de 2004.
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