No sé si alguien sabía su nombre. Había sentado sus reales en el salón de música, donde había aprendido con gran esfuerzo a tocar el clarinete. Después enseñó música a otros, y terminó armando conjuntos de murga y pequeñas orquestas de cumbias, que ensayaban hasta exasperar a la población "no musical".
Pancho era cuchillero y se defendía muy bien. Sus músicos eran parte de su patota, de manera que su orquesta era a la vez una guardia fiel, algo útil en la cárcel.
Tengo en mi memoria varias anécdotas que hablan de su sentido del humor. La que sigue es una de las mejores y ocurrió cuando una Cátedra de la Facultad de Derecho concurrió en visita guiada con el profesor de la materia al Penal de Punta Carretas. Muchachos y muchachas recorrieron las instalaciones y para los presos fue una fiesta ver desfilar 20 ó 30 señoritas con faldas cortitas.
Pancho no era una excepción entre los aspirantes a vichar las piernas de las chiquilinas. Por lo que se dirigió al hospital y consiguió entrar antes que los visitantes, una platea preferencial para mirar a gusto.
Yo tenía un código con él, de forma que si me hacía la seña de la "perica" del truco, lo que seguía era broma...
Con el hall del hospital lleno de agraciadas niñas, se me apersonó y, previa seña, me dijo:
-¡Doctor, estoy muy preocupado! ¿Usted es dermatólogo, no?
Yo, avisado, pero con ganas de seguirle la broma, le dije:
-Sí, ¿qué le pasa?
-¡Soy negro! -dijo, con su tono más dramático, casi llorando.
-¿Cuándo se dio cuenta? -pregunté, siguiendo la cosa.
-¡Hoy de mañana antes de afeitarme! -aseguró con picardía y ya sonaba trágico.
-Bueno, Pancho, no se afeite nunca más -rematé.
Aquellas visitas hasta hoy creen que tanto el paciente como el médico estaban locos.
Empachado de minifaldas, Pancho se fue a sentar al patio para verlas a la salida... |