Flaco, arrastrando su asma; decía, hablando de sí mismo, que era parte de Punta Carretas, y se enojaba cuando caía preso y debía esperar en Miguelete para ser pasado al Penal.
Tenía una enorme dependencia con la cárcel, pues allí se aseguraba pasar el invierno, calentito, comido y rodeado de algo que era su mundo. Tal era su apego a la cárcel que al recuperar la libertad no se llevaba ni la ropa, la que lo esperaba para la próxima cana.
Además, como era asmático, estaba siempre cerca del hospital para recibir su medicación, en caso de necesidad. A cambio, realizaba tareas de fajina, o hacía pequeños mandados para el personal.
Cuando estaba en la calle robaba lo que se le ponía a tiro. Tenía incontables entradas como "descuidista".
Un día, la hermana lo sacó, en una salida transitoria, haciendo ella de aval. Le rogó que, por favor, no robara nada ese fin de semana y lo llevó a un festival de la marina en la punta de Pocitos (curiosamente, la hermana, que también robaba, como "mechera", nunca había estado presa).
Había una demostración de helicópteros que terminó en desastre, ya que se fueron al piso generando una tragedia. Y mientras todos miraban para arriba, lógicamente, a los helicópteros, él miraba un radiograbador que su vecino había dejado en el piso. El ladrón pudo más que la promesa de no robar, y se fue solo para el penal con el grabador bajo el brazo.
"Todos los giles miraban al cielo, y yo miré para el piso, y ahí estaba el radiograbador. Me lo chupé y me fui para el penal" - explicaba. |