Soledad |
Domínguez llegaba recién de las lagunas cortadas, con la ración para el caballo. Era su única tarea. Iba allá todos los días a recoger gramilla de superficie, y hojas de parietaria de los troncos podridos de los sauces, para darle a su viejo caballo. Era éste un animal sin dientes, bichoco y con los ojos opacos de nubes lechosas. Pero era también la única cosa viva que tenía Domínguez, para ocuparse de algo en la vida. Después de alimentarse él, no tenía nada, absolutamente nada de qué ocuparse. Estas hierbas que Domínguez traía a su caballo, eran el único alimento que el pobre animal podía comer. Enflaquecía a ojos vistas y era seguro que no salvaría con vida el invierno que comenzaba.
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El caballo viene hacia él. Siempre hace así. Se queda al lado hasta que él se vuelve hacia el rancho y entonces lo va empujando cariñosamente con la cabeza calzada en sus espaldas... |
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De tardecita salió. Ya había resuelto todo.
Cuando tenga más capital venga no más... ¿oyó?
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Entre aquel olor a pasto, orines y carne podrida estaban las jaulas.
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Lo trajo. Venían despacio. Muy despacio. Casi nadie se daba cuenta de que caminaban. Iban en la oscuridad como otra oscuridad que caminaba.
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Salió a la noche. Estaba enfermo. Con náuseas.
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cuento de Juan José Morosoli
De Tierra y tiempo - Cuentos
Lectores de la Banda Oriental
Montevideo, noviembre de 1982
Ver, además:
Juan José Morosoli en Letras Uruguay
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